martes, 14 de agosto de 2007

Deutrofibia

En mis últimos viajes al futuro conocí una tormenta de agua sutil que caía desde cúbicas nubes verdes y cuadradas. Conocí un asteroide de células cancerosas que se había venido acercando a la Tierra hasta entrar en órbita con ella, girando casi a ras del suelo y poniendo en peligro todo a su paso. Conocí los sabores que mi lengua encontraría en una manzana si mi cerebro fuera de silicio. Conocí mesetas y tundras infestadas de pequeños robots salvajes: especies de silicio mutadas, autorreproducidas, que reptaban arrastrando su panza de plástico y llenaban el silencio de los arbustos con silbidos de altoparlante. Conocí un pequeño robot salvaje que mutaba hasta que su cuerpo se parecía a mi rostro. Conocí el Autologo: una voz de infinitas modulaciones que surge de la nada, que canta, cuenta historias, noticias viejas y pensamientos de gente muerta: una ligera vibración de aire que habla sin cansancio y que lleva su voz al vaivén del viento. Conocí personas que seguían al Autologo en su carrera etérea, creyendo que las palabras surgidas de la nada son un mensaje divino o una voz objetivada de su propia conciencia. Conocí a un hermano gemelo que tendré en el futuro. Conocí que mi madre, muerta en el año 2005, hará tortas fritas una tarde lluviosa del año 2145. Conocí que las ciudades del siglo XXII están hechas de un material reluciente como el cristal.

De todos los pasmosos sucesos del futuro, a mí me maravilló el más simple: el rostro melancólico, la piel perfecta y la mirada ausente y esquiva de algunas mujeres de fines del siglo XXII.

Ante cada uno de los breves, casuales y fugaces encuentros con una de estas mujeres, sentía una dolorosa atracción seguida de un terror breve pero profundo. A veces, sin saber que me iba a cruzar con una de ellas, algo en mí se activaba y comenzaba la adrenalina. Entonces, a los pocos metros –como si mi cuerpo pudiera anticiparse a los sucesos- aparecía alguna.

Durante varios días posteriores a la visión de esas mujeres, sentí una enorme opresión en el pecho cada vez que recordaba sus rostros. Tenían algo perturbador: con sólo verlas una vez, se hacía imposible olvidarlas. Pensé: es una suerte que jamás, ninguna de ellas, me hubiese mirado o dirigido la palabra. Si la sola visión de su rostro bastaba para que mi memoria retuviese sus detalles, creo que el recuerdo de su voz o su mirada escudriñándome me habrían matado.

Hasta aquí, pareciera que esas mujeres tenían la intensa virtud de enamorar. Pero en realidad, a pesar de su belleza innegable, me causaban una enorme repugnancia y el recuerdo –recurrente, obsesivo - de su mirada ausente aparecía una y otra vez, convirtiéndose en un repentino visitante indeseado.

Tuve la sospecha de que se trataba de robots, pero mi guía –en aquel viaje me acompañó otro viajero, Esteban Gorrer- me dijo al oído, apartándome:

- Son eófibas. No te acerques demasiado ni las mires a los ojos.

Después de un largo paseo en silencio, nos sentamos en un inmenso parque de césped transparente y me explicó qué ocurría con esas mujeres, a las cuales él parecía ser inmune:

Durante la tercera década del siglo XXI, comenzó el programa Deutrofibia. Esa palabra significa aproximadamente “segunda juventud”. El programa deutrofibia consistió en un tratamiento al que se podían someter los niños y las mujeres embarazadas, y cuyo éxito no se podía predecir con exactitud.

¿Qué se esperaba de ese tratamiento? Quienes lo recibieran, o los hijos de quienes lo habían recibido, iban a tener una segunda juventud.

Sus vidas transcurrirían normalmente. A los sesenta años, sin embargo, les crecería nuevo cabello; aumentarían la masa muscular y los niveles de testosterona (en los hombres) o estrógeno (en las mujeres). Las mujeres volverían a tener menstruación y podrían tener hijos. Paralelamente, comenzaría un proceso de regeneración de neuronas. A los setenta años, volverían a crecer los dientes. Para cuando la persona cumpliera ochenta años, el proceso de rejuvenecimiento habrá sido completo y la persona luciría, en todos sus aspectos, igual que a los veinticinco. La segunda juventud duraría aproximadamente hasta los ciento cuarenta años. A esa edad, el cuerpo envejecería rápidamente y en menos de una semana sobrevendría la muerte. A menos, claro, que para esa época se encontrara algún método de prolongar la deutrofibia.

Por supuesto, estas eran las expectativas más optimistas que, como podrás imaginar, no se cumplieron.

Los que participaron del proyecto tuvieron diversos destinos.

Algunos de ellos, al llegar a los sesenta años, simplemente envejecieron y murieron naturalmente. El tratamiento, en estas personas, no ejerció ningún efecto.

Otros recibieron algunos de sus efectos, pero no todos: volvían a tener dientes, o cabello, o una inexplicable energía, pero en su aspecto general seguían envejeciendo hasta morir a una edad promedio natural.

Otros, -la mayoría- recibieron las peores consecuencias. El tratamiento les hizo efecto, pero de manera negativa. A los sesenta años, algunos comenzaban a experimentar enfermedades degenerativas o deformidades. Lo más común era el cáncer, pero también hubo enfermedades nuevas y curiosas. Hubo ancianos a los que les crecía el cabello o los dientes sin control, a velocidades macroscópicamente perceptibles. De más está decir que estos rara vez vivían más allá de los setenta años.

Hubo un minúsculo grupo de personas que tuvieron todos los síntomas positivos de la deutrofibia, excepto uno: no vivieron ciento cuarenta años, sino apenas ochenta. Morían en el preciso momento en que se completaba todo lo que el tratamiento había prometido.

Existió incluso un grupo, aun más pequeño, de personas que sufrieron mutaciones y, literalmente, dejaron de ser humanos para convertirse en nuevas especies de animales. En la mayoría de los casos, no sobrevivían mucho tiempo después de la mutación, aunque hubo uno –realmente excepcional-, el caso de John Walker Ripley, quien se convirtió en un pez alado de agua salada con capacidad para reproducirse a través de las hembras de algunas especies de pejerreyes. Por causa de esa mutación, ahora existen los riplerreyes, que poseen alas con las que hacen pequeños vuelos a ras del agua, y pueden aprender a hablar.

Las terribles mujeres con las que nos hemos cruzado son una consecuencia del tratamiento deutrofibia. Son una consecuencia no del todo indeseada, pero escalofriante.

Este grupo sólo está conformado por mujeres –sólo mujeres-potencialmente inmortales. Por eso se las llama “eófibas”, que quiere decir “eternamente joven”. Llevan más de ciento ochenta años de vida y su rejuvenecimiento es continuo. No hay indicios de desgaste en los efectos del tratamiento. Su piel es cada día más suave y su belleza se acentúa año tras año. Incluso sus feromonas se vuelven más enloquecedoras para los hombres. Sin embargo, en sus ojos se puede ver un cansancio infinito por la vida.

Ahora bien, si te acercas demasiado a ellas es inevitable que te sientas encantado; sus feromonas son como el canto de las Sirenas. Son seres cuyo cuerpo está diseñado para generar una atracción incontenible. Pero por desgracia ellas tienen una repugnancia sobrehumana por todo lo que tenga que ver con el amor y el sexo. Hasta el punto de que, si un hombre insiste con su cortejo, pueden llegar a asesinarlo. Ocurre que, aunque sus cuerpos son perfectamente atractivos, por su cabeza sólo se cruzan los pensamientos de una abuelita ancianísima, de una ancianidad a la que ningún hombre ha llegado. En esa ignota ancianidad de ciento ochenta años sólo hay lugar para dos cosas: el ruego de que la dejen en paz y la furia asesina para los que no cumplen con su ruego.

8 comentarios:

Corvina dijo...

Hermoso relato, Mux. Ud. se acerca peligrosamente a la perfección.

gabrielaa. dijo...

escalofriante

Anónimo dijo...

En "El silencio de las sirenas", Kafka cuenta que "...las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio."

Relato soberbio, Mux: me pareció una combinación monstruosa la de la perfección del encanto y la repulsión a sus efectos, repugnancia multiplicada por los años que tardaron en madurar esos sentimientos.

Creo haberme topado alguna vez con esas miradas, pero no eran tan terribles ya que se trataba de mocositas de 16 años, y a esa edad todo es innocuo, todo es bello por vez primera, aun el desprecio, cándido y perdonable.

YHVH dijo...

Geroge como le va?
a respuesta a su pregunta, la pelicula es Seul contre tous o "Solo contra todos" de Gaspar Noe y si me apura le pongo esto

y que le puedo decir!
me canso de elogiarlo
...mire


SALUD!

Anónimo dijo...

Buenísimo Mux!! Está pelando en cinturón negro!! Esta tarde de nubes raras, es ideal para mirar a esos robots salvajes y comer tortas fritas del año 2145.
Un abrazo y mis respetos permanentes. Y un saludo para ese señor "Don Tunicia" que ha dejado un comentario fantástico.

Anónimo dijo...

Buenísimo Mux!! Está pelando en cinturón negro!! Esta tarde de nubes raras, es ideal para mirar a esos robots salvajes y comer tortas fritas del año 2145.
Un abrazo y mis respetos permanentes. Y un saludo para ese señor "Don Tunicia" que ha dejado un comentario fantástico.

Soy yo dijo...

Qué más se puede agregar a lo antedicho en estos comentarios. Excelente, como siempre y queda flotando en mí el pensamiento sobre la juventud o vida eterna.
Muchos saludos,

María dijo...

Me gustan muchos sus relatos Jorge, la verdad que son asombrosos, espectaculares y escalofriantes. No tiene pensado editarlos en un libro?