martes, 8 de agosto de 2006

Tereneter


El mejor recuerdo de mi vida es un recuerdo falso.
Es una tarde de verano, tal vez febrero, con el sol disimulado y amortiguado por las madreselvas del patio de la casa de Mirta. Hay sillas de madera, una mesa grande con una amplia sombrilla. Hay té helado. Estamos todos los integrantes. Todos somos jóvenes, o eternos. Nicolás lee un poema revelador y Mirta, quien ha estado dormida, se despierta. La noche nunca llega.

El mejor recuerdo de mi vida es la fusión de unos pocos recuerdos, algunos sueños y muchos deseos. Lo único cierto (lo único que de verdad es parte de un recuerdo y no una fantasía) es que, en ciertas épocas de mi vida, el tiempo se detenía y la noche nunca llegaba, o nunca se iba.

Lo otro que quizás sea cierto es que Mirta, quien hace no muchos días falleció, coordinaba nuestros encuentros de taller literario los martes a la tarde. Laura, Melina, Gladys, Marta, Nicolás, Máximo y yo éramos integrantes estables de estas reuniones en las que escribíamos poco y especulábamos mucho, en particular sobre la relación entre el lenguaje, el pensamiento y el mundo. A veces se sumaban otras personas. A veces éramos sólo Mirta y yo.

Durante casi cinco años nos reunimos en la casa de Mirta. Si hacía calor, íbamos al patio de madreselvas y tomábamos té helado hasta la madrugada. Si hacía frío, estábamos en el living con sillones de algarrobo, estufa a leña y capuccinos. Esas reuniones, que eran casi perfectas (al menos en mis recuerdos iluminados por la fantasía y la nostalgia) se terminaron algún día impreciso, hace muchos años. Los integrantes del taller se dispersaron por el mundo y de algunos de ellos sólo sé que tal vez estén vivos. En todo caso ya no importa.

Laura tuvo una hija y se fue a La Plata (o viceversa). Melina salió a bailar tango por todo el mundo. Gladys se casó. Marta se fue lejos a estudiar antropología. Nicolás simplemente dejó de ir. Máximo murió al tropezarse con una piedra mientras corría ensangrentado para escapar de un perro que ya le había arrancado los testículos y parte de la ingle.

Nicolás era (es) el más talentoso del grupo. No sólo cada martes nos sorprendía y cautivaba con lo que había escrito durante la semana; también nos traía reveladoras teorías metafísicas y fascinantes experimentos mentales. Dominaba a la perfección el infinito universo de lo imaginario. No es casual que en mi ficticio recuerdo perfecto él estuviera leyendo un poema.

Una de sus ocupaciones era Tereneter. Una vez había escrito:

“TERENETER: Su nombre es una fusión de terra nec terra, voz latina que significa ‘Tierra y no tierra’. Tereneter es un mundo mental al que se accede mediante una secuencia de pensamientos.”

La hipótesis de Nicolás era que se llega a Tereneter si uno imagina ciertos objetos; si los imagina con cierta vivacidad y en determinada sucesión. Por ejemplo, la imagen de una lámpara, un arco iris, un árbol de avellanas en primavera, una caja de vino, una mesa de algarrobo, podrían ser la llave de Tereneter. “El reino de lo imaginario se maneja con reglas objetivas y claras. El asunto es encontrar esas reglas”, decía él en alguna de las reuniones. Tereneter, entonces, no era un mundo de fantasía; era una hipótesis de trabajo. “Una vez que estamos en Tereneter ya no somos dueños de imaginar lo que sea, porque el mundo de lo imaginario se nos impone como si fuera una realidad objetiva. En otras palabras, en Tereneter estaremos como en un sueño, en el cual las cosas que ocurren son imaginarias, pero de todos modos no son producto de nuestra voluntad y fluyen de un modo preciso y definido.”

“Mucha gente – decía Nicolás – confunde mundo imaginario con mundo ficticio. No todo lo que imaginas es una libre creación tuya. Hay mundos imaginarios que nos imponen sus propias imágenes”

Pasamos muchas tardes en el taller tratando de encontrar la llave de Tereneter. Proponíamos secuencias aleatorias de palabras y luego tratábamos de imaginar su significado. “árbol, pan, libro, oro”. Si no lográbamos entrar a Tereneter podía ser o bien porque no estábamos imaginando las palabras correctas, o bien porque no las imaginábamos con la suficiente fuerza. “Imaginar bien un árbol es pensar en cada una de sus ramas, en el último otoño que pasó, en la semilla que fue ese árbol, en el aroma de la savia, en el viento que mueve sus hojas, en los insectos que viven en su corteza… El árbol imaginado debe ser más real que cualquiera de los árboles del mundo”

Una noche de tormenta, días después de la terrible muerte de Máximo, Nicolás me llamó y me dijo que había encontrado la llave a Tereneter. “Estuvimos equivocados; no hay que pensar en palabras sueltas sino en imágenes muy complicadas que no pueden traducirse a un solo vocablo”. Me dio ejemplos imprecisos (recuerdo uno: “la mañana escalope y el cielo con arreboles verdes y tierra húmeda flotando en las nubes caballos siena, miríadas de viento”) y luego me decía “eso para que te des una idea, porque ni siquiera es exactamente así”. Estaba muy agitado. “Estuve con Máximo en Tereneter”, me dijo. Cortó. En las sucesivas reuniones del taller no volvimos a hablar del tema, entre otras cosas porque estábamos bastante sensibilizados con lo que le había ocurrido a Máximo.

Años después, ya cuando los integrantes del taller nos habíamos dispersado por el mundo, le pregunté a Nicolás qué había pasado con Tereneter. “Fue un sueño, nada más”, me dijo. No le creí.

No hace mucho, en una espantosa noche de viento invernal, traté de repasar algunas de las secuencias que practicábamos durante el taller. Traté de elaborar imágenes muy complicadas y finalmente ocurrió algo inesperado. Fabulosamente inesperado.
Después de imaginar un castillo de cristal sumergido en un mar de agua verde, después de que miles de burbujas brillantes cayeran sobre él, mi mente dejó de esforzarse y el resto de ese mundo imaginario vino a mí como si lo estuviera viendo. Ya no era dueño de imaginar lo que quería; cada objeto que aparecía a mi mente era una sorpresa. Aparecieron, sin que yo los llamara, unos animales alados de cristal que flotaban sobre un fondo de nubes verdes. Me rodearon y dijeron cinco palabras casi inaudibles: “una casa de azahares perfumados”. Un segundo después desaparecieron y volví a la oscuridad de la noche de viento.
Al día siguiente llamé a Nicolás y le dije, tratando de imitar el susurro de los animales fantásticos: “una casa de azahares perfumados”. Me cortó y me dijo que no lo moleste más.
Durante días traté de imaginar una casa de azahares perfumados y, después de un paciente trabajo, volvió a aparecer ante mí ese cielo verde (cielo sin tierra, cielo apenas limitado por una discontinua marejada de nubes multicolores) y las criaturas de cristal aparecieron una vez más y me llevaron a un lugar que en mi mente aparecía como el gineceo del mundo de combustión intrauterino. Otra vez se cortó la imaginación. Ya no volví a llamar a Nicolás.

Cuando uno imagina una clave correcta, después aparecen los elementos para seguir accediendo a niveles más profundos. Las claves pueden ser infinitas; yo accedí a una de ellas y luego los seres de Terenter me condujeron a otras claves. Pude haber seguido sus pistas, o pude haber abandonado antes. Si uno está cansado, o si la imaginación es deficiente, no se llega. O se llega a universos imaginarios horribles.

Seguramente Nicolás se encontró con Máximo en Tereneter. Seguramente abrió la llave de espantosas criaturas que lo acosan desde adentro de un mundo imaginario. Quizás, si uno avanza en las claves para ingresar a Tereneter, el mundo imaginario realiza una invasión en el mundo real, y ya cada cosa que uno imagine (por ejemplo, la pizza que se está a punto de almorzar) sea puntapié para que la propia imaginación sea raptada por los seres de Tereneter. Quizás ante la mínima imagen mental, el mínimo recuerdo, se abran las puertas de Tereneter y cualquier imagen desemboque en un despliegue insoportable de vivacidad, belleza y terror.
El mejor recuerdo de mi vida, el falso recuerdo, con el sol disimulado y amortiguado por las madreselvas del patio de la casa de Mirta, en el que Nicolás lee un poema revelador, no es un recuerdo. Tengo la sospecha de que esa imagen perfecta, cuya perfección compartiríamos todos los integrantes del taller, haya sido quizás una imagen que, desde Tereneter, me han enviado Nicolás o Máximo. Sospecho que el poema perfecto que lee Nicolás en esa imagen es una clave y, si descubro qué dice exactamente (el recuerdo es un poco difuso) me podré encontrar con todos ellos en esa tarde de febrero en la que seremos jóvenes y eternos.

10 comentarios:

Diego Perdomo dijo...

He pensado muchas veces en esas combinaciones. En verdad solo pienso en eso.

Combinaciones de objetos conocidos para que químicamente en una licuadora deslumbrante pero aún no inventada, confluyan en algo maravilloso. Por ejemplo de la mezcla de un ladrillo quemado, un zapato marrón de ferroviario, hielo seco, y quinientas manzanas se obtiene, tal vez, una bebida que activa el crecimiento y detiene la vejez.
Pienso en esto porque muchas veces me pregunto cómo es que descubrieron que algunas extrañas hojas de un cierto y escondido valle de África una vez cortadas y puestas a secar al sol, se muelen, se mezclan con tabaco, se fuman y así se curan las dolencias del alma.
Las combinaciones entonces son infinitas y los resultados en 99 porciento no sirven para nada, o simplemente sirven para resolver problemas que aún desconocemos.

Tambien pienso en las combinaciones de acontecimientos para que uno esté donde está. El otro día supe que una mujer hermosa que conozco fue concebida por sus padres en una reconciliación tras una infidelidad.
No pude dejar de pensar en la noche que el padre conoció a la otra mujer (tal vez por la calle) y luego las circunstancias y las culpas, o a lo mejor alguien lo vio y lo delató. En fin todas casualidades que llevaron a que esta mujer exista. Y que su hijo salve (o someta) a la humanidad.
Alguno dirá que hubiera existido de todos modos. Con esos no discuto.

Por último, la combinación de imágenes para acceder a un mundo imaginario o no, como Jorge propone en su post, me parece algo absolutamente lógico y su búsqueda eterna nos ayuda a soportar no solo noches heladas de invierno en soledad sino ese detalle que se suele llamar "todo lo demás".

Bandana dijo...

El famoso "Juego de la copa", acaso, ¿no es una variante casi absurda de esta química que propone Diego? Alguien descubrió que haciendo un círculo con letras de papel y una copa, se puede invocar espíritus. ¿Cuántas combinaciones de este tipo abrirán la llave para que seres metafísicos se transfuguen hacia nuestro mundo?

Lucas J. dijo...

Antes que nada Jorge, perdón por la ausencia; estaba de vacaciones (merecidas o no, las disfrutré)

Creo que Tereneter es más que lo que plantean diego y bandana; aunque sin desmerecer sus opiniones (las cuales comparto), pienso que todos los que nos sentamos a escribir somos transportados a esta realidad imaginaria donde no tenemos control de lo que sucede... O al menos así me sucede a mí.
Es decir, yo siento que crear una narración, una historia donde entran en juego personajes con personalidades complejas (o no tanto) y sus respectivos contextos son cosas que surgen en la mente del escritor casi sin proponérselo.

Saludos!

Anónimo dijo...

Siempre queda algo detrás de la mirada, detrás del pensamiento. El lenguaje agota la realidad, pero la realidad no se agota en sí.
Todo es más real de lo que parece.

Martino dijo...

Yo no digo nada sobre ésto. Solamente te cuento que soy un lector recién adquirido y que me quedo porque me gusta, así te ponés contento.

Anónimo dijo...

Muy bueno Jorge Mux, no todos estuvimos alguna vez en tereneter, es que no todos queremos estar ahi

Ana dijo...

Creo que después de la obligación de viajar solo con una bolsita de plástico, un boleto de avión, el pasaporte y una billetera,los lugares a donde uno debe viajar son esos que has descrito.

Martino dijo...

O el Tigre.

Anónimo dijo...

Si pudiera disponer de muchísimos meses, y de un espacio enorme, y si ademas pudiera reproducir exactamente las imagenes que me genero este relato, podrias entender lo mucho que me gusto, e incluso que me emocionó.
Es una de las historias más bellas que he leido en los ultimos años, y relamente quiero agradecerte por ofrecer algo así.

No dejes nunca de escribir.

Anónimo dijo...

Es un texto bellísimo, inspirador de sensaciones poderosas y emociones muy imprecisas.
Felicitaciones.