jueves, 22 de noviembre de 2007

Hoy comienza la aventura (parte final)

[Este texto sólo puede entenderse bien, si previamente se leen la parte uno y la parte dos]

La jaula estaba cubierta con una tela negra y lo que había en su interior era un misterio para Zingla y para mí. No para el natural instinto felino de Tiziano.

- Sacame el bicho de áhi - gritoneó el hombre, moviendo las manos cómicamente, con la intención no muy determinada de espantar al gato. Tiziano le clavó una miradade odio indiferente y no se corrió del frente de la jaula.

El hombre no se había presentado aun.

- Unas empanadas no me vendrían mal. -dijo, mostrando una sorprendente impertinencia - De jamón y queso, y de humita. No sé dónde las vas a pedir, pero si hubiera de palmitos, yo quiero de palmitos.

- ¿Cuál es su nombre, caballero? - Interrumpió Zingla. - ¿A qué vino? ¿Qué hay dentro de esa jaula?

El hombre se sentó junto a Zingla y se sirvió vino.

- Paciencia, Zingla. Todo a su tiempo.

Me sorprendió que este desfachatado supiera el nombre de Zingla. Por un lado, si realmente el sujeto venía a traernos una información reveladora, no debía extrañarme que ya conociera mucho acerca de nosotros. Por otro lado, todo parecía una obra de teatro montada entre Zingla y él, con algún propósito que todavía no podía adivinar.

- Mi nombre es Carlos Bellabarba. - tomó un trago y luego se pasó una mano por la barba, secándose precariamente las gotas de vino que le habían resbalado por el labio- ¿Verdad que es bella?

Pedí las empanadas (cuatro de palmitos, dos de humita, seis de carne, seis de jamón y queso) y cenamos. Durante la cena, Bellabarba sólo se dedicó a comer como un desaforado, a tomar vino casi sin control y a hacer comentarios irrelevantes y fastidiosos. Su forma de sorber el vino haciendo ruido y babéandoselo, dejando surcos rojizos en la barba gris, me daba una enorme repugnancia. Zingla lo estudiaba, mirándolo en silencio y asintiendo parcamente ante las continuas estupideces. Tenía un horrible discurso fascista, al que parecía querer atenuar con expresiones jocosas. En un momento comenzó a hacer una comparación (para él divertida e ingeniosa) entre los “negros de mierda” y los “negros de color”. Por suerte, Zingla se encargó de apurarlo con cierta impaciencia.

- Bueno, Don Bellabarba, ¿no le parece que tiene algo para decirnos?

Bellabarba lo miró divertido y desconcertado. Parecía que no entraba en su cálculo eso de que lo interrumpieran.

- Le estoy diciendo, caballero, que un blanco puede ser un negro de mierda. ¿Usted me oye o no me oye?

Me estaba dando miedo eso de que una revelación importante dependiera de una persona tan chabacana y volátil.

- Le oigo, Bellabarba. Ahora quiero que ya no hable más sobre esto, y que nos cuente a qué ha venido. -insistió Zingla.

- Hombre impaciente. Bueno. ¿Están preparados para conocer la verdad?

Tuve que suspirar con fastidio. Me seguía doliendo la cabeza y más que nunca quería acostarme. Ya era medianoche.

- Como era de esperar, yo publiqué esos extraños avisos en el diario. Los avisos no predicen el futuro, lo dictan.

- Misterio resuelto - dije, con algo de sarcasmo- ¿Puedo ir a dormir?

- ¿Cómo es que dictan el futuro? - preguntó Zingla.

Bellabarba se quedó pensativo, como si lo hubiesen puesto en un repentino aprieto. Pensó un par de minutos, hizo gestos y balbuceos al estilo “ya encontré las palabras justas”, pero sólo emitió sonidos inarticulados seguidos de “no, no es así”.

- Mejor preparo café. -dije.

- Las frases dictan el futuro. -soltó, finalmente- Es decir, le dicen al futuro lo que tiene que hacer. ¿Me explico?

- Se explica, caballero -acotó Zingla- Lo que no se explica es cómo hace para dictar el futuro.

- Vamos por partes - dijo Bellabarba. Luego hizo un largo silencio interrumpido por balbuceos. - ¿Oyeron hablar del Golem?

- ¿El Golem? ¿El hombre de barro?

- El hombre de barro, sí, sí señor. -Bellabarba adoptó una actitud de profesor importante y preguntó- ¿Qué tiene de especial ese hombre de barro? ¿Por qué se vuelve hombre?

Zingla pensó un momento.

- Se le otorga vida.

- ¿Y cómo se le otorga? - Bellabarba preguntaba con suficiencia y altanería.

- Mediante la palabra. - dije, desde la cocina.

- Bueno, aquí está lo que tengo para decirle. Mux, venga acá, deje el café, carajo. Venga. Mire: usted es un golem.

- Qué bien - contesté mientras preparaba las tazas.

- Usted es un ser de naturaleza golémica. Si no fuera por las frases que publiqué, año tras año, describiendo cómo iba a ser su vida, usted no habría existido.

Reconozco que esa afirmación -de una profundidad inusitada, teniendo en cuenta que la estaba profiriendo un hombre de personalidad ramplona y pedestre- me hizo temblar el pulso.

- Señor Mú - úx - gritó Bellabarba, canturreando jocosamente y ahuecando la voz con las manos- Venga para acá - á. Gó - lem, venga para acá - á.

Lo odié. Llevé las tres tazas a la mesa con la indecisa determinación de arrojárselas a la cara.

- Escúcheme, caballero. -inquirió Zingla- Lo que dice es confuso e increíble. ¿Podría aventurar alguna justificación mejor? ¿Cómo es que usted tiene acceso a palabras que dictan el futuro? ¿Por qué las publica año tras año? ¿Qué es exactamente lo que le lleva a hacer esto?

Bellabarba se empinó el café de un trago. Un poco de la espesa borra le quedó patinando por la barba, sin que se molestara en limpiarse.

- Toda mi vida estudié las muchas maneras que se practicaron en la historia de la humanidad para fabricar a un hombre. Puse en práctica todas ellas. Pero la única que funcionó fue esta: publicar anualmente una serie de frases cuya concatenación tiene un sentido. Esas frases deben hablar sobre el accionar de un sujeto en el mundo. Se supone que las frases abren y cierran el curso de acción de alguna persona. Justamente, se trata de una persona que nacerá el día en que se publica la primera frase. Todas las decisiones que tome en su vida, están marcadas por esas frases.

- A ver - dijo Zingla, negando con la cabeza - Usted quiere decir que el señor Mux no habría existido, de no ser por esas frasecitas del diario.

- No, lo que yo digo -contestó con prepotencia- es que Jorge Mux habría tomado otras decisiones en su vida, de no ser por lo que le dicté año tras año en la publicación del diario. No es exactamente lo que se entiende por un gólem, pero es lo más parecido.

- Los gólems no tienen espíritu, suelen ser bastante idiotas y no pueden hablar -acoté

- ¡Igualito a usted! -dijo Bellabarba riendo y ganándose definitivamente mi rencor. - No se ponga así, hombre. Es un chiste.

- Bueno. A ver - insistía Zingla. - Pongamos algunas cosas en claro. ¿Usted puede publicar cualquier cosa, con la condición de que sea un poema con sentido, y esa publicación sea anual?

- Claro que no. ¿Para qué traje la jaula?

- Claaaro, la jaula - dije, con sarcasmo.

- Las palabras no las digo yo. Las dice un loro.

Bellabarba sacó la tela negra que cubría la jaula y nos enseñó a su mascota. Un enorme y hermoso loro verdiamarillo.

- Los loros, como usted sabe, aprenden el lenguaje humano. Repiten lo que oyen. Pero, de vez en cuando, hay ciertos loros que pueden construir frases con sentido que jamás habían escuchado. No todos pueden hacer esto. Incluso hay que estar muy atento: cuando lo hacen, cambian de voz. Una voz gutural, gruesa, de ultratumba. Como si no fueran ellos los que hablan. Este lorito, Mux, dictó su vida punto por punto. Dice varias frases por año. Yo me encargué de seleccionarlas y publicar sólo la frase que, según creo, es golémica.

No pude evitar reírme ante tantos absurdos.

- Ríase nomás, que le va a venir bien. Desde siempre los loros fueron considerados seres que tienen contacto con el más allá. Algunos loros dicen frases de personas muertas a quienes jamás han escuchado. Otros resuelven complicados cálculos matemáticos y ayudan a científicos a elaborar hipótesis empíricas de una complejidad inhumana. Otros, como este, dictaminan las acciones humanas.

Dejé de reír y mi dolor de cabeza aumentó.

- Y se supone que este loro es mi más rara riqueza.

- Claro - dijo Bellabarba- se lo vengo a regalar. Honestamente ya no lo soporto. Se lo habría traído hace muchos años, pero preferí esperar a que él mismo me lo dijera. Por otra parte, este loro siempre fue suyo. Este loro es usted. Es su vida.

- Hay algo que no me cierra - dijo Zingla. ¿Cuánto tiempo vive un loro? ¿Durante cuántos años viene diciendo las frases del poema?

- Eso es lo que pocos saben. Los loros pueden vivir sesenta o setenta años. Lo mismo que un hombre. Este loro tiene, exactamente, treinta y cuatro años. Es de esperar, señor Mux, que si usted no cuida a su loro, y su loro muere, usted muera con él.

- Hombre, su relato es increíble pero tiene cierta consistencia. - agregó Zingla- Y digo “cierta”, porque algunas partes del poema no se explican mediante las supuestas predicciones de este lorito. Fíjese algunos de los últimos versos:

31 Un gato blanco en el techo
33 El sesentón entrecano.

Esos versos no hablan sobre Jorge Mux. Hablan, respectivamente, del gato de Jorge Mux y de mí.

- Usted no entendió nada - arremetió Bellabarba- el loro no sólo determina las decisiones de Jorge Mux. También determina las cosas que rodean a Jorge Mux. Si Jorge Mux pudiera dominar el universo, las palabras del loro podrían referirse a cualquier acontecimiento del universo.

- Entiendo. - dije. - ¿Me puedo acostar a dormir? ¿Se acabaron los misterios?

- No tan rápido - dijo Bellabarba. - La parte más delicada viene ahora.

Ya estaba bastante inmunizado de revelaciones, así que me resigné y me dispuse a escuchar.

- Ahora tengo que enseñarle a alimentar y cuidar a su loro. Debe aprender la manera de interpretar sus frases golémicas. Las frases que dictan su futuro. Debe publicar esas frases cada día de su cumpleaños. Y debe tener cuidado de escoger bien las frases. Ahora -entiéndalo- su vida no depende ni del trabajo, ni del estudio, ni de las miserables preocupaciones que lo atosigaron hasta el día de hoy. Su vida pende de este loro.

Zingla miraba pensativo.

- Claro, a menos que el loro dicte que usted, Jorge Mux, morirá el año que viene. O a menos que el loro quede mudo por alguna afección en las cuerdas vocales.

Bellabarba abrió la jaula. El loro salió haciendo un torpe vuelo y se posó sobre el televisor, al tiempo en que mi gato Tiziano se enloquecía y lo perseguía con furia, poniendo en riesgo mi precaria existencia de barro.

- Qué cruel destino el de los gólems. -dijo Bellabarba- Unas palabritas humillantes y un par de animalejos deciden su futuro.

Mientras se reía, pensé en matarlo. No me atreví. Quizás, porque el loro no me lo había dictado aun.

Justo en el instante de la carcajada más sonora, el loro habló con voz gutural e imponente.

[Esta historia, en realidad, debería poseer una cuarta parte, pero prefiero no abusar de la paciencia de los pocos lectores de Monstruos y Berenjenas]


15 comentarios:

Iota dijo...

34 Y Jorge publicará la cuarta parte

Anónimo dijo...

El que escribe en este blog es Mux o es el loro?

Yo quiero la cuarta parte. No lo consideraré como un abuso, quédese tranquilo. Lo tomaré como un regalo.

Luz dijo...

Cuarta parte!

Anónimo dijo...

¡Mi reino por un loro!

María dijo...

Sr Mux, ¡por favor una cuarta parte! por favor...

Anónimo dijo...

Si, cuarta parte! ¿Que dijo ese animal emplumado?

Soy yo dijo...

Sr. Mux, ¿no nos va a dejar con la intriga, no? Cuarta parte ya!!
Muchos saludos,

Alex dijo...

SALUDOS TERRRRRRRICOLASSSSSSSSSSSSS!!

SOY EL LORO DEL GOLEM MUXXXXXXXXXXXX

MI FRASSSSSSE DE ESSSSTE AÑO ESSSSSSSSS:

"34 Y TERMINASTE TU RELATO"

Y AHOOOORAAAA, SACAMEEEE ESTE GAAATOOOO DE ACAAAAAAAAAAAAA!!!!

Anónimo dijo...

Abuse, abuse con tranquilidad..

Noticias del culo dijo...

Que buenos relatos que se encuentran aca siempre.

Usted es el profesor que no cree en la lógica o me pasaron mal el dato… (si no es usted es uno de Japón)?

Jorge Mux dijo...

noticias del culo: le pasaron mal el dato.

Anónimo dijo...

El malón de lectores de monstruos y berenjenas quiere cuarta parte.

Anónimo dijo...

...y la cuarta?

AEZ dijo...

Gran texto, señor Mux. Saludos. *Hace reverencia y se retira silenciosamente*

AEZ dijo...
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