En 1999, Blaise le compra a su hijo Jostein, de ocho años, una consola de videojuegos portátil. Hasta ese momento, el niño tiene incontrolables problemas de conducta: es hiperkinético y descuidado, se mueve mucho en lugares pequeños, como si no dimensionara el tamaño de su cuerpo; rompe los pocillos de porcelana de su abuela, deshace los útiles de sus compañeros de grado y despliega patadas compulsivas. Blaise y su esposa Trudy están cerca de cumplir los cuarenta y no creen en psiquiatras, neurólogos ni pedagogos: todo eso les suena a drogas, a retardo mentale y a deficiencias en el crecimiento de su único hijo. Por eso, porque no confían en un profesional, sin saberlo -o sabiéndolo y negándolo- depositan su fe en un pequeño rectángulo electrónico.
Cuando Jostein recibe la consola, se calma para siempre. Se interna en el mudo universo de los pókemon y ya no necesita destrozar muebles ni torturar al terrier de la vecina. Ahora tiene sus propias mascotas. Jostein se convierte en entrenador pókemon, y pasa largas horas recolectando y entrenando criaturas virtuales en el continente de Johto. Los primeros días, Trudy, su madre, está feliz porque el niño se ha convertido en un manso corderito, absorto y autista. Los maestros en la escuela también parecen advertir que Jostein está más tranquilo, aunque más ausente. Jostein no estudia, no come y apenas duerme. Durante la hora de matemática está luchando contra Hoot Hoots, Rattatas y Chiunnyes. A la madrugada, cuando todos duermen, él ensaya nuevas estrategias para entrenar a sus mascotas y hacerlas sentir amadas.
Un pókemon es un monstruo de bolsillo (abreviatura de pocket monster). Es un ser fantástico virtual que puede recogerse en los bosques, en las cuevas o en los océanos virtuales provistos por la consola. Hay muchas especies de ellos, y cada ejemplar es diferente. Cuando recoges un pókemon, lo guardas en una pequeña bola llamada pokebola. Como si comprimieras la esencia del ser fantástico: en la pokebola está el código del pókemon atrapado, y ese código puede ser transferido a una computadora virtual. Dentro del juego (la virtualidad del juego) hay una computadora (virtualidad dentro de la virtualidad) y allí van a parar los pókemon. Una vez que has atrapado uno, te obedece casi incondicionalmente.
Cada pókemon tiene poderes y sube de nivel con la lucha, con el cariño o con la presencia de ciertos elementos. Hay que escoger a algunos pókemon y formar un equipo de lucha para enfrentarse a los pókemon de otros entrenadores. Ciertos pókemon son incompatibles entre sí y se resisten a formar equipo. Otros tienen demasiada autodeterminación para obedecer al entrenador. Por eso hay que quererlos, alimentarlos, curarlos, sacarlos a pasear, tomarles fotografías, cantarles canciones, leerles poemas y proponerles excursiones grupales. Así los pókemon se familiarizan entre sí y reconocen la autoridad de su entrenador. De otro modo, pueden escaparse de la pokebola y volver a la selva. O pelearse entre ellos. O morir de tristeza.
El paso más importante en la vida de un pókemon es la evolución. Jostein ha encontrado un dragón de agua llamado Dratini. Ha escuchado entre sus compañeros que Dratini evoluciona en Dragonair y luego en Dragonite. Él quiere entrenar a su Dratini para que pueda enfrentarse a otros entrenadores más poderosos. Un dragón no es fácil de encontrar ni de atrapar, y su entrenamiento requiere de especiales atenciones: se resiste a ser entrenado los martes; no le gusta salir de noche ni andar por cavernas, ni le caen bien los Kurupi, especie de pókemon que le provoca una furia asesina.
Cuando Jostein recibe la consola, se calma para siempre. Se interna en el mudo universo de los pókemon y ya no necesita destrozar muebles ni torturar al terrier de la vecina. Ahora tiene sus propias mascotas. Jostein se convierte en entrenador pókemon, y pasa largas horas recolectando y entrenando criaturas virtuales en el continente de Johto. Los primeros días, Trudy, su madre, está feliz porque el niño se ha convertido en un manso corderito, absorto y autista. Los maestros en la escuela también parecen advertir que Jostein está más tranquilo, aunque más ausente. Jostein no estudia, no come y apenas duerme. Durante la hora de matemática está luchando contra Hoot Hoots, Rattatas y Chiunnyes. A la madrugada, cuando todos duermen, él ensaya nuevas estrategias para entrenar a sus mascotas y hacerlas sentir amadas.
Un pókemon es un monstruo de bolsillo (abreviatura de pocket monster). Es un ser fantástico virtual que puede recogerse en los bosques, en las cuevas o en los océanos virtuales provistos por la consola. Hay muchas especies de ellos, y cada ejemplar es diferente. Cuando recoges un pókemon, lo guardas en una pequeña bola llamada pokebola. Como si comprimieras la esencia del ser fantástico: en la pokebola está el código del pókemon atrapado, y ese código puede ser transferido a una computadora virtual. Dentro del juego (la virtualidad del juego) hay una computadora (virtualidad dentro de la virtualidad) y allí van a parar los pókemon. Una vez que has atrapado uno, te obedece casi incondicionalmente.
Cada pókemon tiene poderes y sube de nivel con la lucha, con el cariño o con la presencia de ciertos elementos. Hay que escoger a algunos pókemon y formar un equipo de lucha para enfrentarse a los pókemon de otros entrenadores. Ciertos pókemon son incompatibles entre sí y se resisten a formar equipo. Otros tienen demasiada autodeterminación para obedecer al entrenador. Por eso hay que quererlos, alimentarlos, curarlos, sacarlos a pasear, tomarles fotografías, cantarles canciones, leerles poemas y proponerles excursiones grupales. Así los pókemon se familiarizan entre sí y reconocen la autoridad de su entrenador. De otro modo, pueden escaparse de la pokebola y volver a la selva. O pelearse entre ellos. O morir de tristeza.
El paso más importante en la vida de un pókemon es la evolución. Jostein ha encontrado un dragón de agua llamado Dratini. Ha escuchado entre sus compañeros que Dratini evoluciona en Dragonair y luego en Dragonite. Él quiere entrenar a su Dratini para que pueda enfrentarse a otros entrenadores más poderosos. Un dragón no es fácil de encontrar ni de atrapar, y su entrenamiento requiere de especiales atenciones: se resiste a ser entrenado los martes; no le gusta salir de noche ni andar por cavernas, ni le caen bien los Kurupi, especie de pókemon que le provoca una furia asesina.
También ha conseguido un Gastly. Gastly es un pókemon fantasma que evoluciona en Haunter, más fuerte y más cruel que su predecesor; y finalmente se vuelve Gengar: el fantasma más temible.
Jostein se ha aislado del mundo de una manera casi perfecta. Ahora han pasado dos meses; no sale a la calle, tiene insomnio, ha bajado de peso y sus padres están preocupados. Entienden que algo ha salido mal pero aun así no se atreven a quitarle la consola a su hijo. Una tarde Trudy lo lleva a un médico. El doctor, sin examinar demasiado al niño, le dice: “tiene que hacer amigos”.
Casualmente ocurre el milagro: Jostein descubre que el pókemon fantasma más poderoso sólo puede evolucionar si se conectan dos consolas entre sí y se pasa a través de un cable a otra consola. En otras palabras: Jostein debe encontrar a un amigo que tenga la misma consola, y debe prestarle a Haunter para que, en la consola ajena, pueda evolucionar. "Es como prestar una figurita o un juguete para que lo cuide un amigo", piensa Trudy. Ella no entiende en qué consiste el juego, pero sabe que hay que invitar a un amiguito para prestarle algo. Eso la alegra.
Jostein invita a uno de sus compañeros de curso para merendar: un niño retraído y pálido, que trae consigo una consola brillante enfundada en un bolsito de cuero hecho a medida. Después de las malteadas, ambos unen las consolas y el querido Haunter, el fantasma, se va con el niño pálido.
Pasan los días y Haunter evoluciona. Jostein le pide que se lo devuelva, pero el niño pálido se niega. Jostein comienza a patear la fina cristalería de su madre y una vez más golpea al perro de la vecina. Blaise piensa que eso es muy malo, así que llama a los padres del niño pálido. Los padres no entienden. “Mi hijo le prestó un monstruito para que evolucione, pero ahora no se lo quiere devolver”. Los padres del niño pálido piensan que Blaise está loco y que Jostein es un chico muy extraño y malcriado. Blaise los acusa de ladrones y les inicia un juicio por haberles robado un fantasma virtual.
Han pasado casi ocho años desde que ocurrió esta historia. Los niños ahora son adolescentes y sus consolas están en manos de jueces y peritos que debieron determinar la magnitud y la naturaleza del robo. Jostein y el niño pálido hoy tienen enormes computadoras y acceden a cualquier juego a través de Internet. No les interesan los pókemon (en Internet pueden adquirir los trucos para tener a todos los pókemon que deseen, ya evolucionados). Los jueces están por fallar a favor del pequeño Jostein, porque consideran que Haunter fue prestado hasta que evolucione, lo que presume que, una vez evolucionado, debía ser devuelto.
Lo que no sabe el juez, ni los abogados –y ya dejó de interesarle a los dos adolescentes involucrados- es que, si no reciben el cariño adecuado, los pókemon se escapan y vuelven a su estado salvaje. Es muy probable que cuando los abogados enciendan la consola del niño pálido, Haunter, despechado porque ha sido abandonado en una casa ajena y porque no ha recibido atención durante ocho años, se haya escapado hacia alguna de las oscuras e inescrutables cuevas virtuales del continente pókemon. O pudo haber muerto de tristeza. Si Haunter desaparece, se elimina la prueba y no queda más remedio que suspender la causa judicial. Blaise no se dio cuenta de que quien más sufría no era su hijo, sino el pobre fantasma encerrado en su pequeño universo de dos dimensiones.
Jostein se ha aislado del mundo de una manera casi perfecta. Ahora han pasado dos meses; no sale a la calle, tiene insomnio, ha bajado de peso y sus padres están preocupados. Entienden que algo ha salido mal pero aun así no se atreven a quitarle la consola a su hijo. Una tarde Trudy lo lleva a un médico. El doctor, sin examinar demasiado al niño, le dice: “tiene que hacer amigos”.
Casualmente ocurre el milagro: Jostein descubre que el pókemon fantasma más poderoso sólo puede evolucionar si se conectan dos consolas entre sí y se pasa a través de un cable a otra consola. En otras palabras: Jostein debe encontrar a un amigo que tenga la misma consola, y debe prestarle a Haunter para que, en la consola ajena, pueda evolucionar. "Es como prestar una figurita o un juguete para que lo cuide un amigo", piensa Trudy. Ella no entiende en qué consiste el juego, pero sabe que hay que invitar a un amiguito para prestarle algo. Eso la alegra.
Jostein invita a uno de sus compañeros de curso para merendar: un niño retraído y pálido, que trae consigo una consola brillante enfundada en un bolsito de cuero hecho a medida. Después de las malteadas, ambos unen las consolas y el querido Haunter, el fantasma, se va con el niño pálido.
Pasan los días y Haunter evoluciona. Jostein le pide que se lo devuelva, pero el niño pálido se niega. Jostein comienza a patear la fina cristalería de su madre y una vez más golpea al perro de la vecina. Blaise piensa que eso es muy malo, así que llama a los padres del niño pálido. Los padres no entienden. “Mi hijo le prestó un monstruito para que evolucione, pero ahora no se lo quiere devolver”. Los padres del niño pálido piensan que Blaise está loco y que Jostein es un chico muy extraño y malcriado. Blaise los acusa de ladrones y les inicia un juicio por haberles robado un fantasma virtual.
Han pasado casi ocho años desde que ocurrió esta historia. Los niños ahora son adolescentes y sus consolas están en manos de jueces y peritos que debieron determinar la magnitud y la naturaleza del robo. Jostein y el niño pálido hoy tienen enormes computadoras y acceden a cualquier juego a través de Internet. No les interesan los pókemon (en Internet pueden adquirir los trucos para tener a todos los pókemon que deseen, ya evolucionados). Los jueces están por fallar a favor del pequeño Jostein, porque consideran que Haunter fue prestado hasta que evolucione, lo que presume que, una vez evolucionado, debía ser devuelto.
Lo que no sabe el juez, ni los abogados –y ya dejó de interesarle a los dos adolescentes involucrados- es que, si no reciben el cariño adecuado, los pókemon se escapan y vuelven a su estado salvaje. Es muy probable que cuando los abogados enciendan la consola del niño pálido, Haunter, despechado porque ha sido abandonado en una casa ajena y porque no ha recibido atención durante ocho años, se haya escapado hacia alguna de las oscuras e inescrutables cuevas virtuales del continente pókemon. O pudo haber muerto de tristeza. Si Haunter desaparece, se elimina la prueba y no queda más remedio que suspender la causa judicial. Blaise no se dio cuenta de que quien más sufría no era su hijo, sino el pobre fantasma encerrado en su pequeño universo de dos dimensiones.
7 comentarios:
Hi from India:):)Nice to meet u
que buena historia!!! deb�s tener un hijo seguro.. o un hermano de unos..17 a�os capaz menos unos 14..que le gust� mucho pokemos en sus dias de gloria-- hace un par de a�os..
no sabia tanto tampoco que venia asi la mano que eran una especie de tamagochis que habia que cuidar..
creo que el problema de los chicos "sin amigos" muchas veces es el problema de los padres que no pueden entender que el hijo se divierta de manera diferente a como lo hacian ellos en sus epocas.
siempre con buenas intenciones, se intenta...asi fue como mi papa entendio que capaz que no es tan terrible que mi hermano de 13 pase sus noches en foros de musica en lugar de juntarse con sus compa�eros de curso con los que no tiene nada en comun.
me gusto mucho, repito.
ah y gracias por los halagos a mi pieza, jeje
Hi:)
thanks for the visit.Your blog is very beautiful.I really enjoy
Me encantó, Mux. Como siempre.
Y dele bola a Deepak, que me da un poco de cosita. Saludos.
Hola, sí, ¿qué tal? aca Juani. Bueno sí, yo quería decirles que es mi culpa, soy el hermano/hijo de Jorge de 17 años. Soy hijo de Jorge y de Jaime y por eso me dicen Horkheimer. Bueno la culpa es mía, perdón. Sólo sé que tu el blog de Jorge es muy beatiful. BUeno, eso, chau.
Y yo soy el hijo no reconocido. :P
Esta historia me despertó ternura. Eso es bueno?
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