domingo, 6 de mayo de 2007

Los peluches en la estantería

La historia más retorcida que escuché en mi vida nace de un suceso inocente y jocoso.

Una tarde, en quinto año de la secundaria, se difundió en el aula una noticia falsa: “una compañera está embarazada”. La noticia fue publicada en un pasquín manuscrito que confeccionábamos diariamente y en el cual cada uno anotaba reseñas personales, invitaciones, chistes e historias asombrosas y de incierta fiabilidad. Mi amigo Diego solía ser el autor de esas historias.

Cuando apareció ese renglón breve declarando un embarazo, nadie pensó que podía ser otra de las fabulaciones de Diego. Él escribía historias bien trabajadas y fantásticas, no chismes faranduleros, escandalosos y anónimos.
Mientras algunas de las compañeras perdían horas especulando sobre las posibles candidatas a un embarazo no deseado, yo supe enseguida –con sólo ver la caligrafía- que la noticia la había escrito Diego. Su letra en el pasquín era para mí inconfundible, a pesar de que había tratado de modificarla. Diego me confesó que había sido él, y que sólo la anotó allí para armar un pequeño escándalo. Mantuvimos en secreto su autoría hasta que el chisme dejó de tener interés y todos nos olvidamos de él.

Por aquella época no hicimos una asociación que era evidente: Mariela Flandes, dos o tres días después de la difusión de esta noticia, dejó de ir a clase y no volvimos a saber de ella hasta después del viaje de egresados. Mariela era una de esas alumnas calladas, ojerosas, desgarbadas e intratables que se sentaban en la mitad de la fila. La única virtud académica que recuerdo de ella era su capacidad para pasar desapercibida. Rara vez hablaba, no iba a las fiestas que organizaba el curso y una vez no quiso prestarme una goma de borrar. Si ella no hubiera sido la protagonista de varios sucesos pavorosos y tristes, yo la habría olvidado para siempre.
Como es de sospechar, Mariela estaba embarazada. Cuando leyó la noticia, creyó que de alguna manera sus compañeros se habían enterado y dejó de cursar para evitar la vergüenza. En ese momento tenía un mes y medio de embarazo, y llevaba la firme decisión de abortar. Pero no quería que nos enteráramos. No deseaba ser “la que abortó”. No quería aparecer con nombre y apellido en el pasquín delator. Por eso, prefirió dejar la escuela, para llevar a cabo el aborto en la paz de su desgarbado silencio.

Ya pasaron quince años de esto.

El suceso habría sido sólo un hecho aislado y desgraciado, si no fuera porque una semana atrás me enteré –por una casualidad- de que Mariela Flandes había muerto hacía poco por las consecuencias de un aborto. En estos quince años, no había escuchado una sola palabra sobre su vida, y ahora aparecía ella por boca de otro, muerta por la misma razón que la había llevado a dejar la escuela. Como si los colores de su existencia siempre pintaran el mismo cuadro.
Parece ser que Mariela tenía por costumbre embarazarse y abortar. Una especie de ritual que repitió cada seis o siete meses de manera sistemática durante los últimos quince años. Según los cálculos de quien me contaba esta historia, Mariela habría tenido veintiséis hijos. Sin embargo, apenas comenzaba el segundo trimestre de embarazo, decidía abortarlos.

Me dio tristeza conocer los detalles de su vida. Parece ser (si tengo que creer en el testimonio del amigo de un ex novio) que ella planeaba quedar embarazada en cualquier relación fugaz que tuviera. Jamás usó métodos anticonceptivos. Cuando se hacía el test y confirmaba su embarazo, vivía una alegría exaltada y casi delirante. A medida que pasaban los meses, esa alegría iba desinflándose hasta que decidía acabar con su hijo. Entonces iba a una clínica clandestina y se sometía al aborto. En esta conducta enfermiza había un detalle insólito: Mariela vivía sus abortos con un placer infinito. “Ella confesó una vez algo raro que me dio un poco de asco: los abortos le provocaban orgasmos. El acto sexual, los tres meses de embarazo y el aborto eran, para ella, peldaños para llegar al máximo placer. Dijo que se había hecho adicta, que era un vicio espantoso que le estaba arruinando la vida”

En esa historia enfermiza –que quisiera poner en duda- encuentro algo de sentido. Suponemos que, en el mejor de los casos, el acto sexual termina en un orgasmo. ¿Qué pasaría si algunas personas sólo llegaran al orgasmo después de varios meses, y sólo a través de un penoso proceso? Es evidente que sólo se puede abortar si previamente se tuvo sexo, pero ¿por qué no creer que ese acto sexual lejano, de tres meses atrás, sólo fue un trámite, un puntapié para el verdadero orgasmo? ¿Por qué no creer que algunas mentes funcionen de ese modo?
La confesión de este lejano conocido de Mariela no terminaba aquí. “Mariela, después de cada aborto, pedía que le entregaran el feto. Como la clínica era un lugar lo suficientemente clandestino, le otorgaban ese privilegio si pagaba unos cuantos dólares más. Ella guardaba al feto en un frasco con formol, le ponía nombre y lo dejaba en una estantería en su habitación, junto a los muñecos de peluche de su infancia y un perro embalsamado que había sido de su padre. A veces, cuando la invitaban a algún lugar, decía ‘tengo que ir a atender a mis chicos’, y se encerraba largas horas en su cuarto, dialogando con todos los seres de la estantería”

Antes de ayer confirmé que, en efecto, Mariela había muerto, aunque la noticia no decía por qué. Puedo sospechar –si quiero- que la historia de este amigo de ex novio es ficticia. De hecho, esta historia de continuos abortos se parece mucho a los cuentos fantásticos de mi amigo Diego.
Pero hay algo que me hace creer que todo esto es cierto. O, aun, que las cosas escritas por Diego en ese improvisado diario de colegio no son inocentes anotaciones, sino anticipaciones del futuro.
Además de sus clásicas historias, Diego sólo escribió dos textos breves que al final resultaron proféticos:
El primero: “una compañera está embarazada”. Era cierto.
El segundo, días después del éxito del primero y de la ausencia de Mariela: “algún día, alguien escribirá la historia de Mariela Flandes, quien pasó sin pena ni gloria por esta escuela, y entonces todos descubriremos que escondía horribles secretos”.
Ahora, acaba de ser cierto.

10 comentarios:

Juan Ignacio dijo...

Terrible, Jorge.

Me hace acordar a un compañero mío de Comercio que no creo que recuerdes; tampoco voy a nombrarlo acá.

De él recuerdo que sólo dos veces hablo con una compañera y sólo fue para pedirle apuntes o resúmenes y no lo hizo de buena gana.
Se volvía caminando con una compañera que vivía a una cuadra. Ella nos contó que no hablaba una palabra y miraba hacia delante todo el tiempo.

Siempre fue callado y perfi bajo; pero en su casa utilizaba cualquier oportunidad posible para putear gritando a la familia y ellos no le decían nada.

No iba a fiestas y prácticamente no se juntaba con nadie si no era para hacer debéres o jugar al football.

Lo ví el año pasado; hacía 3 años que no lo veía y le pregunte qué era de su vida y me dijo: "Nada, como siempre. Ah! Me mudé y cambié la computadora".

Con un par de excompañeros siempre pensamos que un día se iba a sacar y matar a alguien. Tu relato es como una especie de confirmación de nuestra teoría.

Anónimo dijo...

Me quedé pensando en si es tan importante saber cuando comienza verdaderamente una vida y cuando termina definitivamente un orgasmo.

Los que argumentan que desde el acto sexual ya se habla de una vida a proteger... ¿no serán orgasmicidas?

¿Habrá quienes deben elegir entre un mundo con orgasmos o abortos? No sé. Me voy pero me quedo pensando.

The Bug dijo...

Se estrañaban tus relatos.
Hacía ya muchos días sin sentir algún buscado escalofrío.

Lucas J. dijo...

Jorge, me dejaste frío... No, no tiene que ver con los 9º que hay afuera.
Excelente relato, como siempre. Eso sí, decile a Diego que la corte con la escritura porque va a traer problemas.

Saludos!

Diego Perdomo dijo...

Como siempre dando un paso más cuando ya el agua pasó del cuello.
Virtud de los que escriben sin miedo.
Un abrazo grande y como es costumbre el resto sobre el texto va entre platos y copas.

Chinita Jodida dijo...

Ayer leí su post. El dolor de ovarios que me inspiró me acompañó todo el día.
Gracias.

Soy yo dijo...

Te vine a visitar por si tenías novedades y me saliste escondido tras un pop up preguntándome la edad?. Ni loca te la pienso decir, habrase visto, mocoso impertinente...jam, jam, cof, cof.

Juan Ignacio dijo...

Cagamos Jorge... se dieron cuenta que tenemos blogs sólo para conseguir minitas...

Vamos a tener que probar con algo nuevo... como poner una AFJP, ser linyeras, vender CD's vírgenes o laburar en la Facultad.

Denisa dijo...

Me encantó la forma en que escribiste esta historia y relataste la pobre vida de esa mujer.
Es extraño darse cuenta la forma en que la mente humana trabaja, y darse cuenta que aquellas personas sufrian tanto tanto.

yerbanohay dijo...

Una empleada que le duró poco a mi mamá porque le usaba los perfumes, una vez me contó de una antigua patrona que tenía, una mujer medio loca, de una antigua familia salteña tradicional que vivía sola en una casa hermosa, colonial, rodeada de glorietas desantas ritas en las afueras. (Perdone estas oraciones tan largas, es que en el idioma alemán me cuesta hacerlas, así que las uso cuando hablo en español).Bue, digo, esta mujer, no vivia tan sola. Según la Estela (la susodicha empleada)cuidaba y alimentaba a unos duendes que vivían atrás de un tala. Claro que también contaba que estos duendecitos eran hijos abortados de la aristócrata .Que a estas alturas podemos suponer que estaba tan chalada , que le había puesto nombres y que les dejaba comida y algo para tomar.
Pero las empleadas que roban perfumes en los pueblos suelen tener una frondosa imaginación, benditas sean!