jueves, 22 de noviembre de 2007

Hoy comienza la aventura (parte final)

[Este texto sólo puede entenderse bien, si previamente se leen la parte uno y la parte dos]

La jaula estaba cubierta con una tela negra y lo que había en su interior era un misterio para Zingla y para mí. No para el natural instinto felino de Tiziano.

- Sacame el bicho de áhi - gritoneó el hombre, moviendo las manos cómicamente, con la intención no muy determinada de espantar al gato. Tiziano le clavó una miradade odio indiferente y no se corrió del frente de la jaula.

El hombre no se había presentado aun.

- Unas empanadas no me vendrían mal. -dijo, mostrando una sorprendente impertinencia - De jamón y queso, y de humita. No sé dónde las vas a pedir, pero si hubiera de palmitos, yo quiero de palmitos.

- ¿Cuál es su nombre, caballero? - Interrumpió Zingla. - ¿A qué vino? ¿Qué hay dentro de esa jaula?

El hombre se sentó junto a Zingla y se sirvió vino.

- Paciencia, Zingla. Todo a su tiempo.

Me sorprendió que este desfachatado supiera el nombre de Zingla. Por un lado, si realmente el sujeto venía a traernos una información reveladora, no debía extrañarme que ya conociera mucho acerca de nosotros. Por otro lado, todo parecía una obra de teatro montada entre Zingla y él, con algún propósito que todavía no podía adivinar.

- Mi nombre es Carlos Bellabarba. - tomó un trago y luego se pasó una mano por la barba, secándose precariamente las gotas de vino que le habían resbalado por el labio- ¿Verdad que es bella?

Pedí las empanadas (cuatro de palmitos, dos de humita, seis de carne, seis de jamón y queso) y cenamos. Durante la cena, Bellabarba sólo se dedicó a comer como un desaforado, a tomar vino casi sin control y a hacer comentarios irrelevantes y fastidiosos. Su forma de sorber el vino haciendo ruido y babéandoselo, dejando surcos rojizos en la barba gris, me daba una enorme repugnancia. Zingla lo estudiaba, mirándolo en silencio y asintiendo parcamente ante las continuas estupideces. Tenía un horrible discurso fascista, al que parecía querer atenuar con expresiones jocosas. En un momento comenzó a hacer una comparación (para él divertida e ingeniosa) entre los “negros de mierda” y los “negros de color”. Por suerte, Zingla se encargó de apurarlo con cierta impaciencia.

- Bueno, Don Bellabarba, ¿no le parece que tiene algo para decirnos?

Bellabarba lo miró divertido y desconcertado. Parecía que no entraba en su cálculo eso de que lo interrumpieran.

- Le estoy diciendo, caballero, que un blanco puede ser un negro de mierda. ¿Usted me oye o no me oye?

Me estaba dando miedo eso de que una revelación importante dependiera de una persona tan chabacana y volátil.

- Le oigo, Bellabarba. Ahora quiero que ya no hable más sobre esto, y que nos cuente a qué ha venido. -insistió Zingla.

- Hombre impaciente. Bueno. ¿Están preparados para conocer la verdad?

Tuve que suspirar con fastidio. Me seguía doliendo la cabeza y más que nunca quería acostarme. Ya era medianoche.

- Como era de esperar, yo publiqué esos extraños avisos en el diario. Los avisos no predicen el futuro, lo dictan.

- Misterio resuelto - dije, con algo de sarcasmo- ¿Puedo ir a dormir?

- ¿Cómo es que dictan el futuro? - preguntó Zingla.

Bellabarba se quedó pensativo, como si lo hubiesen puesto en un repentino aprieto. Pensó un par de minutos, hizo gestos y balbuceos al estilo “ya encontré las palabras justas”, pero sólo emitió sonidos inarticulados seguidos de “no, no es así”.

- Mejor preparo café. -dije.

- Las frases dictan el futuro. -soltó, finalmente- Es decir, le dicen al futuro lo que tiene que hacer. ¿Me explico?

- Se explica, caballero -acotó Zingla- Lo que no se explica es cómo hace para dictar el futuro.

- Vamos por partes - dijo Bellabarba. Luego hizo un largo silencio interrumpido por balbuceos. - ¿Oyeron hablar del Golem?

- ¿El Golem? ¿El hombre de barro?

- El hombre de barro, sí, sí señor. -Bellabarba adoptó una actitud de profesor importante y preguntó- ¿Qué tiene de especial ese hombre de barro? ¿Por qué se vuelve hombre?

Zingla pensó un momento.

- Se le otorga vida.

- ¿Y cómo se le otorga? - Bellabarba preguntaba con suficiencia y altanería.

- Mediante la palabra. - dije, desde la cocina.

- Bueno, aquí está lo que tengo para decirle. Mux, venga acá, deje el café, carajo. Venga. Mire: usted es un golem.

- Qué bien - contesté mientras preparaba las tazas.

- Usted es un ser de naturaleza golémica. Si no fuera por las frases que publiqué, año tras año, describiendo cómo iba a ser su vida, usted no habría existido.

Reconozco que esa afirmación -de una profundidad inusitada, teniendo en cuenta que la estaba profiriendo un hombre de personalidad ramplona y pedestre- me hizo temblar el pulso.

- Señor Mú - úx - gritó Bellabarba, canturreando jocosamente y ahuecando la voz con las manos- Venga para acá - á. Gó - lem, venga para acá - á.

Lo odié. Llevé las tres tazas a la mesa con la indecisa determinación de arrojárselas a la cara.

- Escúcheme, caballero. -inquirió Zingla- Lo que dice es confuso e increíble. ¿Podría aventurar alguna justificación mejor? ¿Cómo es que usted tiene acceso a palabras que dictan el futuro? ¿Por qué las publica año tras año? ¿Qué es exactamente lo que le lleva a hacer esto?

Bellabarba se empinó el café de un trago. Un poco de la espesa borra le quedó patinando por la barba, sin que se molestara en limpiarse.

- Toda mi vida estudié las muchas maneras que se practicaron en la historia de la humanidad para fabricar a un hombre. Puse en práctica todas ellas. Pero la única que funcionó fue esta: publicar anualmente una serie de frases cuya concatenación tiene un sentido. Esas frases deben hablar sobre el accionar de un sujeto en el mundo. Se supone que las frases abren y cierran el curso de acción de alguna persona. Justamente, se trata de una persona que nacerá el día en que se publica la primera frase. Todas las decisiones que tome en su vida, están marcadas por esas frases.

- A ver - dijo Zingla, negando con la cabeza - Usted quiere decir que el señor Mux no habría existido, de no ser por esas frasecitas del diario.

- No, lo que yo digo -contestó con prepotencia- es que Jorge Mux habría tomado otras decisiones en su vida, de no ser por lo que le dicté año tras año en la publicación del diario. No es exactamente lo que se entiende por un gólem, pero es lo más parecido.

- Los gólems no tienen espíritu, suelen ser bastante idiotas y no pueden hablar -acoté

- ¡Igualito a usted! -dijo Bellabarba riendo y ganándose definitivamente mi rencor. - No se ponga así, hombre. Es un chiste.

- Bueno. A ver - insistía Zingla. - Pongamos algunas cosas en claro. ¿Usted puede publicar cualquier cosa, con la condición de que sea un poema con sentido, y esa publicación sea anual?

- Claro que no. ¿Para qué traje la jaula?

- Claaaro, la jaula - dije, con sarcasmo.

- Las palabras no las digo yo. Las dice un loro.

Bellabarba sacó la tela negra que cubría la jaula y nos enseñó a su mascota. Un enorme y hermoso loro verdiamarillo.

- Los loros, como usted sabe, aprenden el lenguaje humano. Repiten lo que oyen. Pero, de vez en cuando, hay ciertos loros que pueden construir frases con sentido que jamás habían escuchado. No todos pueden hacer esto. Incluso hay que estar muy atento: cuando lo hacen, cambian de voz. Una voz gutural, gruesa, de ultratumba. Como si no fueran ellos los que hablan. Este lorito, Mux, dictó su vida punto por punto. Dice varias frases por año. Yo me encargué de seleccionarlas y publicar sólo la frase que, según creo, es golémica.

No pude evitar reírme ante tantos absurdos.

- Ríase nomás, que le va a venir bien. Desde siempre los loros fueron considerados seres que tienen contacto con el más allá. Algunos loros dicen frases de personas muertas a quienes jamás han escuchado. Otros resuelven complicados cálculos matemáticos y ayudan a científicos a elaborar hipótesis empíricas de una complejidad inhumana. Otros, como este, dictaminan las acciones humanas.

Dejé de reír y mi dolor de cabeza aumentó.

- Y se supone que este loro es mi más rara riqueza.

- Claro - dijo Bellabarba- se lo vengo a regalar. Honestamente ya no lo soporto. Se lo habría traído hace muchos años, pero preferí esperar a que él mismo me lo dijera. Por otra parte, este loro siempre fue suyo. Este loro es usted. Es su vida.

- Hay algo que no me cierra - dijo Zingla. ¿Cuánto tiempo vive un loro? ¿Durante cuántos años viene diciendo las frases del poema?

- Eso es lo que pocos saben. Los loros pueden vivir sesenta o setenta años. Lo mismo que un hombre. Este loro tiene, exactamente, treinta y cuatro años. Es de esperar, señor Mux, que si usted no cuida a su loro, y su loro muere, usted muera con él.

- Hombre, su relato es increíble pero tiene cierta consistencia. - agregó Zingla- Y digo “cierta”, porque algunas partes del poema no se explican mediante las supuestas predicciones de este lorito. Fíjese algunos de los últimos versos:

31 Un gato blanco en el techo
33 El sesentón entrecano.

Esos versos no hablan sobre Jorge Mux. Hablan, respectivamente, del gato de Jorge Mux y de mí.

- Usted no entendió nada - arremetió Bellabarba- el loro no sólo determina las decisiones de Jorge Mux. También determina las cosas que rodean a Jorge Mux. Si Jorge Mux pudiera dominar el universo, las palabras del loro podrían referirse a cualquier acontecimiento del universo.

- Entiendo. - dije. - ¿Me puedo acostar a dormir? ¿Se acabaron los misterios?

- No tan rápido - dijo Bellabarba. - La parte más delicada viene ahora.

Ya estaba bastante inmunizado de revelaciones, así que me resigné y me dispuse a escuchar.

- Ahora tengo que enseñarle a alimentar y cuidar a su loro. Debe aprender la manera de interpretar sus frases golémicas. Las frases que dictan su futuro. Debe publicar esas frases cada día de su cumpleaños. Y debe tener cuidado de escoger bien las frases. Ahora -entiéndalo- su vida no depende ni del trabajo, ni del estudio, ni de las miserables preocupaciones que lo atosigaron hasta el día de hoy. Su vida pende de este loro.

Zingla miraba pensativo.

- Claro, a menos que el loro dicte que usted, Jorge Mux, morirá el año que viene. O a menos que el loro quede mudo por alguna afección en las cuerdas vocales.

Bellabarba abrió la jaula. El loro salió haciendo un torpe vuelo y se posó sobre el televisor, al tiempo en que mi gato Tiziano se enloquecía y lo perseguía con furia, poniendo en riesgo mi precaria existencia de barro.

- Qué cruel destino el de los gólems. -dijo Bellabarba- Unas palabritas humillantes y un par de animalejos deciden su futuro.

Mientras se reía, pensé en matarlo. No me atreví. Quizás, porque el loro no me lo había dictado aun.

Justo en el instante de la carcajada más sonora, el loro habló con voz gutural e imponente.

[Esta historia, en realidad, debería poseer una cuarta parte, pero prefiero no abusar de la paciencia de los pocos lectores de Monstruos y Berenjenas]


jueves, 15 de noviembre de 2007

Hoy comienza la aventura (Segunda parte)

[Esta historia es totalmente ininteligible si no se lee antes la primera parte]

- Cuando usted cumplió ocho años, esperé encontrar la continuación de este poema en los avisos clasificados. Pero, esta vez, el aviso estaba en la sección “noticias nacionales”. Desde ese año ya no fue tan fácil rastrear la frase.
Miré la página – amarillenta- del diario del día de mi octavo cumpleaños, en 1982. Al lado de una despintada foto de Galtieri, había un recuadro pequeño en cuyo interior decía, con letras casi imperceptibles: “es la mancha, la escondida” Recordé inmediatamente el juego de la mancha escondida, que viví con furor justo, justo en ese año.
- Y mire esto. En el noveno año de su cumpleaños (1983), ya me fue casi imposible de rastrear. Me hubiera dado por vencido, si no fuese porque, cuando usted cumplió diez años, apareció -al costado de un aviso de inmobiliarias- una frase que rimaba con la que no supe encontrar. A los diez años (1984), la frase fue esta. Mire:

Sentirás una derrota.

¿Ve? Rima con esto que está aquí, debajo del borrón. Dice La bolita, la pelota. ¿Usted acaso no jugaba a la bolita? ¿Y su madre no empezó a estar mal a partir de los diez años? ¿Y sus padres no se separaron a los once? Mire esto.

Debajo del título de una edición del 31 de enero de 1985, apareció la incongruente frase “Un vacío solitario”.

Tomé un sorbo grande de vino, sin creer demasiado en la interpretación del hombre. Zingla parecía enardecido. Me mostraba las frases que –según él- había ido encontrando en lugares recónditos de las sucesivas ediciones del diario local, los días de mi cumpleaños. Su habilidad para armar un poema congruente me asombraba. Cuando llegamos a la edición del 31 de enero de 2007, Zingla encontró la última frase, escrita –nunca entenderé por qué- de costado, pequeña, dentro de un gran aviso de remates automotrices. El poema de mi vida, hasta el día de hoy, según la sutilísima búsqueda de ese hombre, es el siguiente:

0 Hoy comienza la aventura
1 De una vida por delante
2 De aquel noble y tierno infante
3 Cuyo alma caminante
4 Nuevas palabras augura.
5 Una oscura berenjena
6 Tierno monstruo en la penumbra
7 Es la mancha,la escondida,
8 La bolita, la pelota
9 Sentirás una derrota
10 Un vacío solitario
11 En los juegos luminosos
12 Adicción, insomnio y gozo.
13 Hoy te inicias en las letras
14 Hoy escribes para otros
15 Una historia en un papel
16 Con la risa de un amigo
17 Es la música y la fiesta
18 El trabajo en largas noches
19 Donde hay filosofía
20 Mucho estudio y dos amores
21 Un adiós, una sequía
22 El insomnio rencoroso
23 De otro juego luminoso
24 De comandos y conquistas
25 Es el aula, es el pupitre
26 Tu palabra, tu destreza.
27 Son treinta años, y tres
28 Los de la más rara riqueza
29 Quién tuviera la entereza
30 De haber seguido este adagio
31 Un gato blanco en el techo
32 La calle Undiano, el pasillo
33 El sesentón entrecano.

En esas citas puedo encontrar algunos acontecimientos de mi vida: mi adicción a los videojuegos, descubierta a los once años. Mi febril actividad de literato amateur, a los trece. Mis eternos insomnios. Mi carrera como profesor de filosofía, mi trabajo de disc jockey, las mujeres que he querido (y me han abandonado), el amigo fiel. Otro arranque adictivo de videojuegos a los veintitrés años, con un juego llamado "Command and Conquers". Mi trabajo como docente a partir de los veinticinco. Todos estos acontecimientos parecían bastante precisos. Pero algunos versos del poema, sin embargo, podrían ir dirigidos a cualquier persona. Y los últimos, "Un gato blanco en el techo/la calle Undiano, el pasillo", definitivamente eran tan certeros que se volvían sospechosos.

- Fíjese, señor Mux, que el poema es sumamente atemporal al principio, bastante general en el medio y muy preciso y autorreferencial en los últimos versos. Como si las vagas frases de los versos anteriores finalmente convergieran hasta llegar a su encuentro conmigo, el sesentón entrecano.

Lo miré, indeciso y dubitativo. No sabía si, en verdad, esas frases hablaban exactamente sobre mi vida, o si yo me estaba dejando sugestionar por el entusiasmo de este hombre.

- Usted pensará que estoy loco por haber seguido esta pista durante tantos años. Yo también lo pensé. Pero, mientras la seguía, me iba preguntando: ¿a quién irá dirigido este extraño e intrincado poema? Durante largo tiempo estuve siguiendo la pista de muchos niños nacidos el mismo día que usted. Pero cada año, yo tenía una pista más precisa que me iba cerrando el círculo. A los quince años, ya no tenía dudas de que el poema se refería sólo a Jorge Mux.

Hizo una pausa para servirse más vino.
- Pero no estoy loco, señor Jorge Mux. Es obvio que alguien está más loco que yo. Alguien que deja este tenue camino de migas de pan para comunicarle una cosa importante. Fíjese lo que dice el poema:

(27) Son treinta años y tres
(28) Los de la más rara riqueza


¿Lo entiende? Usted tiene ahora treinta y tres años. Usted tendrá “la más rara riqueza”. No sé exactamente en qué consiste, y me inquieta un poco el adjetivo ("rara"). Pero en el poema está escrito que yo vendría a anunciarle todo esto. En los últimos versos de ese poema, está dibujado el cuadro de la exacta situación que se está dando en este momento, entre usted, su gato blanco en el cielo raso y yo.

Nos quedamos en silencio unos minutos. Yo tenía mucho para preguntar, pero no sabía exactamente qué ni cómo hacerlo.

- Cálmese. Tengo hipótesis muy precisas sobre todo esto. Pero presiento que la respuesta se nos revelará aquí y ahora.

Ya era cerca de las once de la noche; todavía no había cenado y el vino me mareaba. Cuando abrí la boca para invitar a Zingla a cenar y escuchar sus hipótesis, alguien tocó timbre.

Abrí la puerta. Había un hombre, mayor que Zingla (tendría unos setenta años) , que me dijo, con una sonrisa cómplice y sin saludarme:

- Llega la más rara riqueza.

El hombre llevaba una jaula en su mano izquierda. Durante la enunciación de la frase, levantó mucho la jaula, como mostrándome que eso era la riqueza.

Hice un gesto de fastidio y suspiré con resignación. La noche iba a ser un desfile de ancianos místicos enloquecidos, de crípticos y tortuosos poemas, y revelaciones metafísicas. Yo sólo tenía hambre, cansancio y dolor de cabeza.

- Pase - le dije, sin preguntar nombres ni motivaciones - Hay vino y creo que estamos a tiempo de pedir unas empanadas. Las milanesas que tengo no alcanzan para tres.

En ese momento, mi gato blanco Tiziano se bajó del techo y vino corriendo a través del pasillo, repitiendo un ritual cotidiano, pero que esta vez cobró un sentido especial a la luz de las últimas líneas del poema. Tiziano, al ver la jaula del hombre, se puso al acecho y en posición de cazador.

[Esta historia continúa]

jueves, 8 de noviembre de 2007

Hoy comienza la aventura (Primera parte)

Hay un hombre que, desde el día que nací (el treinta y uno de enero de mil novecientos setenta y cuatro) hasta hoy, estuvo siguiendo mis pasos sin saber a quién seguía y rastreando cada uno de mis movimientos sin conocerme.

Un hombre que encontró un enigma sumamente sutil e imposible, y gracias a la finísima trama de hipótesis que tejió con paciencia, durante treinta y tres años, llegó anoche a mi domicilio.

Ese hombre -de barba, unos sesenta años- tocó timbre ayer a las nueve y media de la noche y yo lo atendí con cierto fastidio, porque estaba cansado y no quería visitas. Mucho menos de desconocidos y a la hora de la cena.

- Jorge Mux – dijo.

- Sí, qué quiere – contesté con impertinencia. El hombre murmuró algo, sin responder.

- Me llamo Ricardo Zingla. – balbuceó, finalmente- Desde hace tiempo quería conversar con usted, pero aun no era el momento. Tengo algo importante para decirle.

Por lo general, un preludio como ese me inquieta o suscita mi curiosidad. Pero el tono misterioso de este hombre –y mi cansancio- lo único que lograron fue exacerbar mi desconfianza. Además, tenía la impresión de que, si mostraba algo de interés, el viejo me iba a tener un buen rato contándome estupideces. Por eso resolví preguntarle:

- ¿Me lo puede resumir?

- Primero, necesito que me crea. ¿Puedo pasar?

Me pareció un pedido tan inoportuno que reaccioné enseguida con un “no” enérgico. El hombre, ante eso, abrió un bolso y sacó la página doblada de un diario viejo.

- Mire esto y después me cuenta.

En la hoja no había nada interesante. Un papelucho amarillento, de la sección Avisos Clasificados del diario “La Nueva Provincia”, de hace muchos años. Leí algunos de los avisos sin encontrar algo extraño y temiendo que este desconocido aprovechara mi distracción y la puerta abierta para meterse en casa.

- ¿No se da cuenta, señor Jorge Mux?

Seguí mirando y tuve que reconocerlo. El papel no me decía nada.

- El recorte pertenece al día en que usted nació. Fíjese la fecha.

Era cierto. Treinta y uno de enero de mil novecientos setenta y cuatro. Me asombró que el hombre supiera mi fecha de nacimiento y que, además, conservara una hoja del diario de ese día.

- Eso no es todo, claro. Mire este aviso.

Señaló uno del rubro “mensajes personales”. Allí alguien había dejado estas palabras:

Hoy comienza la aventura.

- Sorprendente, ¿no?

No entendía. “Hoy comienza la aventura”, repetí para mí.

- Se refiere a su nacimiento, señor Jorge Mux. La aventura de su nacimiento. La aventura que sigue hasta el día de hoy y cuyo secreto está a punto de develar. Perdón, estamos a punto de develar.

El aviso no tenía firma y no parecía dirigido a nadie. El tono sentencioso y casi apocalíptico del hombre me inquietó un poco.

- No entiende nada, ¿Verdad? ¿Por qué no me deja pasar así le explico? Es sólo un par de minutos. Se lo aseguro. – insistió- A menos que quiera saber más. Pero no le llevará nada. En serio.

Me convenció con lo de “un par de minutos”. Lo dejé pasar y le convidé vino. Aceptó.

- Déjeme mostrarle algo sobre una mesa. ¿Puedo vaciar el bolso sobre la mesa, señor Jorge Mux?

- Claro.

Del bolso sacó muchas amarillentas hojas de diario.

- Mire.

Otra hoja de avisos clasificados. En el rubro “Mensajes personales”, decía:

De una vida por delante.

- ¿Lo ve? Y ahora mire la fecha…

El diario era del treinta y uno de enero de mil novecientos setenta y cinco. Es decir, cuando yo cumplía un año.

- ¿Entiende lo que le quiero mostrar? ¿Usted se da cuenta?

Algo alcanzaba a entrever. Pero preferí que Zingla me lo dijera claramente.

- Alguien estuvo publicando un mensaje breve, críptico, en el diario local, todas las fechas de su cumpleaños, señor Jorge Mux. ¿Hace falta que le diga que en ese pequeño mensaje anual alguien está escribiendo, de manera anticipada, la historia de su vida?

Miré todavía sin creer. ¿Por qué Zingla suponía que se refería a mi vida? ¿Por qué no pudiera ser una publicación al azar? ¿Cómo sabía él que esa frasecita críptica era publicada solamente el día de mi cumpleaños?

- Señor Jorge Mux, yo hice una investigación. No crea que caí aquí, hoy, de casualidad. Que yo esté acá, señor Mux, para revelarle todo, es parte de un plan mayor. Un plan magnífico, de alguien que lo conoce muy bien a usted y que me conoce muy bien a mí. El día en que usted nació leí el diario por completo. Cuando digo por completo, es eso: por completo. Mi memoria es –era- prodigiosa hace treinta años; todo lo que leía me quedaba. Y me quedó la frase, desconectada, sin sentido, que decía: Hoy comienza la aventura. Todos los días, durante un año, leí el diario y no recuerdo ninguna frase similar. Pero justo un año después, leí otra frase que, en sí misma era totalmente incongruente. Y esa frase decía: De una vida por delante. Le recuerdo, mi memoria era prodigiosa. En ese entonces, no reparé demasiado en la posible conexión de esas dos frases, a un año de distancia. Pero los años siguientes, cuando usted cumplía dos, tres, cuatro, cinco años, entendí que ahí había un código. Fíjese lo que decía en cada año:

(0) Hoy comienza la aventura

(1) De una vida por delante

(2) De aquel noble y tierno infante

(4) Cuyo alma caminante

(5) Nuevas palabras augura.

- Hasta aquí, una sorprendente coincidencia. Pero fíjese lo que salió publicado cuando usted cumplió seis años. Y cuando cumplió siete:

(6) Una oscura berenjena

(7) Tierno monstruo en la penumbra

- ¿Y? ¿No le dicen nada estas palabras? “Nuevas palabras augura” ¿No le hacen pensar en Exonario? “Oscura berenjena, tierno monstruo…” Vamos, hombre.

Estaba asombrado, apabullado y un poco confundido. Pero allí no terminaban las revelaciones.

[Esta historia continúa]