jueves, 27 de septiembre de 2007

Segunda historia: Una reunión trabada

En el año 1998 trabajé como disc jockey con mi amigo Roberto. Él tenía (y sigue teniendo) un hermoso kiosco en el cual levanta quiniela clandestina por teléfono y, por esa razón, publicábamos semanalmente un aviso en el diario con el número telefónico de su kiosco.

Una vez, como tantas, recibió un llamado para un cumpleaños de cuarenta. Los datos de la fiesta eran: salita médica de la calle Blandengues, el próximo sábado. Homenajeado: Raúl. El papel, escrito a mano por Roberto, incluía además números telefónicos, tema de entrada, vals y detalle del estilo musical para el baile. Jorge, me dijeron que quieren hacer unos sketches. Por eso, te van a llamar a vos para coordinar, me precavió cuando nos encontramos.

Tres días antes de la fiesta, me llamó una mujer preguntándome si tenía micrófono, si podía conseguirles una canción (se llamaba La Movidita, y si mal no recuerdo es de Gladys la bomba Tucumana) y si no tenía problema en que, durante la fiesta, cada quince o veinte minutos se interrumpiera el baile para hacer una coreografía. Está perfecto, dije.

Sólo para corroborar los datos, pregunté una vez más quién era el homenajeado y en qué salón se hacía. Salita médica de la calle Blandengues, dijo la mujer, la homenajeada es Lourdes.

Revisé el papel que me había traído Roberto: en él decía Homenajeado: Raúl. Probablemente, se había confundido (el resto de los datos coincidía), así que taché “Raúl” y pose “Lourdes”. Al día siguiente, recibí otra llamada de la misma mujer. Raúl quiere entrar con el tema de Celia Cruz, “La vida es un carnaval”. Miré mi papel con el nombre tachado y lo volví a tachar, poniendo nuevamente “Raúl”. Pensé que, quzás, tanto Raúl como Lourdes cumplían años (tal vez eran una pareja); pero no quise preguntar un detalle tan fundamental para no parecer desorganizado.

El sábado a las seis de la tarde vino un muchacho con una camioneta a buscar el equipo. Hacía frío y ya estaba oscureciendo. El salón quedaba en un primer piso. Por suerte el fletero nos dio una mano enorme para subir los bártulos. Recuerdo también que esa noche, además de Roberto y yo, nos había acompañado Fernando, un pibe de diecisiete años que estaba algo fascinado con nuestro pintoresco trabajo.

Cuando terminamos de armar el equipo y se hicieron las nueve y media de la noche, entendimos por qué la confusión entre Raúl y Lourdes. Raúl era Lourdes. Noventa y cinco por ciento de los invitados de la fiesta eran travestis, incluyendo por supuesto a la homenajeada. Los travestis venían ataviados con lo que, según Roberto, era ropa de batalla. Algunos de ellos, -portadores de un increíble cuerpo de mujer pero con inequívocos rasgos faciales masculinos-, sólo llevaban una minifalda y un top. Otros se habían puesto una vestimenta representativa de algún gremio laboral: la maestra, la secretaria, la mucama sometida por su patrón, la porrista de fútbol americano. Los límites entre el disfraz y el travestismo no siempre son muy claros. En este caso, los personajes eran un disfraz que se habían puesto por encima de la habitual ropa de travesti. También puede pensarse que ser travesti es, de por sí, encarnar algún personaje femenino y en ese caso, disfraz y travestismo coinciden.

Dije que el noventa y cinco por ciento de los asistentes eran travestis. El cinco por ciento restante (excluyéndonos sin honra Roberto, Fernando y yo) estaba conformado por indisimulados hombres, incluso con barba, pero engalanados con alguna prenda paradójica e inapropiada. Uno de ellos sólo tenía calzoncillos, zapatos negros, guantes blancos y moño negro, y mostraba sin pudor su pecho y sus piernas peludas. Otro (un hombre de unos sesenta años) sólo usaba un grueso pantalón con tiradores y el torso desnudo.

Hasta aquí, excepto por la contingencia de que todos eran travestis, no parece haber ningún problema para un disc jockey. Las cosas se complicaron un poco cuando el hombre de torso desnudo y tiradores comenzó a hacer gestos impúdicos y a tirar besos a Fernando, el integrante más joven de nuestra troupe musical. Jorge , yo me voy”, dijo, temeroso. “No tengo ningún problema con los travas, pero que no me jodan” fue su argumento. Pidió un taxi y desapareció.

El acoso no terminó allí.

Después de que se fuera Fernando, Roberto se dirigió al baño y un travesti mal afeitado y vestido de novia lo interceptó. “Dijo que yo estaba re fuerte y me quería dar un beso. Es más, me acompañó al baño y me apoyó por detrás”, comentó Roberto entre exaltado y preocupado. De hecho, no sólo la novia aprovechó para tirarse un lance; también otros rodearon al pobre Roberto y le querían mostrar sus especiales cualidades. En aquella época, al igual que ahora, Roberto y yo solíamos espantarnos cuando una mujer nos acosaba de manera descarada –cosa que no ocurría muy seguido. Puedo entender su contrariedad al verse rodeado casi con hostilidad por ambiguas mujeres con rostro de hombre y rastro de barba.

La situación se puso complicada al inicio del baile, cuando los fluorescentes del salón se apagaron y sólo quedaba la impune penumbra del humo y los efectos de iluminación. Ya sin ningún pudor, la novia se acercó a Roberto y lo empezó a manosear. Salí de acá, estoy trabajando, decía Roberto con un hilo de voz. Bueno, papi, entonces cuando dejes de trabajar te agarro. Como el acoso era continuo, Roberto esgrimió la mejor solución. Para él, claro:

- Jorge, me voy por un rato a ver si se calman estos tipos. Más tarde vuelvo.

La situación no era buena. Mis dos compañeros se habían ido y yo estaba solo enfrentando a sus acosadores. Sin embargo, debo decir –con algo de desilusión- que los travestis en ningún momento se acercaron a mí, excepto para pedirme música o avisarme que venía un sketch. Esa noche descubrí que no provoco la más mínima atracción entre los travestis, y hasta el día de hoy vivo eso como un fracaso.

La Novia, sin embargo, se aproximó para decirme algo al oído. ¿Dónde está tu amigo?, preguntó con una aflautada voz masculina. Decile que lo amo. Por favor, decile que lo amo. Decile que tengo su teléfono y que lo voy a llamar.

Los sketches se sucedieron a razón de uno cada media hora. Los travestis hacían shows de transformismo o cantaban temas románticos lacrimógenos, entre los que no podían faltar de Franco Simone y Quererte a ti de Camilo Sesto. Ninguno de los espectáculos era cómico; más bien se apelaba a una clásica visión nostálgica del amor imposible o –como en el caso del transformismo- se hacía hincapié en las insuperables ambigüedades e ironías de la vida.

Roberto volvió a eso de las cuatro de la mañana, un poco temeroso. No le pregunté dónde había estado. Jorge, esta fiesta es un despelote, me dijo. Abajo hay como quince trapos fumando marihuana. Yo no había prestado atención al olor (de hecho, se me confundía con el característico aroma de la máquina de humo). Si llega a caer la cana, nos detienen a todos. La preocupación de Roberto no era ingenua: no era tan terrible ir a la comisaría; lo terrible era dejar el equipo en el salón, solo, mientras nosotros dábamos nuestra declaración de los hechos.

A la media hora, Roberto decidió cortar la música y llamamos al taxiflet. No sólo estaban fumando marihuana en la entradita de planta baja. También, seis o siete de los travestis se estaban agarrando a trompadas en medio de la calle. Si no viene la cana con esto, no viene con nada. Apurate a desarmar, dijo Roberto.

Los invitados parecieron entender nuestro temor y ofrecieron su ayuda para bajar los equipos. Yo no podía evitar mi mayor preocupación: todavía no nos habían pagado.

Por suerte no vino la policía; pudimos irnos sin problemas. Mientras cargábamos el equipo no dejábamos de mirar el ambiguo espectáculo en medio de la calle desierta de una madrugada fría: dos travestis enormes, con sus atuendos rotos, el maquillaje corrido y la voz entrecortada por el esfuerzo, se golpeaban como sudorosos barrabravas después de un partido. Los años de travestismo no podían ocultar ese primitivo instinto masculino cuyo lenguaje es un rosario de uppercuts. Lo último que escuché, mientras nos alejábamos con la camioneta, fue la voz aflautada y ronca del más maltrecho de los contendientes que decía: me cansé de mantenerte, puta de colores.

El lunes siguiente apareció Raúl (no Lourdes) en mi casa a traer el dinero. Lamentamos mucho si se sintieron incómodos, dijo mientras me estrechaba la mano. Los vamos a tener en cuenta para el próximo cumpleaños.

22 comentarios:

The Bug dijo...

¡Cómo odio la gente que no se sabe ubicar y acosa a los demás en forma tan agresiva!
En fin, así es la sociedad.
Le dejo mis felicitaciones por el texto y un besito en la nuca.

Mantis dijo...

Eso de "me cansé de mantenerte, puta de colores" se va a convertir en una de mis frases fuertes a la hora de resolver conflictos; no importa que no mantenga yo a nadie.

Es casi un ítem coleccionable.

Anónimo dijo...

Me quedé traumado con la imagen del tipo en pelotas, vestido sólo con el zolcillonca negro. ¿Qué necesidad había de vestirse así?
Muy bueno el relato, Signore Mux. Una pregunta: la novia enamorada, volvió a llamar a su amgio Roberto?

Karmelo Restelli dijo...

Enseguida recordé que me habías contado esta maravillosa historia que con los años quiere convertirse inutilmente en un cuento de esos que nunca ocurrieron.

Un abrazo, y felicitaciones.

Soy yo dijo...

La lectura de su relato me produjo una extraña sensación, algo entre risueño y triste al mismo tiempo.
Lo felicito y le envío muchos saludos,
PD: Esta gente también pagó.

Chinita Jodida dijo...

Juajuajuajajajajajaja!!!!!!!!!

Esa noche descubrí que no provoco la más mínima atracción entre los travestis, y hasta el día de hoy vivo eso como un fracaso.

Créame que si fuera hombre me sentiría tentado a convertirme al travestismo para acosarlo, solo por la gracia infinita que me causó su frase!!

Juajajajajajajajajaj!!!!!

Anónimo dijo...

Chinita: puede acosar a Jorge travestida de hombre. En alguna peli Marlene Dietrich hace eso y no le queda nada mal.

Chinita Jodida dijo...

Jjajajajaj!!!!

Don Tunicia: Únicamente me lo impide el eterno respeto que siento hacia la esposa de Don Mux!

Jajajaja!!!

..como un fracaso.. Jajaja!!

Anónimo dijo...

Chinita: espero que su respeto hacia mí sea el límite que nunca franqueará para mantener una sana camaradería.

The Bug: le voy a contar lo del besito en la nuca a la Señora de The Bug.

Tunicia: vuelve a pedir que lo acosen a Mux y no será bienvenido en esta plantilla de comentarios.

Juan Ignacio dijo...

No creo que "esposa de Mux" sea I. (Acá nunca se usan los blogs, siempre las iniciales). Para mí que "esposa de Mux" es Jorge con el vestidito que le regalé que me quedó chico.

Saludos,
me voy a comer un pebete...

gabrielaa. dijo...

don tunicia, no dé ideas, haga el favor

Chinita Jodida dijo...

Esposa de Mux: Debo confesarle que no fui del todo sincera, cuando dije que únicamente mi respeto hacia Ud. me lo impedía, tambien lo impide el amor que siento hacia otra personita no menos encantadora que su esposo...
Por lo cual, puede quedarse tranquila que ese límite jamás será franqueado. :D

Anónimo dijo...

De acuerdo GabrielaA: no más ideas, pero el favor no te lo hago...

Jorge Mux dijo...

¿Realmente Esposa de Mux dejó un comentario en esta plantilla? ¿Y yo me tengo que enterar por este medio?

Iota: su vestido también me quedó chico.

Anónimo dijo...

Papi, para mí sos hermoso...

Anónimo dijo...

Me encantan estos relatos. Yo ya tenía conocimiento de ellos por boca del propio autor, pero ahora que los veo escritos me parecen exquisitos.

Imprimatur.

Juan Ignacio dijo...

A Jorge Mux NADA le queda chico. Vamos!

Anónimo dijo...

A Jorge Mux TODO le queda chico...porque es un grande.

Anónimo dijo...

Jorge Mux es Grande... pero de edad. jajaja

Anónimo dijo...

«Los años de travestismo no podían ocultar ese primitivo instinto masculino cuyo lenguaje es un rosario de uppercuts.» Hermosa frase, Mux. La próxima vez que pase música en una fiesta tan divertida avíseme, caramba!

María dijo...

"me cansé de mantenerte, puta de colores"
Sublime esa frase!! jajaja

Excelente relato Jorge!!!

Aldana dijo...

Muy bueno don Mux.
Ya que estamos juegue el 427 a la cabeza y con lo que gane destape un champancito con su esposa.