En abril de 1982 yo tenía ocho años.
Las noticias de la guerra de Malvinas, los “oscurecimientos” –apagones forzosos a partir de las seis de la tarde- y los simulacros de evacuación por bombardeo que hacíamos en la escuela, ocuparon una buena parte de mi mente durante los dos meses que duraron las operaciones. Fue recurrente costumbre hacernos formar todos los días en el salón de actos, cantar la marcha de Malvinas en lugar de Aurora, y luego hacernos correr –literalmente- hacia las aulas para meternos debajo de la mesa con las manos en la nuca. “Aléjense de los vidrios, porque si cae una bomba, lo primero que vuela por la onda expansiva son los cristales”, decía la encargada de coordinar la evacuación: una maestra que, según puedo inferir ahora, debía estar casada con un militar. Mis recuerdos de aquellos tiempos están asociados con una tibia depresión y un desesperado temor contenido. Había razones para eso.
Desde el principio de la guerra se rumoreó que los ingleses querían tirar una bomba atómica en Córdoba. También, se decía, las tropas estadounidenses y chilenas iban a apoyar el ataque inglés con misiles hacia ciudades estratégicas de la Argentina, entre ellas –inevitablemente- mi propia ciudad. A veinticinco años de este suceso, me aterra todavía pensar que estos rumores eran ciertos: efectivamente, ingleses, chilenos y estadounidenses iban a hacernos volar por los aires, si los argentinos en las islas se resistían demasiado.
Mi familia y yo vivíamos en el décimo piso de un edificio. Cuando llegaba la hora del apagón, teníamos que tapar con cortinas cualquier escape de luz por las ventanas. Yo recuerdo alguna noche de abril haber salido al balcón y ver la ciudad prácticamente a oscuras. Las lamparitas de neón de las calles habían sido reemplazadas por otras mucho más tenues. Las ventanas de los edificios aledaños estaban cerradas, y las luces familiares de los barrios lejanos parecían amortiguadas, como si estuvieran tras un manto de neblina. Una neblina pegajosa parecida al humo de la pólvora. Cada tanto, las luces intermitentes de dos o tres aviones inquietos rompían la monotonía de la penumbra. La guerra, para mí, está asociada con ese cuadro.
Por aquellos días, el consorcio del edificio se reunió para ejecutar su propio plan de evacuación. Designaron jefes de piso (mi papá era el del décimo) y, en caso de ataque, todos debíamos bajar corriendo por las escaleras y atrincherarnos en la cochera que quedaba a la vuelta. Pero –calcularon los del consorcio- la cochera quedaba demasiado lejos. Por eso se dispuso hacer un enorme agujero en una pared aledaña al jardín del edificio –pared que daba directamente a la cochera-, para que todos pudiéramos zambullirnos a través de él directamente en el oscuro subsuelo, a la espera del bombardeo.
La celeridad con que se hizo ese agujero en la pared me dio a entender que el ataque masivo no era una simple hipótesis, sino una seria posibilidad. En la escuela, algunos morbosos compañeros que disfrutaban con el terror ajeno, decían algo inquietante: si hay un ataque, lo primero que van a hacer es tirarle a los edificios. Por eso, yo me imaginaba que no íbamos a tener tiempo de bajar diez pisos, atravesar una puerta y arrojarnos por el agujero. Todavía recuerdo el humor de mi padre quien, seguramente tan preocupado como yo, se reía por el triste destino que le esperaba a la gorda del piso doce: por muchos motivos era la que más iba a tardar en bajar, y cuando llegara, iba a quedar atascada en el agujero. “Menos mal que vive en el último piso” – seguía diciendo mi viejo- “si viviera en el primero, la gorda es la primera en bajar, queda atorada y nosotros no podemos entrar. Si queda atascada y es la última, por lo menos nos sirve de tapón”
A pesar de estas pinceladas de humor, mi mente durante esos dos meses tenía una especie de ruido de fondo, como en las películas de guerra: aun mientras dormía, mientras estaba en el más absoluto silencio, yo sentía el feroz estampido de las posibles explosiones que me acompañaba a todas partes.
2.
En aquella época casi todo estaba prohibido. No se podía hacer reuniones, había un estricto toque de queda y a las siete de la tarde ya no se podía salir a jugar al jardín del edificio. Pero de vez en cuando había un cumpleaños, y en esos casos las reglas se podían flexibilizar un poco. Un cumpleaños era una salida, un escape, otro agujero en la pared.
En mayo mi tío Eduardo festejó su cumpleaños con un asado. La reunión se hizo un sábado a la noche. La temperatura era agradable; por eso mi tía y mi mamá sacaron la mesa al patio. En la radio y en la televisión sólo se hablaba de batallas, gloria, honor y patria. Como no querían compartir el pormenorizado y tendencioso fervor patriótico, apagaron todo y pusieron viejos discos en el winco. Estaban mis primas y habían ido algunos amigos de mi tío, con sus familias.
Parecía una noche idílica, una de esas noches de verano en las que el hierro de la escuela es un murmullo lejano y suave. Una noche que se había abierto paso desde otra realidad u otro tiempo. Después del asado bailamos en el patio. Recuerdo que bailé Great Balls of Fire con mi prima Lorena y en algún momento le dije que me quería casar con ella.
Descorchamos algunas sidras y mi papá nos sirvió a mí y a mi hermano un décimo de vaso para brindar. El brindis con un sorbo de alcohol era un ritual que repetíamos en cada festejo. Luego vino la torta y el feliz cumpleaños.
A la una de la mañana se levantó un viento frío y el cielo tenía unas nubes rojizas que destellaban cada tanto. No le habíamos prestado atención, pero desde hacía una hora muchos aviones venían paseando por el cielo, como frenéticos indicadores de que algo no andaba bien. Los amigos de mi tío se despidieron apurados y se fueron. La música se detuvo. Mientras entrábamos las sillas, los platos de torta y las mesas, tratábamos de hablar para llenar los horribles sonidos que nos traía la realidad: un viento de hielo y muchos motores de avión rondando como mosquitos rabiosos.
Íbamos a seguir la reunión en la cocina. La tía Mary estaba preparando café. Mi tío Eduardo, mi hermano y yo nos quedamos en el patio acomodando algunas cosas. Miré el tocadiscos winco, en cuyo plato habían quedado seis discos de música de los años sesenta y setenta, apoyado en el marco de una ventana que daba al patio.
“¿Entro el tocadiscos, tío?”, le pregunté.
No hubo respuesta.
Sólo un sonido de aire quebrado. Un silbido que venía del cielo cortando el viento y, finalmente, algo pesado que cayó en el cantero de tierra. Me alejé corriendo y llamé al resto de la familia.
Nos habían arrojado una bomba.
Desde alguno de los aviones, había caído un proyectil de casi veinte centímetros. Parecía una bala gigante.
Mi tío se acercó y lo tocó. “Está caliente”, dijo.
La tía Mary apagó el agua para el café y nos pidió a todos que nos pusiéramos las camperas. Mi mamá salió de casa y encendió el motor del auto. Salimos dejando las luces encendidas y el tocadiscos en la ventana.
-Tuvimos suerte de que cayó en el cantero – dijo mi tío mientras manejaba- si caía en el piso de cemento, explotaba por el impacto.
Esa noche deambulamos unas cuantas horas hasta que un conocido de mi tío se ofreció para investigar qué clase de proyectil había caído al patio. Yo estaba convencido de que ya habían empezado a atacarnos.
Esa noche aprendí muchas cosas.
Parece que el proyectil no era del enemigo. Parece que era de un avión de la Fuerza Aérea Argentina que estaba patrullando por la zona. Parece ser que, en un descuido, el piloto dejó caer una bomba. Fue sólo eso, un descuido. Un descuido afortunado. “Hicieron bien en salir de la casa”, dijo el conocido de mi tío. “Estos proyectiles funcionan por impacto, pero cuando están muy calientes por la fricción de la caída, el más mínimo roce puede hacerlos explotar. Si esto se detonaba, iba a volar toda la casa.”
“De todos modos, si no explotó con la caída – agregó- debe haber estado defectuoso.”
3
Mi tío Eduardo se quedó con el proyectil y unos años después se lo regaló a un herrero. El hijo del herrero quiso hacer un adorno; lo acercó a un horno caliente y lo golpeó varias veces con una maza.
14 comentarios:
El herrero al que tu tío le regaló el proyectil no vivía en Río Tercero, ¿no?
Excelente como siempre, Jorge. Es una vergüenza que diga esto, pero tu ficción es más real que muchas noticias publicadas en la época.
Por esa época, yo tenía apenas un par de años más que el protagonista de tu relato.
Las descripciones coinciden notablemente con mis propios recuerdos.
De esa época conservo la certeza de que el oído es mucho más sensible en la oscuridad que a plena luz del día.
Errar es humano y bombardear, divino. Herrar es todavía más humano.
Aviso que no conozco a Mux físicamente y que de ahora en adelante lo voy a imaginar parecido al doctor ese de ER cuando todavía tenía pelo y cantaba "Great Balls of Fire".
Saludos, Mux.
Perdoname, Jorge Mux, pero mí cumpleaños es en mayo. Espero que te sirva la referencia.
jorgE!.. un fla de relato. La verdad debo decir que hoy la charla me gusto demasiado. Lo estaba necesitando. El mundo necesita que nos conozcamos. Conocerce. ... y pensaba que seria bueno hablar sobre la guerra. Sobre como nos manejan las cabezas...
este es uno de los post de mi flog. Invito a quienes quieran a leerlo. Hablo de todo y de nada.
www.fotolog.com/locuratronic
"las malvinas... y toda la tierra es de nadie y de todos. la guerra apesta. los que festejan guerras apestan. y los que solo piensan en los caidos argentinos me dan mucho mucho asco. Y lastima...
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A ver.. queridos simmios...: lo que nosotros llamamos pais, no es mas que una construccion historica de tipos que fueron manejando los poderes en las zonas geográficas que habitamos. Y muchos de nuestros ideales que creemos innatos y verdaderos y sublimes y memo memo mema.... son una cagada ahistorica metida en la cabeza por la escuela, las creencias del pueblo, las religiones, y los simpsons... Espero cambien las cosas, imagine all the people without that fuckings shits inside them brains!...
la paz es solo posible con el entendimiento
el entendimiento con el conocimiento
el conocimiento sin prejuicios
los prejuicios sin idolatrias
las idolatrias ... generan ese tan pedorro fanatismo que nos dice que somos hijitos de dios y en su nombre, buenos hijitos de puta terminamos siendo. Jesus dijo amense los unos a los otros, no que le hagan la guerra a los ingleses, a los argentinos, a nadie!... ni a bush.
saluD!
SH! :P
laU"
Excelente relato de una realidad ficcionada, queda la duda, será verdad? Realmente lográs atrapar con tus relatos.
Que bueno que está! yo naci en el 84, y durante años la guerra fue algo que estuvo ahi, antes que yo, y no me interesaba demasiado. Con el tiempo fui aprendiendo mas, y hoy es un tema que me llega mucho, como la dictadura, son cosas que no puedo entender.
Este relato me muestra otro lado de la guerra que no conocia.
Excelente, don Mux.
Me impactó muchisimo el relato. Muy bueno. Todavía estoy metida dentro de las sus lineas, así que no se bien que decir.
Hasta luego.
-Sole-
Yo me acuerdo que mi curso, estabamos en quinto año, donamos todo lo que teniamos para irnos a bariloche. Pensabamos en los chicos tres años mayores que nosotros que estaban en el sur.Me acuerdo que la fiesta de fin de año no tuvo ningun lujo, ningún vestido largo ni exceso de entusiasmo, bailamos en guardapolvo y ya sin nada que festejar. Me acuerdo que en la tele siempre aparecía Julia Elena Dávalos cantando Guantanamera, ahora cuando escucho Guantanamera, me da pena.
Gracias Jorge por tu relato.
la marcha d malvinas existia antes de la guerra de malvinas? si asi es, cual es el significado de: bajo extraño pavellón?
La Marcha de las Malvinas es de 1939, con letra de Carlos Obligado y música de José Tieri.
El 2 de enero de 1833 entró en la bahía la nave de guerra británica Clio y su comandante Onslow comunicó al jefe argentino que iba a tomar posesión de las islas en nombre del rey de Inglaterra. Al día siguiente desembarcaron las fuerzas británicas, izaron el pabellón inglés.
De ahí viene lo de "extraño pabellón", amigo anónimo.
Buen relato Sr. Mux
:) gracias por sacarme la duda, y perdon por mi ignorancia.
Para mí todo esto es un juego que hay que jugar. Un juego que está bueno jugarlo a veces, un juego que se tiene que jugar como todo juego al que nosotros nos pongamos a jugar...
El juego no está rreglado previamente y parte del juego es pensar las reglas.
No sabía que se tomaron tan "denserio" la guerra en Córdoba.
Acá en Capital era una joda patriotera. Yo iba a 5to. año escuchaba a "Charcía" cantando "No bombardeen Bs. As." y le decía "Pelotudo, los ingleses tienen miles de empresas acá, ¿cómo van a bombardear?", pero, claro, no me escuchaba.
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