jueves, 28 de junio de 2007

Un año de monstruos

Hace exactamente un año se publicaba el primer texto de Monstruos y Berenjenas, el cual pueden encontrar al final (o al principio) de todo, o bien pulsando aquí.

Este blog marca un antes y un después en mi vida.

Hubo una larga época, antes de que existiera internet, en la cual yo escribía mucho. El destino de esos escritos fue un desprolijo cajón y el olvido. Irma, mi mujer, siempre me alentó a seguir escribiendo (y por eso le sigo agradeciendo). Yo no encontraba ningún estímulo en rellenar ese cajón, así que postergué la escritura por tiempo indefinido.

Hace poco más de un año atrás, Karmelo Restelli -consagrado escritor y periodista- me insistía con una arenga amigable y convincente: "
¿no tenés dos horas por semana para escribir algo?" Él parecía convencido de que mi participación en la red podía depararme satisfacciones impensadas. Además, ya tenía una buena razón para escribir: el destino de mis textos no sería guardarlos y olvidarlos, sino dejarlos en la red para que otros lo lean. Gracias a su insistencia reservé tiempo para escribir y publicar una historia una vez por semana. Aunque no siempre pude cumplir con esa regularidad, tomé como un trabajo el ejercicio de escribir.

Karmelo se equivocó en esto: el tiempo que me demanda el mundo blog es mucho mayor que dos horas semanales. La vida en la red se ha convertido, para mí, en una de las ocupaciones más importantes. El 20 de noviembre comencé a publicar Exonario gracias a una idea mínima y fructífera: generar palabras a partir de combinaciones con raíces latinas y griegas o a partir de cierta musicalidad de los sonidos, o a partir de ciertos campos semánticos que todavía no tenían nombre. En ese tiempo conocí al increíble The Bug y a fines de enero iniciamos ¿Qué estás buscando? Este último blog ha sido el más exitoso desde muchos puntos de vista: apenas iniciado, fue linkeado por Podeti (blogger de Clarín) y hace poco superó las cincuenta mil visitas. Pero lo más importante fue que representó un auténtico, divertido y fructífero trabajo en colaboración entre dos personas que jamás se han visto el rostro. Entre The Bug y yo hay ochocientos kilómetros de distancia. Él vive en Rosario y yo en Bahía Blanca. A pesar de que jamás compartimos un espacio físico en común, siento que lo conozco de toda la vida como a un amigo. Es una sensación extraña y deliciosa.

Monstruos y Berenjenas es, de mis tres blogs, el que menos visitas recibe; el que tiene el peor diseño, el menos linkeado, el que tiene los textos más largos y el que publica con menos frecuencia. Sin embargo, es aquel en el cual más tiempo invierto. La construcción de una historia puede demandar semanas, y no siempre arribar a buen puerto. Los textos de este blog forman parte de mis obsesiones: el inimaginable futuro lejano, mi infancia, la confirmación continua de que el mundo es, a la vez, fantástico y horrible, las paradojas fácticas, las formas de inteligencia foráneas o artificiales, y los objetos de la metafísica.

Cuando iba a comenzar con este blog, no sabía muy bien qué línea tomar. Al principio, iba a ser una sucesión de ensayos intimistas, en los que expondría una reflexión sobre mi vida o mis obsesiones. Aquí está el texto que iba a ser la primera de esas reflexiones y que no fue publicado. Finalmente, decidí no seguir esa línea. (Ver Monstruos y Berenjenas bis, un blog fantasma creado sólo para alojar a ese post fundador)

Les agradezco a todos por este año; a todos los que alguna vez estuvieron de pasada y no leyeron, a los que siguen viniendo y a los que vendrán.

sábado, 23 de junio de 2007

Los muertos van deprisa

(Carta de la condesa Dolingen de Gratz, fallecida en el año 1801 y convertida en hematófaga; vista durante las noches frías y despejadas de invierno en la región de Bukovina, Rumania)

Llevo tres semanas sin comer y mis fuerzas aun no han disminuido. No hay hombres ni animales por aquí, a esta altura del año. La noche es una neblina de viento blanco, de nieves delirantes, de helados pies descalzos, de aullidos enloquecedores que excitan mis oxidados sentidos. Los Cárpatos son el único benevolente refugio para esta seca, prolongada e impaciente espera. Las cuevas de puntiagudas rocas, donde permanecemos silenciosos y ansiosos, nos protegen de la luz diurna y de las eternas tormentas.

Sigo esperando sangre viva. A veces busco el cuello lívido y hediondo de alguno de mis amantes con la esperanza, siempre frustrada, de encontrar el olor de la sangre fresca. Aunque todo en él es pútrido, igual lo muerdo; le succiono y le vacío sus venas resecas; sus arterias que tienen tres semanas de indigencia. No se resisten. Se dejan morder y morir miles de veces en mis brazos y aúllan enloquecidos hasta que todas las fuerzas se escapan de sus cuerpos corrompidos.

Algunos podemos leer la mente de las incrédulas e ingenuas víctimas que a veces merodean por las montañas. Incluso somos capaces de inducirles deseos y pensamientos. Otros, pueden adivinar el futuro. Los más poderosos son capaces de convertirse en murciélagos, serpientes y lobos. Los que ocupan el sitial en la jerarquía, adquieren la forma de seres demoníacos y mitológicos de poder incalculable. Pero nuestra fuerza está supeditada al continuo y carnal contacto con la sangre, y a la jerarquía de hematófagos.

Yo fui mordida por Drakul en 1801, un hematófago poderoso, bello e inteligente que conocía el arte del zoomorfismo y el dominio de las mareas. Por eso también soy fuerte, porque heredé parte de la fuerza de mi victimario. Aunque no puedo cambiar mi forma humanoide, sí puedo nublar la vista de los hombres e infundirles un deseo viril y poderoso. Soy un monstruo de sensualidad que aparece en las noches, llamándolos por su nombre e invitándolos a la fiesta más exquisita de todas: la majestuosa gala en la que se convertirán en uno más de mis eternos amantes. La gala elegante de volverse inmortal bailando conmigo en la oscuridad de la luna.

Pero mis amantes, hematófagos, convertidos en inmortales gracias a mi sed, no heredan mi fuerza. Son más débiles; incapaces de volar, de oler a grandes distancias o de escudriñar pensamientos. Y si ellos, débiles, convierten en hematófagos a otros hombres, estos últimos serán mucho más débiles y menos inteligentes. Esta cadena de debilidad, imbecilidad y hambre no se detendría nunca, de no ser porque los más débiles son simples zombies, que deambulan sin propósito y sin destino; no buscan sangre, no buscan perdurar: viven una muerte animada ciega y errante. A estos hay que sacrificarlos. Por suerte los humanos se encargan rápido de ellos, quienes ni siquiera se enteran de que han vuelto a morir.

A veces hay efectos paradójicos en las mordidas: a veces no matan, pero hacen perder la memoria a la víctima, o le generan un ferviente deseo de convertirse a una religión, o se ven fuertemente inducidos al lesbianismo.

En circunstancias normales, si un hematófago muerde tres veces a una persona, la convierte en hematófago. Para las miserables y desesperadas vidas de las sociedades humanas, el mordido ha muerto. Ha muerto y es peligroso, porque vendrá en las noches (nunca de día, nunca cuando llueve, nunca si no hay luna, nunca si hay ajo recién cortado) a morderlos e infectarlos. La infección sólo se cura con la muerte. Y la muerte sólo se produce por el contacto con la plata y con el oro. Un hematófago que no come, que no se alimenta de sangre fresca puede permanecer quieto y en suspenso por toda la eternidad. Su letargo es en realidad una acumulación de fuerzas, de odio y de sueños helados y hermosos. La noche en que huele la pisada de un animal o de un campesino, o escucha sus pensamientos, se despierta y ataca. A veces su desesperación es tan grande que va a buscar su presa a un pueblo. Pero los pueblos siempre son peligrosos.

Los hematófagos no podemos organizarnos. Perdemos gran parte de nuestra inteligencia al morir. Lo que queda, lo que somos, es fruto de la sangre que robamos. Un muerto no escucha a otro muerto; sólo escucha su deseo, su odio y su dolor. Por eso no salimos en grupo a tomar el mundo. Por eso no nos alejamos de esta hermosa región de los Cárpatos, de estas montañas abruptas, áridas y alucinantes a cuyas cumbres rara vez llega el brillo del sol o la fuerza de algún aventurero. Por eso no buscamos a cualquiera para alimentarnos: preferimos científicos y artistas; preferimos nobles, hombres y mujeres de alta alcurnia, porque por momentos adquirimos su inteligencia, su forma exquisita de ver el mundo y el entusiasmo por organizarnos, por hacer política entre hematófagos. Pero abundan los campesinos y los gitanos, que sólo son sangre de entretenimiento. Sangre para calmar a los lobos, para saciar la sed, para no estallar de odio y voracidad.

Cualquier objeto de plata o de oro nos vuelve vulnerables, sea una cruz, una medalla o una moneda. Pero una cruz de hierro o de madera son totalmente impotentes. Mucho me hacen reír –y me enfurecen- los cándidos catoliquitos que se acercan envalentonados, blandiendo con ingenua fe una mínima crucecita de cristal o de carey, creyendo que el poder de Dios está de su lado. A esos no sólo les quito la sangre; también les devoro las piernas y los brazos para que, cuando despierten de la muerte ya siendo vampiros, no puedan jamás moverse.

Hace tres semanas mordí al doctor Van Helsing, el famoso médico, vampirólogo y escritor. Por eso ahora tengo esta repentina necesidad de escribir y de analizar cada pequeño suceso de mi muerte: soy Van Helsing. En parte soy el matador de Drakul. En parte soy quien estudió toda su vida la conexión entre la locura y el vampirismo. Por eso ahora puedo aprovecharme de su fuerza y de la inteligencia que corría por sus venas: he pensado un sistema para raptar niños, criarlos en nuestras cuevas sin morderlos, aparearlos en la edad reproductiva, hacerlos tener hijos y bebernos la sangre de sus hijos. Un criadero humano. También diseñé una modificación genética para hacer hombres – sangre: humanos sin huesos, con una proporción de glóbulos rojos tres veces mayor. Pensé en alguna técnica para que las mujeres tengan de a quince o veinte hijos a la vez: así hay más para repartirnos. Pensé en una manera de racionalizar las mordidas: nunca, o casi nunca, morder tres veces a la misma persona, porque la estaríamos convirtiendo en uno de los nuestros. Y, una vez que es hematófago y pertenece a nuestro bando, es competencia. No queremos aumentar nuestro número sino nuestro poder.

Pero estos pensamientos lúcidos, escritos a la luz de una vela en la cueva, se desvanecerán en unos días, cuando el Efecto Van Helsing desaparezca de mí. Entonces seré, una vez más, la sensual e insaciable Condesa cuyo único e infalible poder consiste en saber tu nombre sin que me lo digas.

domingo, 17 de junio de 2007

Un buscador de pesadillas

No recuerdo una sola época en la que haya podido dormir bien. El signo distintivo de mi vida fue, y sigue siendo, el desorden en el sueño. Un desorden desmañado y enrarecido, como las tripas de un animal muerto.

Hubo días en los que fui la persona más insomne del mundo.

La palabra insomnio no deja traslucir todos los matices y padecimientos ocultos entre las sábanas y la madrugada. Nunca es un simple no dormir: el insomnio es la conciencia estirándose más allá de sus límites, adentrándose como un ciego sin bastón en horas prohibidas. Es el yo resistiendo entre la neblina de la noche y la anestesia de la inconsciencia. Resistiendo, también, a la muerte final y definitiva. En la noche insomne la razón teje pensamientos desesperados; elabora distorsionadas proyecciones de los días futuros (en los cuales cualquier pequeño y lejano problema se convierte en una preocupación sofocante y actual), y lleva el exacto recuento de los segundos con los ojos abiertos en la oscuridad: “han pasado dos horas”, “dos horas y dos minutos”, “dos horas, dos minutos, quince segundos”. Cuando el sueño no llega, se piensan todos los pensamientos, se escuchan todos los ruidos y se sienten todos los dolores. No hay estado de vigilia en el que se esté más despierto: el insomnio es siempre exaltado; siempre hiperbólico. Siempre silenciosamente involuntario. Es curioso que el sueño llega cuando uno se olvida de su insomnio: la cura del mal es la indiferencia, el hastío de repasar los mismos pensamientos y de temer los mismos temores. El abatido aburrimiento de oírse respirar una y otra vez.

Todo eso, a veces.

Porque no siempre es así.

A veces, el sueño llega sin problemas; la conciencia se distiende y se entrega al olvido. Pero sólo para atacar con toda la furia un par de horas después. Dormir plácido, despertar de golpe, sin motivo y ya no poder, nunca más en la interminable noche, volver al sueño. Encender la luz y mirar el reloj: sólo ha pasado media hora. Media hora desde el cansancio feliz que prometía una noche sin interrupciones, y esta sacudida repentina del ahora- aquí- yo, sin entender por qué una parte de uno mismo se traiciona y se desobedece.

Los insomnios son incurables.

No hay té de valeriana, sexo desenfrenado, lectura aburrida, maratón nocturna ni leche tibia que lo destruya. No hay melatoninas ni zopiclonas; no funcionan los mejores consejos ni las estrategias más ocurrentes. No sirve engañarlo cerrando los ojos, quedándose inmóvil, dejando de respirar o muriéndose. De hecho, durante un insomnio se corre el riesgo de no morir nunca más.

A veces leo mis insomnios.

Si no llego a dormirme, creo que algo en mí trata de protegerme. Como si una parte de mi yo (una parte benévola; una especie de “ángel – yo”) me estuviera diciendo: no voy a permitir que te duermas porque tu inconsciente te está preparando algo terrible. ¡No le des oportunidad! El insomnio, en esos casos, es una lucha entre demonios que disputan los límites entre el mundo de hierro de la vigilia, y el plástico universo onírico. Es un insomnio benéfico, que me acaricia tendiendo su sudorosa mano de madre desquiciada.

Otras veces, cuando me despierto de golpe, creo que hay algo apremiante que sólo yo puedo hacer. Creo que, mientras soñaba, vino a mí la imagen de algo que dejé pendiente –peligrosamente pendiente- y que ahora no la puedo recordar. Es un despertar urgido, cargado de energías que no encuentran cómo canalizarse, y que pueden tomar dos caminos: desvanecerse hasta volver a la inconsciencia. O envalentonarse hasta encontrar un tortuoso por qué; pueden doblegarme hasta hacerme levantar; pueden hacerme examinar papeles, revisar mails, buscar desperfectos en la casa o en mi cuerpo. Incluso, pueden hacerme llamar por teléfono a parientes dormidos y exigirles, entre lágrimas, una confesión importante que me estuvieron ocultando por décadas.

Es un insomnio angustiante y cargado de culpas.

Por suerte en algún momento la conciencia se detiene, se muere repentinamente sin registro; se desvincula de sí misma hundiéndose en un largo bostezo. En ese momento, entonces, comienza la mejor parte de la velada onírica: los maremotos de horribles pesadillas.

A esa parte de mi vida la disfruto como el único solaz entre insomnio e insomnio.

martes, 5 de junio de 2007

Sueños lúcidos del futuro

A fines de enero recibí este mail de Ayelén:

"Hola Jorge.

Anoche tuve mi primer recuerdo consciente sobre el futuro.

"Te escribo para contarte una sorprendente conversación acerca del tiempo que tuve anoche con una persona que conocí, porque de alguna forma me hizo acordar a algunos posteos de tu blog, de hecho, creo que el tema del tiempo es bastante recurrente en tus escritos, y no podía dejar de compartirlo.

"El muchacho en cuestión se llama Héctor, y es estudiante de física de cuarto año.

"Hace aproximadamente un año, escuché un comentario acerca de que tres alumnos de la universidad habían sido becados para emprender un proyecto que consistía en estudiar el tiempo. No supe más detalles al respecto, ni quienes eran, ni en qué carrera estaban, ni nada. Apenas lo vi a este tal Héctor, sospeché que él era uno de los integrantes de este proyecto, junto a un estudiante de física y otro de antropología.

"Comenzamos a charlar, y su propia convicción, así como la apasionada obsesión con el tema del tiempo (alimentada por el resto de lo que estábamos allí presentes) ayudaron a que me convenciera de lo que decía. Finalmente tuve que preguntarle si era parte del proyecto, y efectivamente era así. Enseguida me dio una explicación a lo que me había pasado: acababa de tener un recuerdo sobre el futuro. Me hablo sobre un libro que trata este tema del tiempo, y me contó lo que le ocurrió a Dune, su autor, que le sirvió de disparador para que comenzara a investigar al respecto:

Una noche este hombre soñó que en un terrible accidente morían 50 personas. A la mañana siguiente leyó en el diario la noticia, y se quedo impresionado, creyendo que su sueño había predicho el futuro. Pero en una segunda mirada, más atento, se dio cuenta de que el titular no hablaba de 50 personas, sino de 500.

Este Dune es, según palabras de hector, un gran físico escéptico, con lo cual quiso decir que es un hombre que profesa una gran desconfianza hacia los llamados fenómenos parapsicológicos. Entonces decidió realizar un investigación científica y filosófica acerca de estos asuntos. Los resultados de su investigación están reunidos en un libro cuyo titulo no anoté, pero básicamente este señor, cuestionando el carácter lineal del tiempo, intenta dar una explicación “científica” de ciertos fenómenos mentales llamados “paranormales”, como pueden ser las premoniciones por ejemplo, y por medio de esta explicación logra desligar de estos fenómenos la idea de determinismo. De este modo, según Dune, cuando una persona tiene acceso a un “hecho futuro”, no esta accediendo a un estado de cosas que deba ocurrir inexorablemente, sino a un recuerdo propio de una experiencia futura. Por eso, según cuenta la anécdota, el autor no soñó con los 500 muertos, sino con 50, cifra que el percibió en un primer momento.

Por supuesto esta charla derivó en el tema de los sueños, ya que según Dune, el sueño es un estado bastante propicio para tener recuerdos futuros. En ese contexto Héctor nos estuvo revelando ciertas técnicas que se pueden implementar para lograr sueños lúcidos, pero este mail ya se hizo muy largo, (al menos así lo percibo en este momento, que lo estoy escribiendo en Word con fuente 18)

Hasta aquí el mail.

Cuando pude contactarme con Ayelén, le pregunté por esas técnicas de sueño lúcido que mencionó en el mail. Su respuesta (también por mail) fue bastante desconcertante:

No sé de qué técnicas me hablás, pero anoche tuve un sueño en el cual supuestamente yo te mandaba un mail hablando sobre ese tema.

Cuando le mostré el mail inicial, me dijo que le sonaba familiar. “Como si lo hubiera escrito yo”. Al poco tiempo se encontró por primera vez con Héctor, el estudiante de física.