martes, 27 de febrero de 2007

Bronce de nogal dorado



Martín dejó de estudiar, de trabajar y de visitar a sus amigos a partir del día en que murió una de sus viejas y viudas tías. Parecía evidente, por ello, que la muerte de esta tía –con la que tenía poco contacto – le había afectado mucho. Sin embargo, con el tiempo me iba a enterar de que no fue la muerte, sino la herencia, lo que le había hecho tomar inesperadas decisiones en su vida.
La tía que acababa de morir se llamaba Elisa. Vivía sola en un departamento oscuro, enorme y húmedo en un barrio no muy alejado del centro. Su marido –el tío de Martín- había muerto quince años atrás y le había dejado a Elisa una pensión importante, muchos ahorros y varias colecciones de objetos extraños traídos de lugares remotos.
El tío había sido embajador en China, en India y en Pakistán durante los años cincuenta, y siempre tuvo importantes relaciones con funcionarios internacionales. Eso le permitió viajar y comprar los más exóticos artículos que salieran a su paso. Su nombre era Samuel y en la familia lo conocían como “El tío Sam”, por el acento extranjero que solía traer cada navidad, cuando se tomaba unas semanas para compartir con la familia. Martín recuerda que el tío Sam, a la vuelta de sus exóticos viajes de embajada, le traía de regalo objetos extraños, algunos de los cuales todavía (casi veinte años después) no podía adivinar para qué servían.
El tío Sam murió en una circunstancia rayana con lo metafísico, a los ochenta y dos años. Fue una tarde, en la cual estaba acomodando cajas en un sótano húmedo, mal iluminado y con olor a madera, que funcionaba como depósito de colecciones. Mientras buscaba algo entre unos cuadros que había traído de Kazajstán, comenzó a gritar: figurines inluminati! Después de dar tres o cuatro de estos gritos, quedó seco por un paro cardíaco.
Después de esta muerte, Elisa vivió como la silenciosa custodia de ese sótano. La tía, todos los días durante quince años, bajó al depósito a limpiar uno por uno los cuadros, los jarrones y los aparatos exóticos del tío Sam. La mañana en la que murió, fue encontrada precisamente en ese sótano. Un paro cardíaco.

Hasta aquí tenemos dos muertes naturales y un sótano lleno de objetos inusuales y sospechosos. Podríamos hacer una asociación fácil y rápida: alguno de esos objetos, traído de Oriente, había provocado la muerte de los tíos por medio de algún maleficio o virus milenario. Nada de eso. Martín jamás manejó esas hipótesis. El grito del tío Sam, figurines inluminati, “figurillas iluminadas”, parecía una expresión de encantamiento o de grata sorpresa. La muerte que siguió a esos gritos fue consecuencia de un enorme estado de excitación en un corazón frágil.

¿Por qué Martín abandonó todo después de la muerte de su tía? La verdad la supe unos años después, cuando me lo crucé por la calle. Trató de esquivarme, pero yo, apelando a nuestra vieja amistad, insistí para que conversáramos. Me dijo que estaba apurado y que, por cualquier cosa, lo fuera a visitar. Me dejó su dirección. Ahora él vivía en la casa de sus tíos, custodiando sus extrañas piezas de museo. Ese mismo día fui a tocarle timbre.

Cuando me atendió me sorprendí por el tamaño y por el decorado de la casa. Aunque las pocas ventanas estaban cerradas y los techos tenían enormes manchones de humedad, telarañas y hongos, la cristalería fina, los cuadros, los tapices, las esculturas y los arcones estaban distribuidos a lo largo de las habitaciones. Convivían con la mugre, con las revistas viejas apiladas en rincones, con ropa y trapos desperdigados, botellas vacías, envoltorios de alfajores, latas de conserva, platos sucios y sillas acodadas junto a mesas cubiertas de libros. Martín me hizo atravesar varios pasillos hasta llegar a la cocina, lo que parecía ser el único lugar iluminado por la luz del sol.
- Me convertí en un guardián, Jorge – me dijo, después de servir el té. – Una de mis funciones en la vida es esta, como heredero de la Reliquia. Tengo que custodiar algunos de los objetos que están en esta casa. El tío Sam dejó como encargada a la tía Elisa. Después de que ella muriera, yo era el siguiente.
Supe que Martín me iba a revelar algo inesperado, así que lo escuché en silencio.
- Mi tío consiguió un espejo de nogal dorado. Lo dejó embalado entre cartones durante décadas y recién lo abrió cuando tenía setenta y cinco años. Lo estuvo mirando hasta unos días antes de morirse sin encontrar nada raro.
Martín vio mi gesto de confusión y se puso a explicarme algunas cosas como a un niño.
- Un espejo de nogal dorado es un espejo de bronce. No es un bronce cualquiera; es lo que se llama un bronce complejo, compuesto por cobre, estaño, zinc y porciones mínimas de algunos minerales. El nogal dorado tiene la particularidad de ser más brillante que el oro. Hasta donde yo sé, se fabricó exclusivamente en la India, en el siglo XIX. Mi tío rescató uno de estos, quién sabe cómo y en qué condiciones.
“Desde que se han fabricado espejos, existe la fantasía de construir uno perfecto. Uno que reprodujera la realidad en su forma más exacta. Pero podemos ir un poco más allá. Podemos decir que la realidad es la que está del otro lado del espejo, y esta es el reflejo.
“Bien: el espejo de nogal dorado muestra la auténtica realidad. Lo que vemos a través de él, es exactamente cómo son las cosas. Nosotros, claro, las vemos doradas pero si estuviéramos del otro lado las veríamos aun más brillantes brillantes y llenas de colores que de este lado no percibimos.
“¿Qué vio el tío? Durante años estuvo mirando el espejo para ver si encontraba algo extraño. Algo que le sugiriera que, del otro lado, había un mundo hermoso y perfecto. Descubrió algo que se movía; descubrió unas figuritas con formas propias y con colores iluminados. Por eso, probablemente, dijo la frase figurines inluminati.
“Ahora que llevo varios años como custodio de este lugar, me he puesto a estudiar el nogal dorado. No es un espejo corriente, es un disco convexo, bien pulido y brillante. Durante mucho tiempo no noté más que eso: un espejo deslumbrante y exótico. Pero, como en el ojo mágico, hay que aprender a afinar la vista y a tener paciencia.

“Hace poco empecé a ver a Cristo del otro lado del nogal dorado. No te rías. En serio, vi a Cristo. A Jesús Nuestro Señor. Estaba en el reflejo de la habitación. Se desplazaba flotando entre las sillas. Desapareció en la pared del sótano, como si la hubiera atravesado. Pero cuidado, no soy tan ingenuo. Si a este nogal dorado lo hubiera visto un budista, probablemente habría visto a Buda. Quiero decir: pude ver al mesías tal como yo estaba preparado para verlo.

“Antes de ayer volvió a aparecer Cristo. Pero esta vez venía acompañado de otros seres. Seres que me sonaban familiares. Venían tomados de la mano, haciendo un hipnótico coro con voz muy aguda, casi infantil. Los vi desfilar por el espejo hasta alcanzar la pared y desaparecer. Cuando reconocí a uno de los seres, no supe qué pensar.

“Cristo desfilaba de la mano de criaturas con forma de jabalí, con seres deformes, con angelitos, con hermosas mujeres que llevaban túnica, con perros de Fo. Y, entre ellos, estaba Meteoro. ¿Te acordás de Meteoro? El personaje de los dibujitos.
“Eso me confundió bastante. Miré hacia atrás, para convencerme de que todo eso sólo ocurría de aquel lado del espejo. Y así era: allí estaba Meteoro. De aquel lado, en el mundo perfecto. No aquí.

“¿Y sabés quién estaba ayer? ¡George Bush! ¡El presidente de los Estados Unidos! ¡Junto a Bob Esponja!

La charla no podría haber continuado demasiado tiempo. Le repetí varias veces que eso era asombroso, que jamás había escuchado una historia así y que por ese día tenía que irme. Un detalle: Martín en ningún momento me mostró el famoso espejo. Todo eso podía ser una broma horrible, o un delirio de su imaginación.

Hace poco escuché que las señales televisivas y radiofónicas pueden ser captadas, ocasionalmente, con interferencias y superposiciones, a través de un trozo de bronce bien pulido. No entendí la explicación (parece que una habitación entera puede funcionar como la caja de un televisor, si en ella se encuentran los objetos adecuados y dispuestos de una determinada forma), pero para mi escéptica mentalidad fue suficiente.

4 comentarios:

Lucas J. dijo...

Que honor ser el primero en comentar. Como siempre, Jorge, tus relatos sorprenden sobre el remate; aunque soy sincero cuando digo que me gustan más las versiones trágicas de las historias.

Saludos!

Mantis dijo...

Yo tengo un primo mayor, profesor de educación física devenido en director de escuela, que muchos años atrás, solía entretenernos enganchando una FM paraguaya o el comando policial.

Pero no se llama Martín, sino Guillermo. Eso hace que la anécdota no resulte tan vistosa como la suya.

Saludos.

The Bug dijo...

No hay realidad más exacta que la refleja un televisor apagado

gen71 dijo...

Muy bueno!
No pude evitar el recuerdo de haber visto de chico en esas reediciones de "Sucesos Argentinos" que daban por "Función Privada" (con Morelli y Berruti, se acuerda?) una noticia de aquel entonces en la que mostraban un gigantezco galpón, que se había convertido en un radioreceptor. La gente del lugar movía el gran portón corredizo y de esta forma sintonizaba las distintas emisoras.