domingo, 25 de marzo de 2007

Teratofobia

Dante tiene un vecino retrasado mental a quien odia y teme.

Desde muy chico, Dante siente fobia por el rostro y el cuerpo de la mayoría de los humanos. No puede mirar a la cara a quien tiene granos o verrugas en la nariz. Le causa una profunda impresión la piel de los negros y, por sobre todas las cosas, aborrece hasta la náusea a las personas obesas, a las mujeres de piernas arqueadas y vientre color leche, y a los retrasados mentales.

Con los obesos y los retrasados tiene una especial saña. Sospecha que la obesidad, aunque sea localizada, es indicio de algo muy malo. Su argumento es: no puede ser bueno un cuerpo con un trasero enorme e imposible de sujetar dentro de jeans. Dante sospecha que si un organismo se escapa de ciertas riendas naturales; si una barriga crece más de lo deseable o las caderas se vuelven anchas hasta sobrar, es señal de una voluntad mala o pusilánime. Si el organismo comienza funcionar con reglas mórbidas, es porque la persona hizo algo para ello. Gracias a esta macabra concepción fatalista, Dante equipara a las personas obesas con los enfermos de cáncer: en ambos, algo que el cuerpo y la mente debían controlar, se desboca hasta la muerte; y eso le parece a él un síntoma de falta de apego a la vida, de inmadurez o incluso de una inconsciente necesidad de suicidio. “Los cancerosos –pensaría Dante si alguna vez hiciera conscientes sus miserias-, como son incapaces de clavarse un cuchillo para matarse, generan un tumor dentro de ellos que hace las veces de ese cuchillo que debieron haberse clavado”.

Si sus pensamientos en torno a los obesos llegan a límites que asquean, su opinión para con los retrasados mentales produce miedo. Dante les teme, los aleja de su vista y los odia. Esa mezcla de odio y temor inconfesables lo llevan a creer que un tonto es tonto porque Dios, o alguien antes de nacer, decidió que así fuera. En el paroxismo de su razonamiento, concluye que ellos mismos decidieron ser tontos para verse beneficiados por todos nosotros. Aunque él sabe que los beneficios de la oligofrenia son mínimos y discutibles, suele mantener firmemente esta postura.

La vecina del departamento de adelante tiene un hijo retrasado. Ya es un hombre de más de treinta años y pasa gran parte del día sentado o correteando por el pasillo. Dante, todos los días, atraviesa ese pasillo en común porque vive en un departamento interno. Al hombre retrasado le dicen Quique y es fanático de las milanesas de carne que prepara su madre. Tiene una enorme fascinación por los insectos, y su rostro –lo que más le impresiona a Dante- no es el típico mongoloide. El rostro de Quique tiene una deformidad espeluznante. Como si a una mitad de la cara le hubieran puesto la mitad de otra cara, ajena, hosca y ominosa. El resultado de esa conjunción sombría provoca las sospecha de que cada parte (por ejemplo, el pómulo derecho) tironea a otra (digamos, el ojo izquierdo), y todo en él es una tensión asimétrica y pavorosa. Pero a Dante le impresiona mucho más la mirada de Quique. No entiende que detrás de esa máscara de carnaval mal hecha, pueda haber un par de ojos marrones que miran con melancolía e incluso inteligencia.

Cada vez que puede, Dante le hace bromas siniestras a Quique, aprovechando que su madre no está todo el tiempo para cuidarlo. Una vez puso varias trampas para rata en el pasillo. Dante sabía que Quique sentiría curiosidad por esos exóticos dispositivos con resorte. Lo inevitable ocurrió: pocos minutos después, Quique se había agarrado el dedo gordo con una trampa. Cuando se fue llorando a los gritos, Dante guardó las trampas –para que no queden pruebas- y se sentó en su cama a reírse durante largos minutos.

Otra vez le convidó a Quique un alfajor envenenado. El veneno no era letal, y tenía un efecto retardado. Parece que Quique, horas después de comer ese alfajor, tuvo diarrea y vómitos. A Dante le resultaba más gracioso el hecho de que Quique no podía contarle a su madre lo sucedido, y mucho menos sospechar. Esa impunidad –parecida a la del inocente ring raje, pero con tintes morbosos- llenaba su vida de una satisfacción diabólica.

Hoy a Dante le va a ocurrir algo terrible.

Ha planeado una broma desquiciada y siniestra. Ha comprado dos kilos de milanesas de carne; se ha puesto a freírlas y se ha escondido en el techo para arrojárselas una por una a Quique. Y Quique, que está sentado en el pasillo, con una expresión entre perdida e irónica, da un respingo, se pasa la mano por la cabeza, descubre que llueven milangas y come desesperado. Come y sale corriendo por el pasillo, para recoger todas las milangas que hay desperdigadas como si fueran granizo. Dante a veces arroja una milanesa, y a veces una piedra. Quique, confundido, va a buscar la piedra, se la mete en la boca y la escupe. Dante no puede parar de reír. Está así cinco o diez minutos, arrojando milanesas, hasta que se aburre y baja del techo.

La madre de Quique es una vieja fea, desdentada y de pelo largo y ceniciento. Dante no tiene trato con ella y está feliz de no tenerlo. Hoy, ya entrada la noche, la señora golpea la puerta de Dante.

- - Salga por favor, señor – dice con voz humilde y aspirada.

Dante observa por la mirilla y finge que no está. Por suerte, no se ven luces encendidas y vive solo, así que nada delata su presencia.

- Por favor, señor, salga. Abra la puerta, señor. –repite la anciana.

Dante está inquieto, pero el tono de la anciana no es amenazante. Quizás eso le causa más temor aun.

- Algún día va a tener que salir, señor. Yo solamente quiero hablar. –dice la mujer del otro lado de la puerta.

Dante no abrió. Ya eran las once de la noche; esperó unos minutos, se bañó y se fue a acostar.

Sin embargo, la anciana todavía esperaba frente a la puerta. Estaba en silencio, de pie, dando unos pasitos inquietos y respirando tranquilamente. Así estuvo toda la noche, o gran parte de ella.

Dante trató de dormir, pero no pudo. Sin embargo, en medio de un entresueño, recordó algo.

Hacía treinta años, cuando él mismo era apenas un adolescente, esa misma vieja que ahora esperaba afuera era una pordiosera. Ahora casi no tenía dientes; en aquel entonces tampoco. Esa mujer estaba embarazada y se acercó a Dante para pedirle una limosna. Dante, en cambio, le dio una sonora patada en la panza. La mujer se arqueó y cayó al piso, y Dante siguió su vida hasta esta funesta noche de estudiado encuentro.

Jamás había vuelto a recordar ese episodio, y nunca había asociado ese rostro con ese recuerdo. Hoy, ante la inminencia de algo terrible, le vino a la mente la explicación de muchas cosas.

A las cuatro de la mañana, Dante escuchó los pasos que se alejaban y por fin se durmió tranquilo. En sus pesadillas, esa noche, un enorme hombre desnudo le daba nalgadas en una playa y un personaje de la farándula le arrojaba arena a los ojos y a la boca.

Cuando se despertó, al mediodía, salió al pasillo y recibió varios golpes en la cabeza. Quique y su madre lo esperaron con palos, como dos arañas que encuentran su oportunidad tras la infinita y silenciosa paciencia. Luego lo arrastraron al patio, le arrojaron con furia restos de milanesa que Quique no había comido, lo picaron con trampas de ratas y le hicieron tragar un líquido de sabor amargo.

Ahora Quique y Dante son amigos. Quique va a cumplir los cuarenta y Dante tiene cincuenta y ocho. Dante usa silla de ruedas y no puede controlar el esfínter ni la mandíbula; por eso babea y habla poco. Y lo poco que dice no se entiende. Quique le trae cucarachas o arañas que encuentra, y Dante aplaude entusiasmado, porque ahora a él también le fascinan los insectos, y las milanesas.

7 comentarios:

Señorita Cosmo dijo...

Ay por Dios! Es muy bueno y como siempre muy atrapante.
Me hizo acordar a "La gallina degollada" de Quiroga, no sólo por la obviedad del retrasado mental si no por el ambiente oscuro en el que me lo imaginé y lo macabro del final.
Me encantó.

Juan Ignacio dijo...

Yo digo... entonces es verdad eso de que "el opresor es el oprimido" ?

Tenés que leer a R2D2 Jorge, en serio.

Igor dijo...

Muy bueno. Gracias por volver, se lo extrañaba!
Saludos. ¿que estás buscando? me gusta mucho.

Lucas J. dijo...

Hay un refrán que dice "al que escupe al cielo..."
Gracias por otro relato soberbio, jorge.

Saludos!

gen71 dijo...

Impresionante relato. Me lo imagino dibujado por el Viejo Breccia... sería espectacular.
Felicitaciones.

yerbanohay dijo...

lo convirtió en mejor persona!..por lo menos le ahorro el temita ese de ir al infierno, y claro, lo mando a un lugar donde desde ahora solamente se puede ganar el cielo no? santa mujer!

Anónimo dijo...

Que horrible! no el cuento, sino el momento en que Dante recuerda lo que le hizo a la señora!