martes, 5 de septiembre de 2006

Un mundo de oro


El Rey Midas necesita de un buen primer ministro.

Un buen primer ministro no se enceguecerá con la riqueza que sale de las manos de Midas. Entenderá sin vacilación que el poder de convertir cada cosa en oro representa un espantoso problema. Un problema que involucra trasgresión de las leyes divinas y su consecuente catástrofe.

Un buen primer ministro no puede tener compasión por Midas.
Midas se convertirá en un ser taciturno, solitario y melancólico. El primer ministro temerá que el rey trate de suicidarse tocándose el cuello o la cabeza. Eso no será conveniente; el rey deberá morir cuando lo dispongan Dios o la corte real, que habla con la voz de Dios. Midas tendrá perpetuamente las manos atadas.

Lo primero que debe hacer el ministro es comprobar si el poder de Midas reside en la palma de sus manos, en las yemas de sus dedos o en toda la mano. En los dos primeros casos bastará con que el rey mantenga los puños cerrados durante el tiempo suficiente. Será necesario inventar alguna clase de guante especial. Cualquier guante de cueros se convertiría en una prisión de oro para sus manos. Lo mejor será que Midas tome delgados guantes de látex. Una vez convertidas en láminas de oro, la infección deberá detenerse. Midas podrá tomar cualquier objeto sin temor a que su dorada enfermedad aumente la fortuna neta universal.

En segundo lugar, el primer ministro deberá suponer que, como toda fuente de riquezas, el poder de Midas, a la larga provocará miseria. El ministro deberá intuir las leyes de la termodinámica y habrá de comprender que no existen las piedras filosofales: habrá de actuar como un economista antes que como un místico. Aconsejará al rey acerca de cuándo le conviene quitarse los guantes, qué objetos deberá tocar y en qué cantidad. Demasiados objetos de oro provocarían un derrumbe en la balanza comercial. El rey creará objetos de oro que serán escondidos para ser vendidos en el momento adecuado. Por otra parte, deberá evitar que Midas toque objetos demasiado grandes o cuyos límites sean imprecisos. Un árbol tiene sus raíces en la tierra, pero ¿hasta qué punto las raíces no son parte de la misma tierra? ¿Hasta qué punto esos límites no son una imposición del conocimiento del hombre? ¿Qué pasará si Midas toca el suelo y convierte en oro a toda la Tierra? ¿Y si al rozar una corriente de aire convierte a todo el universo en una infinita piedra dorada? Demasiada creación de oro sólo puede tener dos efectos: o la devaluación (y, por lo tanto, la inutilidad de la riqueza del reino), o la áurea petrificación del mundo por contacto y por contigüidad de contacto.

En tercer lugar, el ministro mandará a investigar si no existen antídotos contra la pandemia del oro. Por correspondencia de lo semejante con lo semejante deberá sospechar que un trozo de oro natural contrarrestará el efecto del oro creado por las manos de Midas. Sin embargo, hasta tanto la sabiduría humana encuentre el antídoto (de lo cual el ministro será escéptico), la mejor solución será encerrar al rey en una mazmorra forrada de oro, sin objetos a su alcance. Pero cuando el ministro requiera de los servicios del rey para saldar una deuda o comprar una tropilla de alazanes para el ejército real, enviará un esclavo a la mazmorra. El esclavo tendrá como orden prioritaria quitarle los guantes al rey. El rey, desesperado de soledad, lo abrazará y besará y sin querer lo convertirá en oro. Entonces el ministro mandará a retirar la flamante estatua, la fundirá, hará lingotes y saldará sus deudas.
Por último, el ministro deberá saber que nunca es bueno que en el reino haya una fuente de poder incontrolada. No al menos por mucho tiempo. El ministro deberá apropiarse de las manos del rey para detener el hechizo. El problema aparecerá de inmediato: ¿a qué altura del brazo será necesario cortar las manos? ¿También convierte en oro el contacto con las muñecas? Habrá que enviar a varios mercenarios para que sostengan al rey con firmeza y le corten las manos con sierras de oro. El rey podrá resistirse pero, ¿qué importancia tendrá? Su resistencia enriquecerá al reino con unos cuantos mercenarios de oro. Sólo cuando logren cortarle las manos al rey, el ministro y los súbditos podrán respirar tranquilos. No por el temor de verse convertidos en oro, sino porque la riqueza descontrolada es el peor de los males para la supervivencia de un imperio.

4 comentarios:

Gatubellita dijo...

Primera !!!
yo tengo una amiga que jode todo lo que toca, me parece que así ambos efectos se contrarrestarían y todo sería un plomo.

Juan Ignacio dijo...

terrible,
otra vez la ficción de que la realidad es estática...
es un proceso dialéctico!!!
enteráte mux

Anónimo dijo...

Excelentes conjeturas: en algún momento todos nos preguntamos acerca de los alcances y pormenores de la maldición del rey Midas.

Paradójico desafortunado; su historia permite una infinita serie de posibilidades. También me he planteado aquello de hasta que parte de su anatomía se extendía el maleficio. Mi conclusión fue categórica: el tacto delimita todo el cuerpo humano, jamás se me había ocurrido lo de cortarle las manos. En mi supuesto no lo salvaba siquiera el despellejamiento.

Tampoco lo había pensado en compañía de un ministro, y debo confesar: durante mucho tiempo creí que las estatuas de oro eran desdichadas amantes del rey orejudo, que se le quedaron duras en el catre, pobrecitas, mientras creían que tirándose al viejete solucionaban su pasar económico.

A propósito, don Mux: ¿en que troca ud. lo que toca?

Karmelo Restelli dijo...

La mano toca a la muñeca, la muñeca al brazo, el brazo al hombro, el hombro al cuello, de allí a la cabeza y torax, caderas, piernas y pies.
El Rey Midas hubiese muerto inmediatamente que se le hubiera concedido tal poder.

Distinto sería si la maldición fuera, por ejemplo, TODO LO QUE ¡NO! TOQUES SE CONVERTIRÁ EN ORO.

Ahí lo quiero ver con sus conjeturas al respetable Primer Ministro.