viernes, 28 de noviembre de 2008

Nacimiento

Hoy, a las 00:52, nació mi hija Isabella Mux.
Nació sanita, pesó tres kilos trescientos.

Seguramente este hecho amerita una multitud de historias, pero hoy no puedo.
Simplemente quería comunicar eso, porque ahora -precisamente ahora- no tengo palabras.




domingo, 16 de noviembre de 2008

Cangrejos, monstruos y berenjenas.

La primera vez que un ser soñó no fue un hombre. Mucho antes del hombre había un sueño primitivo, una colectiva intuición que se transmitía entre los seres de alguna especie quizás no mamífera, quizás no terrestre. El ser, un individuo tal vez cuadrúpedo u octópodo entabla una batalla con su inconsciente, se despierta de un sueño que no sabe recordar y que tampoco sabe muy bien cómo debe soñarse. Faltan eones para que el sueño se adapte a la conciencia y la conciencia sea capaz de recrear numerosos sueños a partir del sueño primigenio.

Un hombre sabe que sueña; un hombre sabe que los perros y los gatos sueñan; un perro y un gato no saben que sueñan y sin embargo sueñan. El inconsciente juega doble, dos veces inconsciente: el sueño que no se sabe sueño y la conciencia que no sabe que sueña. El primer ser que pudo soñar deja escapar un grito entre sueños y se despierta agitado; no sabe que ha sido el primero en recibir imágenes desde una desconocida profundidad de sí mismo. El ser no sabe que ha soñado con un cangrejo.Los sueños que no se recuerdan pueden ser cualquier sueño; todos los sueños que se han olvidado, que todos los seres olvidan a cada noche pueden ser el mismo sueño.

El sueño que todos olvidan es el sueño del cangrejo.

Un cangrejo de oro que se corta las innumerables patas con sus pinzas y de sus patas cortadas salen otras pinzas que se cortan a sí mismas, y de sus pinzas y sus patas cortadas, muertas en el piso, surgen otras pinzas que se cortan y que lo cortan. El cangrejo es un mar de mutilación; se desarma a sí mismo y al mismo tiempo se recompone para desarmarse: mutilarse para multiplicarse, multiplicarse para ser más para mutilar.

El ser no sabe que ha soñado con un cangrejo. No conoce los caracteres de la gramática onírica; apenas puede balbucear el extraño recuerdo de alguna imagen blanda, ajena y huérfana.

Lo despiertan sonidos de aves y un grave estrépito enfurecido. Mientras corre para escapar de la tormenta ya habrá sido incapaz de saberse onírico: no hay más que un impulso: el de la vida de vigilia, sin más ensoñaciones que el masivo olor de la tierra húmeda y los pastizales verdes.

Pero el sueño del cangrejo es una sombra continua que no parpadea. El cangrejo aparece en el temible relámpago, en los árboles que rugen con el viento y en la letal dentellada del cocodrilo.