jueves, 9 de noviembre de 2006

Lo que veo en una foto vieja

Siempre me gustó la etimología de la palabra nostalgia.
‘Nostalgia’: del griego nostos (viaje, regreso) y algós (dolor)
La nostalgia es un viaje de regreso con dolor.


Caminar hacia atrás con angustia. Mirar las cosas y las personas que hemos abandonado y que nos han forzado a que las abandonemos.
Pocas veces una palabra lleva escondida dentro de sí un significado tan exacto y complejo. No son los relojes; no son los recuerdos: la única garantía de que los minutos son irreversibles pero reales, la obtenemos gracias a la nostalgia. Por ella sabemos que hemos vivido alguna vez en lo que hoy es el pasado.

Para mí, nada hay más misterioso que el pasado. Del futuro ya sabemos demasiadas cosas: está escrita la fecha de nuestra muerte; el nombre de nuestros hijos y de nuestros nietos; la felicidad de haber realizado un viaje o la infelicidad de no haberlo hecho. Está escrita la nostalgia de recordar precisamente este momento. El futuro es una proyección volátil e inerte, que se arma con las cáscaras vacías del presente y con el peso insoportable del ayer. Con respecto al futuro no hay nostalgia; no hay un sentimiento análogo. En cambio el ayer es siempre nuevo y auténtico.

A veces veo una foto vieja, de un día anónimo. Una situación cotidiana de hace más de dieciséis años. En la foto aparece la mesa de mi casa, el modular con el jarrón de plata, la luz que entra por la ventana de un día quizás de junio, nublado, a la una o dos de la tarde. En un rincón se ve el televisor apagado y allá, al fondo, la habitación de mi papá casi en penumbras. Todo lo que veo en la foto es conocido e irreal a la vez. Es irreal porque tiene detalles demasiado exactos; detalles que hace mucho tiempo han desaparecido y sin embargo la memoria los reconoce como si aun estuvieran. El televisor, por ejemplo, es un philco ford de 17 pulgadas, blanco y negro, con una antena improvisada con maderas y alambre, que fue vendido o regalado hace más de tres lustros. Hace quince años que no lo veo y jamás lo voy a ver nuevamente. Pero cuando veo la foto los detalles me impactan por su familiaridad, como si ese cuadro lo hubiera visto hace no más de cinco minutos. Por ejemplo, el televisor tenía un rayón al costado (del lado derecho) que no se alcanza a ver en la foto, pero que viene añadido en el recuerdo. Aunque hace tanto que no lo veo, sé que ese rayón está ahí. (¿Ahí? ¿A qué ‘ahí’ se refiere mi recuerdo?) La memoria guarda cosas que uno a veces no volverá a recordar. Pero basta un mínimo puntapié para que el recuerdo se despierte completo, con todos los pormenores. En mi mente reconstruyo ese instante, el resto de mi casa y de ese día, que no recuerdo. Trato de imaginar qué hay en la parte oscura de la foto; esa zona en penumbra donde se enfoca la habitación de mi papá. Trato de descifrar el misterio de todo lo que era importante para mí en esa época: ¿ese día yo iba a la escuela? ¿Por qué saqué esa foto? ¿Quién estaba, además de mí? ¿qué estaba haciendo mi hermano? ¿en qué pensaba yo por ese entonces? Curioso: en la foto no aparecen personas; sólo aparecen algunas cosas, mudas y fragmentadas, cubiertas con una despiadada melancolía de tonalidades grises.

Creo que el paso del tiempo sólo sirve para ganar nostalgia. Todo, absolutamente todo, se pierde con el tiempo, menos la nostalgia que crece de manera recursiva: uno puede tener nostalgia incluso de recordar un momento en el que tenía nostalgia de recordar un momento. La alegría más intensa y la amargura más macabra se disuelven, se suavizan y se transforman en ese único licor.

El instante que acaba de pasar ha desaparecido para siempre. Lo que vivimos hace apenas un día no está cerca, ni lo que pasó hace mil años lejos: ambos tiempos son igualmente inalcanzables. Tendemos a creer que los minutos son como los metros, que pueden ser recorridos tanto en uno como en otro sentido. Como si la memoria del ayer fuese el ayer. El recuerdo del sabor del vino, del café de esta noche, de la cena con mi familia y amigos, sólo perviven como una huella en la arena. Son una sucesión de espectros ordenados por fechas; imágenes vívidas y coloreadas con la tintura de las emociones; fantasmas que, con nuestra voz, imitan las formas y las sensaciones del pasado. Las personas nos reunimos para contar qué hemos hecho el día anterior, dónde hemos estado hace unos años: tenemos la ficción de recrear el pasado, de ganar pasados ajenos para actualizarlos, de apropiarnos de imágenes que ficcionan el ayer, de creer la propia ficción de que el ayer ha sido real. Lo que ocurrió hace unos minutos deja huellas engañosas; es un muerto que murió ayer y que habla hoy. El tiempo mismo sólo vive en el lenguaje: no hay ayer ni mañana sino la fugacidad sin duración. Aun las metáforas del tiempo implican al tiempo: como un río que huye, como el sol que desaparece en el horizonte, como el bebé que acaba de nacer y llora en la primera y más profunda congoja de su vida.

Los días de viento tengo la sospecha de que todo puede curarse. El viento trae la brisa del mar, aunque sea un mar lejano y de hace muchos años. Con el viento se puede llenar los pulmones de recuerdos nuevos. Las fotos viejas se vuelan. El Céfiro se lleva el tiempo. Los vientos que silban en las ventanas tienen el poder de llevarse el pasado, dejando a veces la angustia de la nostalgia, y a veces el campaneo de la risa de un tiempo querido y desaparecido hace mucho.

3 comentarios:

Juan Ignacio dijo...

Personalmente mis momentos de nostalgia suceden cuando escucho música que hace mucho que no escuchaba, y de alguna manera la asocio con alguna situación que vivía cuando escuchaba tal o cual disco. Antes de ayer tuve una hierofanía 18añosa (entiéndase lo que se quiera), y ayer me puse a escuchar Dookie de Green Day para regodearme en mi 18añidad.
Otra sensación muy curiosa que a veces tengo es la de recordar a la perfección un lugar al que he ido una o dos veces, y sentirlo tan accesible como si pudiera ir cuando quisiera.
Saludos.

Karmelo Restelli dijo...

Me gustó mucho, como siempre, asumo y celebro el asomo de otra tónica en el Blog como un respirador después de tanta asfixia, y sin embargo, siento que todos hablamos de lo mismo.

"Lo que uno olvida se conserva mejor" dice un disco que escuché mucho.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Si, la nostalgia, siempre preferible a la melancolía…

A mí me gusta mucho la palabra “saudade”: especie de añoranza de una alegría que se terminó, de un pasado feliz que si bien ya no es, podría rexistir en el futuro si regresara aquello que lo motivaba. Es una especie de nostalgia dulce y más esperanzadora.

Y recuerdo con saudade una viñeta de Rep, donde parafraseando aquello de “tristeza não tem fin”, decía “tristeza não tem principio”