Una noche de mayo del año mil novecientos noventa y tres se destruyó mi mundo por completo, de manera irreversible y para siempre. Demolido, apisonado, desangrado, machacado. Para siempre y sin remedio. Y al día siguiente volvió a construirse hasta en el mínimo detalle.
En ese entonces yo tenía diecinueve años, estaba en el segundo año de la carrera de filosofía, y me sentía orgulloso porque unos meses atrás había conseguido novia. Una novia de verdad, de esas que son para besar, llevar de la mano y presentar a la familia.
Con esa novia de verdad viví todas las experiencias importantes del amor: la espera interminable a la salida del Instituto donde ella estudiaba, la necesidad de escaparme de la clase para encontrarla y compartir un helado o una caminata nocturna de la mano sin rumbo por lugares peligrosos, la curiosa pasión de los celos, la risa cómplice de a dos al ver pasar un pelado con el ceño fruncido que se parecía a una persona a la que le tomábamos el pelo, proyectos de viajes, cenas en familia, tardes aburridas de chinchón y mate, la ternura infinita al asistir a una perra que tenía cría en la calle, la emoción y el alivio de saber que ella estaba, que era real, que existía. Era una de esas novias por las que un hombre renuncia –por un tiempo- a salidas con amigos y comienza pensar en un proyecto definido y menos solitario.
El lector ya podrá ir sospechando cuál es el acontecimiento irreversible del que hablé al principio. No mantengamos este falso suspenso: Irma, mi novia, había quedado embarazada.
No lo supimos por un test de embarazo, sino por múltiples y hoscos indicios corporales, uno de los cuales era el evidente retraso en la menstruación. Ella tenía periodos irregulares, pero ya llevaba casi dos meses desde su última regla. Cada día de esos dos meses fue un ahogo eterno y sordo. Ninguno de los dos podía dormir. Yo llegaba a su casa con la esperanza de que me dijera: “ya está, hoy me vino”. Pero cada vez que tocaba el timbre, sabía que esa noticia liberadora no había llegado. Mientras esperaba que Irma abriera la puerta, escuchaba sus pasos del otro lado, deducía –por la demora en abrir o por la rigidez de su caminar- que las novedades no se habían presentado.
Una pareja sensata no daría tantas vueltas y se compraría un test de embarazo. Sin embargo, nosotros teníamos terror de enfrentar la realidad y, por eso, no nos animábamos a tentar a la certeza definitiva. El cóctel de adrenalina, insomnio e inapetencia que nos generaba ese suspenso nos parecía mucho más tolerable que la concluyente prueba de embarazo: porque la duda todavía deja espacio para el no. Era como recibir un regalo y no abrirlo nunca.
Sin embargo, no fue por el embarazo que, finalmente, ella tuvo que hacerse un test. Durante esos días oscuros – literalmente oscuros: de un crudo otoño, con tormentas y viento frío- Irma comenzó a sentir un insoportable dolor abdominal. No contábamos con obra social ni dinero, así que fuimos al hospital y, gracias a las influencias de un par de amigos, le hicieron rápidamente una tomografía.
Ninguna breve descripción del hospital, ni de esa noche en la cual estuvimos esperando a que nos atendiera una doctora de guardia, puede expresar el húmedo terror que sentíamos. La sala de espera estaba casi a oscuras. A nuestro alrededor había muchas mujeres embarazadas. Mujeres pobres, que traían niños pequeños envueltos en mantas andrajosas y que estaban por dar a luz o que necesitaban hacerse un control urgente por algún problema durante el embarazo. La espera de la ginecóloga de guardia iba a durar muchas horas.
El hospital quedaba lejos de nuestras casas, y ninguno de los dos tenía dinero, ni vehículos, ni teléfono. No habíamos cenado y –se podía prever por el llanto de los niños pequeños sumado a nuestro nerviosismo- no íbamos a poder dormir. “Voy a mi casa y te traigo algo de cenar”, le dije a Irma. Aceptó. En ese momento eran las diez y media de la noche, y la lluvia había amainado bastante.
Caminé todas las cuadras de calles sin luz, solo, mal dormido y con hambre. Llegué a casa. Mi padre estaba mirando un programa de televisión. Un programa de día de semana, de rutina nocturna, de sobremesa. Su mundo continuaba igual que siempre, mientras el mío era arrebatado por una incipiente e indefensa criatura que me exigiría cuidados para toda la vida. En ese momento me di cuenta de que las cosas terribles son aun más crueles porque el resto del mundo sigue su marcha indiferente.
Le comenté a mi padre lo que había pasado. “Está embarazada, Jorge”, me dijo, sin dejar de ver el programa. “A esta edad, tener un hijo es cagarse la vida”. Fue poco lo que pude comer. Hice un paquetito con algunas porciones de tarta y emprendí el viaje caminando, de vuelta, hacia el pavoroso hospital.
Cuando está por ocurrir algo terrible, algunas personas toman decisiones tajantes y definitivas. Yo tiendo a escapar. Tiendo a perderme en un recuerdo o en alguna actividad de esas que sirven para desconectarse del mundo. En la trayectoria hacia el hospital encontré una casa de videojuegos. Tenía una única moneda de veinticinco, así que compré una ficha. La deposité en una maquinita que me gustaba.
El juego consistía en un personaje, visto desde arriba, que adquiría habilidades, herramientas y armas para avanzar de nivel. Yo ya dominaba bastante bien las técnicas para matar a los monstruos y casi nada me sorprendía. Excepto un par de cosas.
Cada cual encuentra sus oráculos donde puede, con las escasas chances de predicción que le ofrecela porción de realidad que le toca ver. Ese juego, esa noche, en ese lugar, fue mi oráculo.
Para que un oráculo funcione, hay que hacer una pregunta. La pregunta que le hice al juego fue: “¿Está embarazada Irma?”. La respuesta la iba a encontrar en uno de los pocos capítulos del juego librados al azar: la selección de armas. Cuando se mataba a un enemigo, en determinado lugar, aparecía un arma. El arma podía ser “FLAME” o “SUPERBALL”. Pero sólo podía saberse qué era el arma cuando uno la levantaba del suelo. No antes. Con esos raros elementos yo había construido mi oráculo: si el arma era “FLAME”, Irma estaba embarazada. Si el arma era “SUPERBALL”, no. La respuesta del oráculo reforzó aun más mis temores: levanté el arma del suelo y resultó ser “FLAME”. Demasiados indicios en mi destino.
El juego se terminó y volví a la calle. El cielo estaba rojizo y ahora, la lluvia había cedido su lugar al viento, que traía un tibio aroma de agua y tierra húmeda y me recordaba a la playa. Cuando llegué al hospital, la noticia –que yo ya sabía de antemano gracias a mi oráculo- estaba confirmada:
- Me vio la doctora, Jorge. Vio la ecografía. Estoy embarazada.
Así me lo dijo Irma de entrada. Luego me contó los detalles. La doctora de guardia hacía entrar de a dos o tres embarazadas; las maltrataba; a algunas les decía “no terminaste de parir uno y ya fabricaste otro”. A todas les daba el mismo diagnóstico, de mala manera y casi sin mirar la ecografía: “Queridas, si cogen sin forro, ¿qué creen que les puede pasar?”. La doctora no respondía preguntas, ni reconfortaba, ni recetaba. Estaba convencida de que la crueldad y el enojo eran los únicos medios para comunicarse con esos despojos humanos que eran las pacientes. Irma quiso preguntarle por los dolores en el abdomen, y la mujer dijo: “El embarazo es sufrimiento y dolor, querida, no es joda”. Mientras estábamos en la sala e Irma me contaba esto, la doctora salió de su consultorio y dijo con una leve sonrisa y voz pausada: “Habría que coserles la concha para que dejen de parir"
Irma se puso a llorar. Nos quedamos abrazados, los dos, en la sala de espera, con una noticia que acababa de destrozar nuestras vidas. Ninguno de los dos tenía casa ni trabajo, y ni lejanamente existía la posibilidad de conseguir cualquiera de los dos.
Después del llanto y la desazón, sin embargo, decidimos tomar una medida. Como no nos había gustado el trato de la doctora, esperamos a que cambiara de guardia. Eran las dos de la mañana y a las seis venía otro médico. Aferrándonos a una esperanza mínima y absurda, decidimos que el doctor de la guardia siguiente debía ver los resultados.
No tengo recuerdos precisos de esas cuatro horas. Sé que conté chistes para reconfortarnos, que volvió a llover, que las paredes vidriadas de la sala de espera se crispaban con la violencia del temporal, que al fondo del pasillo dormía un indigente y que una mujer gimoteaba y se agarraba la cabeza. Nos acompañaba la monotonía de los moribundos con olor a alcohol. Pudimos dormir un poco, hasta que nos llamó la voz del nuevo doctor de la guardia.
El médico era muy joven y amable. Cuando nos vio y le contamos que la otra doctora nos había atendido muy mal, él dijo con toda naturalidad: “no me extraña de ella”. En un segundo, nada más que en un segundo, miró la ecografía y dictaminó sin vacilar:
- Chicos, respiren tranquilos. No está embarazada. El dolor de abdomen se debe a… estreñimiento.
Bastaron esas palabras para que, minutos después, ella tuviera la menstruación que se había venido retrasando.
***
Hoy, quince años después de este suceso, me entero de que voy a ser padre. Mi mujer sigue siendo la misma novia de esa época: Irma. Hoy tengo un buen trabajo, obra social, he terminado una carrera, tengo intenciones de comprarme una casa y por fin viene en camino nuestro hijo. En aquel entonces su existencia anunciaba el peor de los problemas, y hoy es un suceso esperado con alegría, entusiasmo y ansiedad. A veces creo que fue decisión de él no haber venido en ese momento y esperar a que las condiciones se dieran a su favor.
Pero también creo que esos dos meses de nerviosa espera del año mil novecientos noventa y tres, y esa noche de tormenta en el hospital, me mostraron algo curioso sobre mi persona: yo no era capaz de abandonar a una mujer. No pertenecía a la raza de quienes huyen despavoridos ante la sola posibilidad de la peor de las noticias. No me fui del lado de Irma; incluso me sentí en la obligación –en esas breves cuatro horas de espera nocturna en las que nuestro mundo se había acabado para siempre- de levantarle el ánimo a esa mujer que seis meses antes era una desconocida, y de mirar para adelante.
Ni siquiera me escapé, en verdad, cuando entré a la sala de videojuegos. Allí fui en busca de una respuesta. Una respuesta crucial en un oráculo modesto.
Cuando levanté el arma, decía “FLAME”, lo que –según mi pregunta- significaba “Irma está embarazada”. Pero Irma no estuvo embarazada en ese momento, sino ahora, quince años después.
En aquel momento, cuando hice la pregunta, yo estaba atravesando el nivel quince del juego.
Los oráculos jamás se equivocan; somos los hombres quienes leemos erróneamente sus sentencias.
28 comentarios:
Jorge, ¿qué más podría agregar aquí que lo que ya te he dicho anteriormente con respecto al contenido de este relato?
Inclusive para mí, ya estás relegado.
Felicitaciones a Irma.
Y deséale suerte.
Estando junto a alguien que se detiene en esos momentos a jugarse una ficha en los videojuegos, la va a necesitar.
Si yo le hubiera hecho eso a mi novia/esposa, me sacaba de su lado a patadas en el oráculo.
Felicitaciones nuevamente y saludos a Irma.
Ya pensaron el nombre para el futuro neonato?
Un abrazo.
Bug, usted no puede quejarse, que se quedó jugando al pool mientras su mujer estaba dando a luz, ¡y encima se puso a buscar excusas en el Google!
Iota, teníamos muy decididos un par de nombres, pero ahora nos gustan otros. Como no queremos sobrecargar a nuestro hijo con una profusión de nombres (Un amigo mío se llama Roberto Carlos Rafael), deberemos tomar una dolorosa decisión. Lo curioso es que se nos ocurren más nombres de niña que de varón. "Lucía", "Isabela" y/o "Catalina" si es niña; "Máximo" y/o "Agustín" si es varón.
Jorge, no sé ni qué decirle, este post... es de esos que cambian vidas.
Me alegró el día leerlo. Lo visualicé, viviéndolo, en todo detalle. Y eso es muchísimo más de lo que una espera encontrar habitualmente en un blog.
Saludos y muchísimas felicidades.
El juego del oráculo era el
"out Zone"?
(debe haber muchos juegos con flame y superball)
¡Sí! ¡Era el Out Zone!
Gracias.
Aquí está el link
Padrillo! si es varón ponele Oliverio.
Me encanta ese nombre para un hijo, pero mi apellido lo inhabilita.
Felicidades!
Cassandra: muchas gracias. Me conmovieron tus palabras.
Don Tunicia: Oliverio no está entre mis favoritos. Lo siento.
Sr Jorge Mux creo que es la primera vez que entro en este sitio y con qué lindo relato me encuentro.
Mis felicitaciones para ambos.
Felicitaciones!!
Y tiene razón, es uno el que se equivoca al interpretar, asi que ahora a prestar atención a la señales para adivinar si es niña o niño.
Felicitaciones, no solo por el cuento, sino también por su hijo.
Grande Mux!!!! Te felicito y sugiero Igor como nombre sea cuál sea el sexo de la criatura. Sera duro al principio, es cierto, pero luego estará bien, muy bien.
Un amigo, dice que al ver una película en el cine, se hace una pregunta, él se hace una pregunta y que indefectiblemente, al terminar el film, obtiene la respuesta.
Tus relatos son realmente fantásticos. Te mando un abrazo y te felicito. Hasta otra.
Igor
Grande Mux!!!! Te felicito y sugiero Igor como nombre sea cuál sea el sexo de la criatura. Sera duro al principio, es cierto, pero luego estará bien, muy bien.
Un amigo, dice que al ver una película en el cine, se hace una pregunta, él se hace una pregunta y que indefectiblemente, al terminar el film, obtiene la respuesta.
Tus relatos son realmente fantásticos. Te mando un abrazo y te felicito. Hasta otra.
Igor
Grande! Me gustó el relato, que no es cuento. Tiene los detalles justos para mantenerlo a uno atentísimo.
Salud a esa vida que se viene!!
Llego algunos días tarde a felicitarlo, Mux. ¿Qué quiere que le diga? Bien por su esperma, yo le tenía fe.
Usted sabe que mi historia con mi novia fue distinta en el sentido de que ella era la profesora y yo el alumno que se animó a vivir el sueño del pibe sin saber muy bienén porqué. Ahora ya sé que me animé porque iba a ser mi esposa, y no quedaba otra, pero un pequeño mántido está en mis planes, ya que a alguien hay que heredarle las armas.
Si es nene, póngale Ignacio. Por el fuego, vió. Por la llama. Y por Ignatius O´Reilly, que salió del libro más entretenido que tengo en la biblioteca.
Y si es nena, Candela. Juéguese.
Ese tipo de juegos (me recuerda al Mercs) eran difíciles... usted tenía valor en serio, Mux.
Pero le recomiendo revisar la libreta de casamiento actual (vió que a mi me dieron la mía hace 3 semanas), o preguntar legalmente lo que se está permitiendo en nombres. No creería usted las cosas que no puede uno hacer (por ejemplo, las trillizas de oro ahora están prohibidas por ser hermanas de mismo primer nombre).
Saludos.
La duda es la vida, saber es morir... dice Dolina en su opereta criolla.
Yo creo que lo único que muere es la duda y que por eso es mejor saber. A veces la noticia puede no ser tan mala, ¿no?
Una vez seleccóné aleatoriamente toda la música de mi pc y dejé que los temas que se reproducieran hicieran las veces de oráculo. El resultado fue escalofriante. Una ecografía de mi sentimientos en ese momento.
Hermosa historia, hermoso final.
¡Felicitaciones!
(coincidimos en nombres, mi primera hija se llamará María Paz, después Catalina y consideré Isabella, también... espero que tu post no em esté haciendo de oráculo hoy... mi dios... por suerte se me fue ayer jajajaja).
Saludos.
Me encantó tu historia
Apalabrada: gracias por su felicitación. Ya la ha recibido la señora madre de mi futuro hijo.
Juan Galas: gracias
Igor: tanto mi mujer como yo, apenas nos enteramos del embarazo, dijimos a dúo "¡Igor!".
Franco: me alegro de que le haya gustado.
Mantis: ¡Oh! ¡No nos gustan ninguno de los dos nombres que usted comenta!. Ignacio un poco, pero no mucho. Y Candela me suena a candelabro, candelabro a vela y vela a cosa que se derrite con el calor, y todo eso se me hace muy feo.
Y sí, para jugar al Out Zone se necesitaba de mucha valentía. Sobre todo, con mi mujer esperando en el hospital a que le lleve un poco de comida.
Alicia: ¡María Paz es un nombre hermoso! Lo voy a incluir en la lista de sugerencias, a ver qué dice mi mujer.
¿No le preocupa a usted que al enterarse de un embarazo su mujer automáticamente diga "Igor"?
Y a ella, ¿no le procupa que usted lo diga?
Yo le pondría Salvador. Pero porque soy una garndisíma hija de puta.
Felicitaciones, y gracias por compratir esta alegría tan linda encima con este relato hermoso.
¡¡¡Que alegría Maestro!!!
La felicidad ideal, narrada de un modo perfecto...
Gracias por cambiarnos el día a todos! :)
Muchos saludos y felicitaciones para ud. y su señora!!
Y mire que ahora mas que nunca tiene que mimarla mucho y darle todos los gustos! :)
(Irma, cualquier controversia nos avisa, quedamos a su disposición)
Yo creo que el mejor nombre es Ignacio, por la llama, y "pormigo".
Jorge, perdón por las dos sujetas que aquí llegaron de parte mía.
Saludos de nuevo.
Ah! Te tengo que decir algo en privado. Pero no le podés decir a nadie.
Iotita: más respeto hacia tus fanas... yo vaya a ser que pensemos que estás celoso....
"... está, está celoso, está, está celoso, hay que mimarlo porque es mimoso, hay que aplaudirlo un poquito más..."
Siii, María Paz... y que asu firma sea el simbolito de la paz... jajaa.
Me quedé pensando en que Irma es un re-buen nombre de esposa.
¿Usted sabía que iba a casarse con ella por ese entonces? Porque no imagino a una Irma soltera.
Es como imaginar una "Camila" fea.
Buenisimo el relato.
Abrazo! y Felicitaciones!
Maravillosa historia, muchas felicidades y felicitaciones a los futuros padres =)
Hace tiempo que no venía aquí y me pusé a leer sus historias, y siempre es un gusto, todas las que he leído me han llegado por eso puedo decir que usted es el mejor.
"Las cosas terribles son aun más crueles porque el resto del mundo sigue su marcha indiferente"
Si me permite señor mux le robaré está frase grandiosa, igual me la iba robar sin permiso jeje
Felicidades por su hijo, ¿le va poner Jorge al niño?
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