viernes, 27 de junio de 2008

Cangrejo (5)

[Hoy, 27 de junio de 2008, Monstruos y Berenjenas cumple dos años. No he tenido tiempo de prepararle un festejo a este, mi blog más querido. Desde hace unas semanas dejé de prodigarle la atención que se merecía, porque otras ocupaciones importantes me tuvieron y me siguen teniendo a su merced. Por eso, como cuando se festeja un aniversario en soledad descorchando un vino añejo y caro, hoy voy a dejar una historia que siempre me gustó y que, dada su extensión, nunca hubiera tenido lugar en este blog. El cuento fue escrito hace, quizás, unos siete u ocho años. El número (5) que acompaña al título indica que se trata de la historia número cinco de una saga del cangrejo, un libro que siempre quise escribir, cuya idea está muy cerrada, y que sólo tiene, por el momento, seis o siete cuentos de los cuales rescato este y quizás otro más. El tiempo de lectura de lo que sigue puede estimarse en unos veinte minutos. Demasiado tiempo. Por eso, les agradezco a los que hayan leído hasta aquí. No me ofenderé si no me acompañan a beber el resto de la botella. Salud ]

Nos hemos preparado durante años para establecer la comunicación con el Animal. Supe que nos habíamos entendido cuando dejó de funcionar mi estómago. La comida no tenía ningún sabor; era como papel y me repugnaba. Y sin embargo el aire fresco y el olor del agua eran para mí como alimentos. No morí: el Animal había decidido sostenerme. Dejé de ser un heterótrofo gracias a él. A mi lado algunos se morían entre dolores espantosos. A veces yo les daba vino, que entre nosotros está prohibido, para que se durmieran y no vieran su propia agonía. Sus dolores aumentaban y por momentos me daba miedo de que mi Animal me abandonara. Entre ellos había una palabra que repetían. “Cangrejo”, decían en las desesperadas conversaciones que antecedían a los dolores fulminantes Todos los que tenían un cangrejo se murieron. Yo también. Pero mi Animal, que sin duda no era un cangrejo, me sustentó con su propia vida.


La única promesa de salvación que poseíamos era esa: la de envolvernos en nuestro interior hasta formar un ser único con nuestro Animal. El animal crece a expensas de nuestra sangre. Luego invade la sangre, invade los huesos y si uno no se contacta, si uno no lo ama lo suficiente, el animal crece sin comunicarse y mata.

Las causas del Cangrejo y del Animal son múltiples. Algunos dicen que estamos en un planeta radiactivo, que ello provoca que en nuestro interior crezcan Animales. Todos estamos condenados a morir por el Animal que tarde o temprano llevaremos dentro. Así pensaban los primeros colonos, los que llegaron del Sistema Primario, donde está la cuna de las razas prohumanas. Los prohumanos que llegaban de la Tierra conocían animales externos y los dividían en géneros y especies. Una vez me mostraron una foto de un animal marino que caminaba hacia los costados, poseía pinzas, vivía en cuevas en el lodo y tenía sesenta y cuatro patas. Eso es un animal para un habitante del sistema primario: un ser que vive afuera, que se mueve y que comparte con los prohumanos un tronco evolutivo. Me cuesta creer en un planeta en el cual los animales abundan y proliferan. Creer que hayan existido seres autónomos que vuelan, o animales nadadores marinos cien o doscientas veces más grandes que un prohumano han sido para la mayoría de nosotros nada más que fantasías míticas.

Hace unos cinco años éramos más de sesenta. Hoy apenas sobrevivimos seis, y no gracias a nuestros propios medios, sino a los medios del Animal que llevamos dentro. Manax es el que tiene el animal más rezagado. Todavía le funcionan todos los órganos, aunque debilitados por la radiación. Corna, Banda, Luira y Chen Yong tienen sus Animales tan crecidos que ya han perdido contacto con el mundo. Y en el medio estoy yo. Todas mis funciones corporales se han detenido. No respiro, no duermo, no pestañeo. Tiempo atrás dejé de comer para siempre, y no conozco la salivación: mi lengua es una áspera y reseca masa de carne ennegrecida. Apenas si necesito del contacto con el agua. El Animal late por mí, reemplazando al corazón que dejó de funcionar y que sin duda ya ha sido atrofiado. Sin embargo mi sistema nervioso y mi capacidad motora no fueron bloqueados. Puedo caminar, usar mis manos y mi cuerpo y pensar libremente. Y sé que pronto será la hora de establecer el contacto definitivo.

Manax sigue siendo un hombre en todo sentido. Su Animal es apenas un bultito. Un bulto demasiado pequeño. Por ahora no es más que un tumor maligno como el que hemos tenido todos en la primera fase. Lo preocupante de Manax es que un tumor maligno todavía no ha sido diferenciado. Un tumor maligno puede convertirse en un Cangrejo agresivo, que crece hasta devastar el resto del cuerpo y no permite que la mente de su anfitrión haga contacto con él. O bien, por el contrario, puede convertirse en un Animal que necesita de la fusión con el hombre para crecer y llevar una vida fructífera.

Manax es quien más sufre su condición humana. Todavía tiene necesidades, hambre, sed y sueño. En un planeta hostil como el nuestro, ser plenamente humano equivale a llevar una existencia de prolongado sufrimiento. Yo le recomiendo que no coma demasiado: ya sabemos que algunos alimentos provocan que el tumor maligno degenere en Cangrejo. Fumar o tomar alcohol también son errores. Pero la mayoría de las veces me abstengo de señalarle lo que debe hacer: él tiene una secreta envidia de todos nosotros. Sabe que Corna, Banda, Luira, Chen Yong y yo vamos a llegar a la fusión completa. El no sabe aún si va a morir antes. Y para peor cada día que pasa sus órganos se deterioran más. Si su tumor no decide alimentarlo y sostenerlo, pronto va a morir por exceso de radiación.

Corna, Banda y Luira han perdido casi toda forma humana. Han llegado a una comunicación tan completa con su Animal, con su enorme tumor, que pudieron fundirse con él. Sin embargo todavía no están en la cúspide. En un rincón de la sala de Guardia, inmóvil y helado desde hace treinta años, está nuestro General. El primero en descubrir la fusión con el tumor. Chen Yong, conocido como El Inmóvil, el Buda. Su estado es el de un perfecto nirvana. Vive en una comunión extática con su Animal, lograda después de cientos de horas de meditación y contacto puro con su profundidad tumoral.

Cuando hace doscientos años la primera colonia de nuestros antecesores llegó a este planeta, no se percató de la enorme radiación que iba a tener que soportar. En realidad sólo fue revelada muchos años después, cuando comenzaron a aparecer tumores, enormes cangrejos, dolores agudos y vómitos de sangre. Ya era demasiado tarde volver. Eran ochenta mil colonos. En los primeros años de la Colonia se moría de Cangrejo. Nadie, excepto aislados accidentes, tenía otra enfermedad que no fuera el Cangrejo. Y el promedio de vida no superaba los cuarenta años. Para la primera generación de colonos esto fue un escándalo: en el sistema Primario, los prohumanos llegaban a vivir trescientos o cuatrocientos años. Cuarenta años de vida era alarmante. Sin embargo, los pioneros no encontraron una solución y murieron. Sus hijos, y los hijos de sus hijos comenzaron a habituarse a una vida de cuarenta años y a una muerte pura y exclusivamente por Cangrejo. Nadie creía que se podía morir por otras causas: la muerte era un fenómeno bien conocido, que ocurría a los cuarenta años por el crecimiento incontrolado de una masa celular mutada.

Sin embargo desde hace ocho décadas, el promedio de vida disminuyó mucho más. En ciertas regiones, descendió a treinta años. En otras, aunque los datos eran irregulares, descendió a veinticinco y en algunos lugares, a dieciocho. En todos los casos, el Cangrejo, el tumor monstruoso que debía aparecer de manera invariable a los cuarenta años, comenzaba a aparecer mucho antes y mataba ferozmente.

Fue en esa época en la que llegó una segunda colonización desde el sistema Primario. Nadie vio nunca un hombre del Sistema Primario, pero la historia dice que los que venían a colonizar vieron en nosotros a una raza de seres tan distintos a ellos, tan poco antropomorfos, que sintieron horror y se marcharon. Otros dicen que temieron ver reducida su longevidad. De cualquier modo, esa fue la única vez después de la primera colonización, en la que tuvimos contacto con parientes de otro sistema. En medio de ese caos, entre la visita exterior y la disminución del promedio de vida, surgió la idea. El gran fundador, el Maestro Buda. Sugirió que el Cangrejo no era nuestra muerte, sino el pasaje a una nueva vida. Debíamos establecer contacto con esa divinidad que llevábamos dentro. El contacto debía ser un vínculo elemental al principio, luego una comunicación fluida y finalmente una poderosa unión, una unidad mística con el tumor. Muchos, desesperados, acogieron su idea. Sin embargo era necesario un riguroso programa de meditación. Meditar sin descanso y siempre con la misma intensidad. Y meditar tratando de establecer un contacto en cierto modo simpático con el tumor. Muchos lo siguieron, salvo pocos escépticos. Cuando aparecía el tumor, cada cual abandonaba sus tareas, se replegaba sobre sí y meditaba sin descanso. Nadie logró una comunicación certera. Casi todos morían creyendo que efectivamente habían tenido una comunicación con su tumor. Sin embargo esto no pasaba de una plena especulación, una fantasía colectiva creada por el temor de la muerte y por la tan deseable idea de que tal vez no murieran en serio, tal vez el tumor, el enorme y despiadado Cangrejo los acogiera en su lecho. Todo esto ocurría hace unos setenta años.

El promedio de vida seguía descendiendo. Era normal, ahora, que los tumores aparecieran a los veinticinco años. También había casos en los que aparecía mucho antes, a los doce o trece años. La teoría de Buda parecía funcionar a la perfección; todos conservaban el mito y la fantasía de que al morir se contactaban con su Cangrejo en una unión mística plena. Pero algunas influyentes personas escépticas creyeron que todavía no se había llegado a la comunicación con el Cangrejo. Decían que el nirvana aún no había abandonado el plano de la mera teoría. Reunieron en una enorme enciclopedia todo el saber de nuestro planeta, mas una pequeña reseña prehistórica, que habla sobre la colonización y sobre el Sistema Primario (donde está la mítica Tierra), y entregaron sus hijos a un maestro para que los adoctrinara. El maestro era el gran Chen Yong. Él fue el primero en establecer el contacto con el tumor. Su teoría era más completa que la del Buda anterior; no bastaba una comunicación mental, debía haber una unión orgánica en la base de la comunicación con el Cangrejo. Entonces, establecida la unión, el cangrejo no trataría de matar a su anfitrión y ambos crecerían y se desarrollarían en un universo íntimo de meditación. El gran Chen Yong perdió el habla muy pronto y muchos de sus alumnos no llegaron a aprender nada de él. En muy poco tiempo dejó de tener funciones orgánicas y su tumor lo invadió por completo. Se convirtió él mismo en su tumor. Durante años fue una masa inmóvil arrojada sobre la alfombra meditante de la Sala de Mando. En esos tiempos, hace aproximadamente veinte años, se detuvo el proceso reproductivo. Los seres humanos no podrían procrear, y los pocos que quedaban estábamos condenados a una muerte segura. La teoría de Chen Yong, más que un ejemplo, fue una necesidad: o la fusión completa con el tumor, o la muerte despiadada. Nadie hasta ahora, excepto nosotros cinco, ha logrado tal estado de concentración.

Fuimos siendo cada vez menos. El estado nirvánico de Chen Yong era una esperanza fortuita y demasiado improbable. No sabíamos de ningún caso como el de él. Sin embargo, en los últimos tres años, cuando ya quedábamos unos cincuenta, Banda entró en el estado de Chen Yong. Y al poco tiempo, Luira siguió su camino. Ellos dieron fuerza y entusiasmo a los últimos sobrevivientes. Pero a pesar del mayor de los esfuerzos, de la más íntima concentración y las más profundas meditaciones, no se pudo aplacar al resto de los Cangrejos. Todos -excepto nosotros- se fueron muriendo. Hace muy poco murió el último de los desgraciados. Hace muy poco dejamos de escribir la historia en nuestro planeta, una historia de la cual estoy haciendo sus últimas líneas.

Sin embargo, ¿cómo podemos saber si esa supuesta “fusión con el tumor”, ese extraño estado en el cual el hombre se une con la causa de su muerte, no es más que una alteración misma de ese tumor, una especie de mutación especial que nos va matando de alguna manera todavía desconocida?. En realidad no lo podemos saber, pero es parte de la esencia de nuestra filosofía: no importa a qué clase de vida nos vemos arrojados: nuestro ideal es Chen Yong y ese estado tan poco humano que hemos llamado anantropomorfía. Eso, o la muerte definitiva, o la larguísima agonía.

Hoy fue una tarde gris y ventosa. Estuve con Manax. Desde que los pólea han quedado abandonados, todo lo que él hace es controlar los generadores eléctricos y buscar provisiones en los almacenes generales para alimentarse. Y también, por supuesto, se pasa horas leyendo y releyendo la Prehistoria de la gran Enciclopedia. La Prehistoria es la parte más rica de la historia de nuestro planeta. Confío en que estas mismas páginas en algún momento formarán parte de una Panhistoria, una historia que forme parte de todas las bibliotecas de las razas prohumanas de cualquier sistema.

La Prehistoria nos cuenta que el prohumano antes era mamífero, es decir, precisaba de una hembra, un ser desde todo punto de vista invertido, para reproducirse. Se nos cuenta, además, que este ser satisfacía la actividad de ciertos órganos. Dice la Enciclopedia, además, que la sola visión de una hembra provocaba en el ser humano un profundo estado de alteración mental y una intrincada sucesión de reacciones fisicoquímicas. También se habla del homúnculo, el pequeño hombrecito que las hembras podían llevar dentro de sí y que era la base de la reproducción humana, antes de la aparición de los bancos. Es curioso: las hembras llevaban un hombrecito dentro, de la misma manera que nosotros llevamos un tumor.

La parte de la Enciclopedia que habla de la Prehistoria nos cuenta de un lugar en el que los prohumanos vivían ochocientos o novecientos años. Un planeta creado en solo siete días, disponiendo de tecnologías que nosotros alguna vez tuvimos y hemos perdido. Era un planeta cubierto de alfombras verdes y de seres vivos productores de alimentos. Manax y yo debatimos acerca de los tomos que hablan de la prehistoria. Entendemos por qué los gobiernos de aquí prohibieron su lectura: infundía en la población deseos de reposo y reproducción que ya no podían ser satisfechos. El tomo veintiocho de la enciclopedia, el que muestra detalladamente los pasos de la reproducción prohumana, ha sido suprimido, y en los últimos diez años nos ha sido imposible conseguirlo. Creo haber visto alguna página coloreada de ese tomo, alguna vez, si no me equivoco. Algo relacionado con muchos líquidos de distintos colores y seres en cuatro pies.

Manax continúa buscando aún el famoso tomo veintiocho. Se le ha ocurrido que en alguna de las salas de la antigua Presidencia es posible encontrar alguna pista. Pero, excepto por un incontable número de expedientes y noticiarios, no ha podido dar con ningún rastro del tomo. Hoy hemos discutido el asunto y yo he llegado a la conclusión de que ya no existe ningún tomo veintiocho. Él tiene la esperanza de que sí, de que si no desconoce la naturaleza humana, la desaparición de algo tan interesante no puede ser absoluta. La raza prohumana, dijo Manax, desde tiempo inmemorial se ha traicionado a sí misma cada vez que ha querido eliminar aquello que produce el mayor deseo. Yo le dije que cuando un gobierno se propone seriamente la destrucción de una determinada fuente de información, es muy probable que lo logre. Aduje en esos casos lo que había leído en la enciclopedia, tomo noventa y seis, con respecto a ese suceso en la Tierra, en el cual los hombres habían decidido que los animales eran perjudiciales y habían eliminado a todos de la faz del planeta. Entonces él me replicó que mi escepticismo era la prueba de que estaba perdiendo mi humanidad. Me dijo -con una ingenuidad que despertaba mi furia- que mi tumor estaba haciendo que perdiera uno de los rasgos propios del ser prohumano: la capacidad de pensar posibilidades improbables.
Siguió hablando, pero lo interrumpí con un chillido de rabia, un chillido baboso que salió de mi boca, de mi pecho y de una negra fisura en mi estómago, y luego intenté matarlo. El se retiró espantado y creo que ya no voy a verlo de nuevo. Después estuve durante varias horas afligido, pensando en sus palabras, creyendo que en realidad esta supuesta fusión con mi Animal no es más que una transformación profunda que habrá de convertirme en algo así como un monstruo cuya vida será una eterna e intolerable tortura. Por suerte, ya en soledad, el Animal me reconfortó. Me dijo que no importa cuán monstruosa se volviera la vida mientras siguiera siendo vida, y me señaló las ventajas de una existencia en la cual él es el amo y yo soy el eterno esclavo, el sometido que va siendo cada vez más pequeño, hasta desaparecer en la completa fusión.

Hoy ha venido Manax nuevamente. Dice que no puede soportar la soledad, que necesita conversar con alguien y que desde hace tiempo necesita la presencia de algún prohumano. Yo le comenté de mi disgusto por la conversación de ayer. Le dije que no quería dejar de ser prohumano. Él me dijo que mis actitudes eran muy agresivas e indiferentes, y que yo tenía un trato más profundo con mi tumor que con él. Cuando me quiso explicar esto lloró y se tapó la cara con las manos. Hacía años que no veía llorar a alguien. Entonces me sentí conmovido. Traté de llorar con él, pero no pude. Desde hace tiempo el interior de mi cuerpo está seco, y las lágrimas son un lujo que mi riguroso nuevo cuerpo no puede darse. Lo abracé un momento, diciéndole que su existencia era una joya, algo tan especial que este planeta no merecía. Él estaba de acuerdo con eso y creo que por eso lloraba, porque sabía que pronto iba a morir como habían muerto todos los hombres. Siempre supe que él tenía una gran envidia de nosotros, los que habíamos logrado la comunicación con nuestro Animal. Sin embargo, esta vez yo lo envidié a él. Él es el último verdadero prohumano sobre la faz del planeta. Nosotros, incluido el gran Chen Yong, somos títeres de nuestros implacables tumores.

Hace unos minutos nuevamente se acaba de ir Manax. Hoy ha venido con una renovada esperanza. En realidad, cada día que pasa lo noto más ojeroso y encorvado. La radiación está haciendo en él un efecto demasiado cruel. Sólo se preocupa por encontrar comida (no sé por qué le ha dado por buscar dulces y pasteles en los almacenes de la póleos) y por buscar algún ejemplar del tomo veintiocho. Sé que hay algo que me oculta, que en ese tomo él espera encontrar una secreta respuesta. Yo en vano trato de apagarle su ánimo, diciéndole que ya no tenga esperanzas, que se prepare para la gran comunicación con su tumor. Hoy me dijo, para sorpresa mía, que el tumor ha ido creciendo. Me mostró la parte de abajo de su esternón: hay un bulto significativo. Le di algunas instrucciones sobre cómo debe entablar una comunicación con él para que no se vuelva Cangrejo. Él me contestó que tiene sus propios métodos y que no me preocupara, que su tumor no va a ser un Cangrejo, sino un Animal como corresponde. Me gustó tener esa conversación entre camaradas. Por primera vez sentí que Manax era de los nuestros, que no en vano había sobrevivido al resto de los prohumanos. Sin embargo todavía subsistía mi sospecha de que me estuviera ocultando algo. Sé que no buscaba el tomo veintiocho por una simple curiosidad, sino porque había algo en ese tomo que él debía saber sin que yo me enterase. Toda esta tarde, desde que se fue Manax, me sentí perdido. Tenía una extraña necesidad de contacto con prohumanos. Traté de entablar una comunicación con mi tumor, pero él no pudo decirme las palabras que necesitaba. Me cobijó con un manto negro, como una cálida frazada, pero no pudo calmar la fría y seca tristeza que me transmitía el cielo eternamente fucsia. Entonces fue que me abracé a Luira, ahora convertido en un gran bulto negro, mi querido amigo y camarada, que estaba en un estado un poco más avanzado que yo, y así estuve en una angustiosa inmovilidad durante horas. No sé si eso fue llorar. Sé que si hubiera tenido lágrimas las hubiera vertido y que si hubiera podido gemir lo hubiera hecho. Sin embargo fue el llanto más macabro que conocí. Un llanto silencioso y sin lágrimas, frente a mi amigo Luira en estado de Nirvana y con un espejo a mis espaldas que todo el tiempo me reflejó inmóvil y ojeroso y con el rostro duro, encorvado y cada vez más oscuro.

Manax me ha dicho hoy que ya no parezco prohumano. Dice que desde la última vez que me vio, hace unas semanas, he cambiado de manera sustancial. “No has establecido la comunicación adecuada con tu tumor”, me dijo, acariciándose el suyo, cada vez más crecido. Yo le repliqué que me estaba volviendo pequeño, anantropomorfo y de piel oscura, como el gran Chen Yong. Él me dijo que Chen Yong era un fraude. Me dijo con gran seguridad que él iba a establecer la verdadera comunicación con su tumor. Mi tumor se rió por mí. Yo me reí de alegría, al saber que mi tumor reía, descreyendo de Manax. Manax dijo que la comunicación que había establecido con su tumor tenía algo de milenario, algo de profundamente sustancial y me preguntó si mi tumor podía transmitirme una sensación así. Entonces mi tumor contestó por mí. Dijo que no tenía necesidad de transmitirme más que las sensaciones necesarias. Que un tumor no debe ser demasiado complaciente con su anfitrión humano y que la complacencia es signo de debilidad. Manax dijo entonces algo muy fuerte. Mi tumor entonces se replegó y no ocupó mi lugar. Entonces yo escuché las increíbles palabras y tuve que hacerme cargo de la respuesta. “Encontré el tomo veintiocho”, fueron las palabras que mi tumor se rehusó a escuchar. Entonces le pedí explicaciones a mi tumor, a mi hermoso y paternal Animal que me guiaba en mi supervivencia. Manax repetía: “encontré el tomo veintiocho”. Yo tragué saliva por primera vez en mucho tiempo. Escuché entonces, sin poder replicar, lo que Manax tenía para decirme.

“El tomo veintiocho habla sobre la reproducción humana antes de la invención del Banco. El Banco termina con las posibilidades de supervivencia autónoma de las razas prohumanas. Antes del Banco, las razas prohumanas eran capaces de lograr una autorreproducción automática. Pero para ello necesitaban de hembras. Las hembras o, mejor dicho, la diferenciación sexual, fue eliminada mucho antes de la Primera Colonización. Los colonizadores no sabían nada de reproducción de razas. Tenían un reproductor, un Banco de prohumanos que cada tanto activaban y con él se dedicaban a la Reproducción. El banco fue destruido hace unos treinta años, más o menos en la época en la que el gran Chen Yong logró su primera comunicación.

“Antes de los bancos estaban las hembras, que pertenecían a una especie inferior a las prohumanas. En la Tierra se las llamaba mujeres, y casi no han recibido otra denominación en otros planetas del Sistema Primario. Los hombres tenían un objeto con el cual penetraban a las mujeres y les provocaban la reproducción. Entonces la mujer criaba un homúnculo y luego hacía aparecer a un hombre”.

Le pedí que me mostrara el tomo. El tuvo recelos al principio, pero finalmente me lo entregó. Entonces leí la parte en la que hablaba específicamente de la reproducción en la época prehistórica. Busqué una fotografía impresa en el tomo, la fotografía que yo había visto cuando tenía cinco o seis años. “Algo relacionado con intercambio de fluidos”, era todo lo que recordaba. Entonces encontré la foto. La foto impresa, aquella que había visto hacía unos cinco o diez años. Mi desilusión fue profunda. Eso que tenía ante mis ojos era una hembra, una hembra de las que se suponía que provocaban una alteración mental y una complicada alteración fisiocoquímica en los hombres. Sin embargo por primera vez le creí a Manax aquello de que mi tumor me estaba haciendo perder la humanidad: no sentí por esa hembra más que asco. Un asco repulsivo ante esos senos que colgaban de su pecho. Realmente, debo admitir aún ahora, después de haber meditado sobre la belleza de una hembra, dónde podía estar ese encanto del que hablaban los prohumanos prehistóricos cuando veían a uno de esos obesos seres vestidos de cuero, con cuatro o cinco estómagos, que corrían en cuatro patas y que hacían un largo e interminable “muuuu” cada vez que un hombre establecía contacto reproductivo con ellos.


Manax ha venido nuevamente esta tarde. No lo recibí con mi buen humor de costumbre. En realidad estamos de acuerdo en que yo, a pesar de que conservo mi motricidad intacta, ya estoy perdiendo todo rasgo prohumano. Un poco en broma lo amenacé con comérmelo si no dejaba de molestarme. Él me dijo que estaba dispuesto a formar una nueva raza de seres tumorales. Una raza en la cual los tumores no dejaran de ser prohumanos. Le dije que eso era imposible, siempre y cuando, desde luego, no estuviera dispuesto a que su tumor se convirtiera en Cangrejo y lo devorara. Él me dijo que el tomo veintiocho guardaba un mensaje que yo ya no podía comprender. Yo le contesté que mi comprensión iba más allá de la simple comprensión prohumana. Era mi entendimiento más el entendimiento de un tumor inteligente. Le dije que mi tumor ya me estaba absorbiendo y que el estado de Chen Yong ya era mi próximo paso. Él puso una cara de infinita compasión y se limitó a decir : “sí, claro”.

Hoy estuve cerca del santuario de Banda. Banda fue uno de los últimos en establecer su contacto con el tumor. Estuve cerca de su cuerpo ahora informe y negruzco, hecho casi una bola, desnudo sobre la sala de cocina del puerto. Sé que hace un tiempo latía, que un costado de él era como un corazón gigante que reemplazaba a su antiguo corazón humano. Sin embargo hoy descubrí que no hay nada en él que indique su supervivencia. Su cuerpo tumoral se ha convertido en un esqueleto cubierto de telarañas. Con horror lo miré, y por todos lados se nota que ha muerto. Su tumor, después de establecer contacto con él, lo abandonó. Por primera vez pensé en las palabras de Manax, aquello de que la filosofía de Chen Yong es un piadoso fraude. Entonces, con una profunda desesperación –y por primera vez, con la certeza de que era mi corazón el que latía y no el corazón de mi tumor- fui a la sala de mando, donde se encuentra el inmóvil y pétreo cuerpo de Chen Yong. Era una masa de hielo inmóvil. Quise comunicarme con él, del mismo modo que me comunico con mi tumor, pero no pude. Entonces tomé una estaca y comencé a picar el hielo que cubría su cuerpo.

La desolada verdad estaba ante mí.

Durante treinta años habíamos adorado a un muñeco de plástico.

El gran Chen Yong, el mito de salvación de los prohumanos había muerto hacía mucho tiempo, apenas unos meses después de que las ricas familias lo contrataran como tutor de las nuevas razas. Entonces alguien decidió reemplazarlo por un muñeco congelado, un símbolo mítico refugiado en la sagrada sala de mando. Entonces ese alguien decidió que Chen Yong fuera el cultor de la única esperanza, la esperanza de comunicarnos con la más agresiva de nuestras muertes. No existía la comunicación con el tumor. El Budismo, el Nirvana, eran metáforas de una existencia superior que nos estaba vedada. Chen Yong era una profunda mentira que en las postrimerías de mi muerte yo estoy destinado a descubrir.

Durante varios días traté de llorar mi desgracia y la profunda envidia que tenía de Manax, todavía completamente prohumano. Sin embargo a él también le creía el tumor. Un horrible tumor en el estómago, que le deformaba los músculos y manipulaba el morfismo de su cuerpo a su antojo. Me alegró saber que él iba a morir como humano, con su terrible Cangrejo a cuestas. Yo, sin embargo, a pesar de que Chen Yong no sea más que un fraude, he establecido un auténtico contacto con mi Animal; mi Animal me induce a que crea en él como en una tercera persona. Se lo he hecho saber a Manax y él me contestó con una sonrisa condescendiente.

Su estómago creció tanto que hace unos días me sorprendió.

De allí dentro, de su estómago tumoroso, salió otro ser prohumano.

Manax se reprodujo de manera automática, como hacían los prehistóricos. De su cuerpo salió un homúnculo, un hombre pequeño que lloraba sin consuelo. Sé que lo miré sorprendido y él hizo una adorable mueca de satisfacción antes de morir desangrado. El homúnculo lloró durante horas y yo no supe qué hacer con él. Por suerte murió antes de terminar el día. Entonces pude por fin replegarme en mi completa interioridad.

Desde que estoy compelido a esta vida de absoluta interioridad me siento cada vez más caliente, más pequeño y oscuro. Mi propio cuerpo, mi humanidad de carne débil se cuece a treinta y seis grados y medio. Es como estar cubierto por frazadas, a salvo del frío y de las ferocidades de la vida: esta es otra vida. Una vida negra.Una existencia en una noche movediza y febril que se alimenta sólo de aromas e imágenes amorfas. Soy como una verruga que se quema. Siento el calor y el olor carbonizado que desprendo con mi combustión y hay un placer casi adictivo en olerme. Ahora, con estas nuevas facultades que he adquirido, envolventes, que me protegen del afuera y de alguna funesta interioridad de mi antiguo yo, me reconozco como el Animal auténtico. El Animal es el que se mueve y el que está empezando a vivir en mí y sin mí, y yo lo dejo.

domingo, 15 de junio de 2008

Tiempo

Todo este tiempo he estado escribiendo, pero no para Monstruos y Berenjenas.
Me estoy dedicando a escribir los esbozos de lo que, con suerte, será mi tesis doctoral, y eso me lleva todo el tiempo del que pueda disponer.
Por eso, desde hace muchos días este blog no se actualiza.
Cada vez que me siento frente a la computadora a escribir, lo dedico a la tesis y, en menor medida, a Exonario y Questasbuscando.
Y sí, para no contrariar a la última historia que he publicado, también me dedico a jugar y a mentir.

Las migajas de historias que he ido anotando todavía seguirán en el papel, al costado de la mesa de luz.
Por ahora, he aquí una pálida señal de vida de este blog.
Es poco. Prometo más, pero con la condición de no tener que cumplir ahora.